Editorial: La Diabetes

La Diabetes

DEFINICIÓN

Por Alberto Martínez-Arrazubi

La Diabetes Mellitus (DM) da nombre a un conjunto de alteraciones metabólicas, cuya característica principal es la excesiva cantidad de glucosa en la sangre, conocida como "hiperglucemia", que puede verse acompañada con otros síntomas como: mayor cantidad de orina (poliuria), aumento lógico de la sed (polidipsia) e incremento del apetito (polifagia), además de otros signos y síntomas más serios, que responden a lesiones y complicaciones derivadas de la afectación de órganos tan importantes como los ojos, riñones, sistema nervioso central y periférico, vasos sanguíneos y corazón, tras una situación continuada de hiperglucemia.

El nombre de Diabetes se deriva del griego y hace referencia a la excesiva cantidad de orina, que "fluye a través del cuerpo" y la palabra Mellitus, proveniente del latín, se refiere al sabor de la orina, dulce como "de miel".

Distinguimos según la OMS tres tipos de Diabetes (DM 1, DM 2 y Diabetes Gestacional), en función del proceso patogénico causante del problema.

El diagnostico de la "DM tipo 1" presupone que se ha comprobado previamente una deficiencia absoluta en la secreción de insulina, que con gran frecuencia es atribuible a una destrucción autoinmune de las células beta del páncreas, que son las productoras de insulina.

En la DM tipo 2 el origen del problema no es tan claro. Con muy alta frecuencia coexisten hiperglucemias con producción de grandes cantidades de insulina, que no puede cumplir su cometido y a este “contrasentido” lo conocemos con el nombre de "Resistencia a la insulina". También incluimos en este diagnóstico a las respuestas lentas o insuficientes del páncreas a las demandas metabólicas.

RESISTENCIA A LA INSULINA

No están claros los mecanismos mediante los cuales se impide la acción hipoglucemiante de la insulina.  Varios autores opinan que es el retículo endotelial el encargado de impedir que la insulina llegue a los receptores de las células y consiga introducirles la glucosa, pero independientemente del mecanismo empleado, se da la paradoja de que coexisten en la misma sangre y al mismo tiempo, cantidades excesivas de glucosa y de insulina.

Esta resistencia a la insulina provoca un incremento en la producción de insulina por parte del páncreas que trata de corregir la hiperglucemia, formándose un círculo vicioso que va a terminar con la instauración  del “hiperinsulinismo”.

Mientras hay un exceso de insulina está frenada la descarga del glucagón por parte del páncreas y consecuentemente persiste un déficit en el aporte de glucosa. Esta situación produce estrés, que el sistema resuelve incrementando la hidrocortisona.

Esta hormona vacía las reservas de glucógeno, depositado en el hígado para elevar la glucemia y ante este incremento de la glucosa se vuelve a aumentar la producción de insulina, que perpetua la situación de hiperinsulinismo, a la vez que se sigue haciendo más intensa la resistencia a la insulina.

Hemos comentado que el hiperinsulinismo, es decir la insulina en exceso, provocaba en todo el organismo una reacción defensiva de resistencia, frente a los efectos derivados por su agresividad.

 

RESUMEN TÉCNICO

Veamos con más detenimiento otros aspectos de esa influencia: Cuando persiste un exceso de insulina se producen una serie de interacciones en cascada, motivadas por la actividad paralela de otras hormonas, que actúan sinérgicamente, produciendo diferentes efectos concomitantes.

El exceso de insulina provoca un incremento de la hidrocortisona y ésta inhibe la producción de progesterona, cuya misión era estimular la síntesis del hueso, provocando en consecuencia osteoporosis a medio plazo, mediante el incremento de la PGE2, LTB4, IL-I, etc. A su vez la progesterona aumenta las resistencias a la insulina, formándose un círculo vicioso con el hiperinsulinismo.

El hiperinsulinismo también afecta a los estrógenos, que habitualmente circulan por la sangre, protegidos por una proteína vectora que los mantiene inactivos, pero la insulina los libera de su proteína vectora, dejándolos libres para estimular la proliferación celular del tejido mamario y producir, en consecuencia, tumores en las personas predispuestas. Conviene recordar que el cáncer de mama está alcanzando incidencias cada día más alarmantes en la población del primer mundo, a pesar de los programas de prevención establecidos.

Los estrógenos a su vez disminuyen con la edad y esta situación deficitaria facilita un incremento en la producción de insulina, cuyo exceso está directamente relacionado con la pérdida de inmunidad y la aparición de múltiples enfermedades.

El exceso de insulina disminuye por un lado las hormonas vasodilatadoras, impidiendo la normalidad en el riego sanguíneo y la transferencia del oxigeno y por otro aumenta la producción de hormonas vasoconstrictoras, que reducen el espacio arterial y aumentan la presión sanguínea, provocando a medio plazo la tan frecuente hipertensión arterial. 

 Otro efecto derivado del hiperinsulinismo es el incremento del almacenaje de la grasa y la consiguiente obesidad. Al disminuir la acción de la enzima lipasa se impide la liberación de la grasa y aumenta el tejido adiposo.

Es de resaltar la influencia del hiperinsulinismo en el debilitamiento del sistema inmunitario, que pierde capacidad de respuesta ante los embates de virus, bacterias y hongos, debilitándonos frente a las enfermedades infecciosas. Las enfermedades autoinmunes y los distintos tipos de cáncer.

Sabemos además que el exceso de insulina activa el metabolismo aumentando la producción del colesterol total por parte del hígado, aumentando también el colesterol malo y disminuyendo el colesterol bueno. El mecanismo implicado parece ser el incremento de la enzima3-hidroxil3-metil glutaril-CoA reductasa, cuya misión es activar la síntesis del colesterol.

Los triglicéridos tampoco quedan al margen del hiperinsulinismo de manera que en la práctica clínica solemos valorar los incrementos de los triglicéridos, como si se comportaran de forma paralela a los de la insulina.

Curiosamente el exceso de insulina frena la producción de la hormona del crecimiento, desde la hipófisis y, a partir del colesterol, queda mermada la producción de la testosterona, imprescindibles ambas hormonas para el desarrollo de la masa muscular y como resultado tendremos una sensible pérdida de la musculatura corporal, dado que la caducidad de nuestras células obedece a un determinismo imparable.

Otro fenómeno a tener en cuenta, también derivado del hiperinsulinismo, es la perdida de la capacidad aeróbica con el consiguiente incremento del acido láctico mas el  aumento del dolor muscular. Esta disminución de la capacidad aeróbica esta potenciada por la presencia de los leucotrienos, que aumentan las hormonas broncoconstrictoras y disminuyen las broncodilatadoras, fruto todo ello del exceso de insulina en el torrente sanguíneo.

No obstante la primordial acción de la insulina es la retirada de la glucosa del cauce vascular y su almacenamiento en el hígado en forma de glucógeno, pero si el organismo desarrolla una resistencia severa ante la propia insulina, esa función primordial queda tan reducida que coexistirán el exceso de insulina con el exceso de glucosa en el mismo lecho vascular.

La hiperglucemia aumentará a su vez en las células una intolerancia a la glucosa, destruirá por intoxicación las células del hipotálamo encargadas de regular sus niveles en sangre, provocará la glicoxilacion de todas las proteínas y especialmente la de la hemoglobina, que nos servirá para controlar en los diabéticos el deterioro medio de los últimos tres meses, provocado por los niveles altos de su glucemia.

Recordemos que la glicoxilacion de los hematíes les hace perder flexibilidad, los hace pegajosos y los incapacita para realizar su función de transferir el oxígeno a las células, quienes sufrirán de hipoxia y morirán prematuramente. Este es el autentico drama que sufren los diabéticos de manera imparable si no consiguen regular sus altos niveles de glucemia.

El tratamiento de los diabéticos en mi opinión debería ser consecuente con el diagnostico previo del paciente y tratar de reconstruir el desorden metabólico detectado.

La mayoría de los diabéticos que nos encontramos en la práctica clínica habitual, corresponden al tipo 2, es decir, que en principio su páncreas sigue produciendo insulina. Ahora bien, si el paciente presenta cifras de glucosa por encima de los valores normales, la falta de eficacia de su insulina puede radicar en la incapacidad del páncreas para secretarla con la prontitud deseable o en que la insulina secretada no dispone de la capacidad de acción necesaria.

En la Diabetes Mellitus tipo 2 (DM 2) la acción ineficaz de la insulina suele ser el signo más frecuente y es la forma como habitualmente la enfermedad inicia su presentación, que se interpreta como "síndrome de resistencia a la insulina". Aunque sea precisa cierta predisposición genética los pacientes necesitan desarrollar el fenotipo de manera gradual y a lo largo de varios años de evolución.

Hemos comentado anteriormente algunas de las explicaciones ante este fenómeno tan paradójico y contradictorio, en el que coexisten excesos de glucosa con excesos de insulina en el mismo torrente sanguíneo. Según varios autores, es como si la insulina estuviera atrapada por el retículo endotelial y no pudiera acceder a los múltiples receptores de las células hambrientas, al objeto de que la glucosa penetre en ellas y cubra sus necesidades energéticas.

Si la "resistencia a la insulina" continúa, la respuesta del páncreas se incrementa produciendo más insulina hasta llegar al temido "hiperinsulinismo", que acabará enlenteciendo la respuesta pancreática hasta el agotamiento de la glándula.

En la Diabetes Mellitus tipo 1 (DM 1) el proceso es mucho más brusco y se caracteriza por una destrucción probablemente autoinmune de las células beta del páncreas, encargadas de la producción de insulina. Si se confirma que la deficiencia secretora del páncreas es absoluta, estaremos ante una DM 1 que necesitará un aporte externo de insulina, según las necesidades de cada momento.

¿CÓMO FUNCIONA EL ORGANISMO?

Cuando las cifras de glucosa en la sangre superan de forma estable y continuada los 110 mg. / dl, entendemos que existe hiperglucemia, situación anómala que nuestro organismo no tolera bien y de la que trata de defenderse.

Vamos a recordar cuales son los mecanismos que emplea nuestro cuerpo para mantener la glucemia dentro de los límites normales.

Sabemos que nuestras células, (alrededor de 60 billones), necesitan glucosa y oxígeno de forma constante e ininterrumpida para obtener la energía necesaria que les permita mantener sus funciones vitales. Esta glucosa cuando es escasa les hace pasar hambre, les acorta la vida y hasta les provoca la muerte, pero cuando es excesiva las intoxica y también puede llegar a destruirlas.

De estas premisas podemos deducir la importancia vital para nuestro organismo de mantener constantes los niveles de glucosa en la sangre.

Por otro lado sabemos que los aportes de hidratos de carbono a nuestro organismo no son continuados sino puntuales y más o menos periódicos, situación que obliga a nuestro metabolismo a administrar los azucares con sumo cuidado, tanto en los momentos de la comida como en los de ayuno, evitando los excesos y los defectos de glucosa en sangre, pues está en juego la vida de nuestras células.

Esta regulación se consigue mediante el juego combinado de dos hormonas importantísimas: la insulina y el glucagón, segregadas por una glándula llamada páncreas, que las produce según demanda.

Ambas hormonas son complementarias y de su equilibrio en la sangre depende la cantidad de glucosa, que va a estar disponible en la circulación sanguínea.

Conviene tener siempre presente que la insulina aparece como respuesta, directamente proporcional, a la presencia de glucosa en la sangre y esta depende de los azucares que, tras la ingestión, absorbemos en la comida.

Igualmente el glucagón es secretado por el páncreas como respuesta a los aminoacidos presentes en la sangre, que a su vez dependen de la ingesta, asimilación y degradación de las proteínas, funciones estas llevadas a cabo por nuestro aparato digestivo.

En resumen, si ingerimos, masticamos y asimilamos unas comidas que tengan la proporción ideal entre hidratos de carbono y proteínas, garantizaremos un equilibrio perfecto en el eje hormonal “insulina-glucagón” y consiguientemente la correcta administración de los alimentos y la normalidad en los niveles de glucosa en la sangre.

Estamos dando por supuesto que nuestro páncreas responde normalmente a los requerimientos del sistema, como es lo normal en los humanos, aunque pueda coexistir con un cierto grado de diabetes del adulto (DM 2).

Con frecuencia se cree que los diabéticos tipo ll, no producen suficiente insulina y en la mayor parte de las ocasiones no es cierto. Más bien ocurre todo lo contrario, que llevan produciendo una cantidad excesiva de insulina durante bastante tiempo y el sistema metabólico se defiende de la agresividad de la insulina, haciéndose resistente a ella e impidiendo su acción hipoglucemiante.

Ante esta respuesta defensiva del organismo por el exceso de insulina, en mi opinión, no se debería estimular e incrementar aún más la producción de esta hormona, sino tratar de “reducir la resistencia” que el organismo opone a la misma, lo contrario puede acabar agotando al páncreas en su vano intento de reducir la glucemia "por la brava".

Muchos de mis pacientes han conseguido reducir la resistencia a la insulina y normalizar su glucemia, al alimentarse correctamente, equilibrando los hidratos de carbono con las proteínas en todas y cada una de las comidas.

Numerosos diabéticos tratados con hipoglucemiantes orales, que ya no podían controlar sus hiperglucemias y se veían obligados a tener que inyectarse insulina, consiguieron no solo evitar los pinchazos sino hasta dejar los fármacos hipoglucemiantes con la única estrategia de compensar adecuadamente los alimentos y llevar una vida más ordenada.

Incluso algunos diabéticos insulino-dependientes con varios años de tratamiento han conseguido mantener sus glucemias normalizadas sin necesidad de ningún aporte de insulina ni otro tratamiento farmacológico.

Según mis experiencias, las mejores respuestas obtenidas en el tratamiento de los diabéticos las he conseguido, cuando he combinado una dieta equilibrada con un descanso suficiente, una actividad moderada y una reducción drástica del estrés.

 En definitiva se trata de que el diabético no pase ni hambre ni sed, garantizando la ingesta suficiente de líquidos, de los hidratos de carbono necesarios, acompañados de las proteínas correspondientes, en todas y cada una de sus comidas.

El número de las ingestas debe ser por lo menos de cinco al día, tratando siempre de evitar el hambre, producido por situaciones de hipoglucemia. Debemos ser conscientes de que los diabéticos tipo 2, a causa de su hiperinsulinismo, no aprovechan todos los hidratos ingeridos, parte de ellos son derivados a la formación de grasas y otra parte de los excedentes de glucosa es eliminada a través de la orina con la consiguiente depleción hídrica.

En segundo lugar se trata de asegurar un descanso suficiente y reparador, no inferior a ocho horas diarias, además de 20 a 30 minutos de siesta.

De todos es conocida la eficacia de la actividad física en la correcta regulación de la glucemia y ciertamente ayuda a normalizar los niveles de azúcar en la sangre, pero siempre debemos evitar los ejercicios bruscos y los excesivamente prolongados, que nos pueden provocar situaciones de estrés y con ello un incremento de la hidrocortisona, culpable de producir hiperglucemia e hiperinsulinismo. Por todo ello seguimos recomendando los paseos lúdicos, varias veces al día, combinados con descansos puntuales.

Haremos especial hincapié en la eliminación de cualquier forma de estrés y ansiedad, a menudo imbricada con una autentica sensación de hambre, unida a las crisis de hipoglucemia relativa, tan frecuentes en los diabéticos.

Cuando soportamos una situación de estrés, nuestro sistema hormonal se altera y se paralizan la mayor parte de sus funciones, estableciéndose una situación de emergencia. Podríamos imaginar una situación parecida, analizando lo que ocurre en un gran establecimiento comercial o en un complejo hotelero cuando se disparan las alarmas ante una situación de emergencia: se suspenden todos los servicios habituales, se alteran los procesos y los procedimientos normales y todo se supedita a la superación puntual del conflicto.

Posteriormente con cierta frecuencia podremos reconocer que el problema no tenía ni el rango de emergencia vital ni la importancia suficiente como para justificar la situación provocada, sin embargo la alarma ya estaba en marcha y las consecuencias derivadas de la paralización del sistema también.

Cuando se establece una situación de emergencia, en nuestro organismo se pone en marcha uno de los sistemas de defensa más ancestrales de los seres vivos y así dejan de funcionar la mayoría de las hormonas habituales y se da preferencia a la adrenalina y a la hidrocortisona. La primera aumenta la frecuencia cardiaca y sube la tensión arterial, preparando al corazón para una situación de ataque o de defensa.

La hidrocortisona vacía los depósitos de glucosa al torrente sanguíneo, subiendo la glucemia y como reacción inmediata le sigue la producción de insulina, un aumento en el consumo de oxígeno y la formación de radicales libres, a la vez que se paraliza la formación de las nuevas células para la renovación. También se colapsan las hormonas autocrinas imprescindibles para el funcionamiento metabólico normal, se frena la diuresis y se retienen todos los líquidos posibles, en previsión de ulteriores restricciones hídricas.

El resultado es una paralización de todos los sistemas metabólicos, un aumento del deterioro orgánico y un retroceso en la renovación celular, que son incompatibles con el mantenimiento de la salud a medio plazo. 

Es pues el estrés un factor limitante, cuando no excluyente de cualquier intento de recuperación, de ahí la necesidad de liberarse de esta autentica rémora para poder reiniciar la normalización de los procesos metabólicos.

Con frecuencia vemos fracasar las mejores terapias antidiabéticas, mientras persiste más o menos de forma latente algún problema acuciante para el enfermo, aunque el propio interesado no llegue a reconocerlo explícitamente.

Conviene recordar que el principal culpable de la diabetes tipo II, llamada también diabetes del adulto, es el hiperinsulinismo, entendido como una producción exagerada del páncreas, que segrega excesiva insulina ante la presencia continuada de elevados niveles de glucosa en la sangre.

Esta producción tan brusca, según los expertos, parece tener como base una predisposición hereditaria, pero también es cierto que el hiperinsulinismo no llega a "expresarse", ni aun en los pacientes genéticamente predispuestos, mientras la glucemia se mantenga en los valores normales, merced al equilibrio del eje hormonal “insulina - glucagón”.

Si una ingesta suficiente de hidratos de carbono está acompañada con la de proteínas en las proporciones adecuadas, se garantiza una producción correcta de insulina, a la vez que la de glucagón, recordemos que la estimulación y generación de insulina se neutraliza con la del glucagón, evitándose así los efectos devastadores de la hiperproducción insulínica.

El hiperinsulinismo inicialmente suele provocar hipoglucemias en las personas prediabéticas. Las situaciones de hipoglucemia incitan al paciente a buscar alguna compensación y saciar su hambre de “algo dulce”, tomando más azucares para elevar sus niveles de glucosa. Ante la nueva subida de la glucemia se vuelve a incrementar la producción de insulina, que reducirá de nuevo los niveles de azúcar y así se va formando un círculo vicioso que conduce a un persistente hiperinsulinismo.

Ante el exceso de insulina, aparece a modo de defensa la llamada resistencia a la insulina, que reduce la eficacia de la misma y obliga al páncreas a incrementar, todavía más la producción de insulina potenciando de nuevo el hiperinsulinismo.

Parece contradictorio pero curiosamente conviven en el diabético tipo 2: un exceso de glucosa, con un exceso de insulina y una resistencia a la insulina, junto a una creciente intolerancia al exceso de glucosa.

Tratare de explicarme: inicialmente los prediabéticos, es decir las personas que por herencia tienen una mayor sensibilidad y reaccionan de manera exagerada ante la presencia de niveles altos de glucosa en su sangre, producen gran cantidad de insulina como respuesta a la ingesta de hidratos de carbono.

La insulina actúa retirando del torrente sanguíneo la glucosa, llevándola, en parte a las células y en parte al hígado para su almacenamiento provisional en forma de glucógeno, a la espera de ser requerido por el glucagón, que lo convertirá de nuevo en glucosa y la retornará a la sangre, para que siga sirviendo de alimento a las células.

Si la hormona glucagón no aparece con la cantidad y la actividad suficientes, el glucógeno depositado en el hígado se va transformando en grasa y acaba siendo diseminada por todo el cuerpo, siguiendo un patrón de distribución específico para cada persona.

Paralelamente la insulina libre del control y la compensación ejercida por el glucagón reduce los niveles de glucosa en sangre hasta provocar hipoglucemia, que se manifiesta por hambre, necesidad y deseo de aportar alimento al sistema y se transforma en una imperiosa exigencia de comer cualquier cosa, pero de preferencia "algo dulce" o también “algo salado” (siempre hidratos de carbono), que se conviertan rápidamente en glucosa.

Ahí comienza el circulo vicioso, si las personas predispuestas comemos los hidratos sin la suficiente cantidad de proteínas, seguirá la insulina actuando libremente sin el freno compensatorio del glucagón, que como ya sabemos responde a la presencia en sangre de los aminoacidos derivados de las proteínas ingeridas y asimiladas.

Esta situación mantenida que nos induce a picar entre horas alimentos ricos en azucares, nos lleva indefectiblemente a incrementar la grasa de reserva es decir al sobrepeso y a la obesidad.

Con estas reflexiones es fácil comprender el hambre casi continuado que presentan los hiper-insulininémicos, puesto que el alimento para sus células y especialmente para sus neuronas “la glucosa” se pierde por el camino y no llega a las células hambrientas, dado que se ha ido convirtiendo en grasa por la acción del exceso de insulina y el déficit de glucagón.

La situación es mucho más desesperada en los diabéticos mal controlados que eliminan por la orina gran cantidad del exceso de azúcar que tienen en su sangre y pierden mucha agua en esta operación, convirtiéndose en sujetos hambrientos y sedientos a la vez. 

Cuando en los individuos predispuestos genéticamente se mantiene durante un tiempo suficiente el exceso de insulina, junto con un exceso de grasa, el organismo se defiende y se hace resistente a la insulina, que es una hormona muy agresiva.

Esta resistencia complica más el cuadro, puesto que persiste la situación de hambre celular, unida a la obesidad y a la hiperglucemia, junto con el exceso de insulina y sus devastadores efectos, mas una creciente intolerancia ante el exceso de glucosa en la sangre.

La hiperglucemia va afectando a todos los territorios del cuerpo, impregnando las células de una especie de melaza, que las hace pegajosas y en el caso de los glóbulos rojos, que son los encargados de llevar el oxigeno a todas las células del organismo, se quedan pegados unos a otros y forman microembolias, que obstruyen los capilares e impiden que el oxígeno llegue hasta las células. Esta situación mantenida provoca la muerte de algunas células por anoxia, con la consiguiente repercusión funcional de órganos tan importantes como la retina, los riñones, el corazón y el cerebro, amén de que en todos los órganos se acelera la destrucción, la imposibilidad de la renovación celular y por lo tanto el envejecimiento prematuro.

 

RESUMEN TÉCNICO

Múltiples son las razones que avalan la calificación de la Insulina como "hormona agresiva" y justifican la reacción orgánica de incrementar la "resistencia" frente a ella, especialmente cuando la insulina no está controlada por su hormona oponente el "glucagón".

Enumeremos los efectos nocivos para el organismo que el exceso de insulina produce:

1.-Elevación de la HTA por la estimulación de las hormonas vasoconstrictoras.

2.-Aumento de la grasa corporal al transformar en grasa los excedentes de glucógeno.

3.-Dificultad para liberar la grasa almacenada al inhibir la hormona lipasa.

4.-Aumento de las grasas en el torrente sanguíneo, que realmente son "triglicéridos".

5.-Estimulacion del hígado para producir más colesterol del malo y menos del bueno.

6.-Aumento de bronco-constrictores y reducción de la capacidad pulmonar.

7.-Disminucion de la flexibilidad de los hematíes y la transferencia de oxígeno.

8.-Déficit de hormonas del crecimiento y testosterona, frenando el desarrollo muscular.

9.-Reduccion del riego sanguíneo general al aumentar las hormonas vasoconstrictoras.

10.-Aumento de la síntesis de hormonas inmunodepresoras.

11.-Disminucion de las comunicaciones y respuestas internas entre las hormonas.

 

Realmente el panorama de los hiperinsulinémicos y diabéticos es muy sombrío, si no se corrige adecuadamente el círculo vicioso de: Exceso de glucosa ---> exceso de insulina, cuya solución, por otro lado es tan sencilla y definitiva como acompañar en todas las comidas a los hidratos de carbono con la suficiente cantidad de proteínas.

Con frecuencia estas medidas dietéticas tan elementales son olvidadas o descuidadas en la práctica clínica, incluso se aconseja a los diabéticos comer entre horas productos ricos en fructosa como las frutas y los zumos, sin el necesario acompañamiento proteico, que estimularía la producción de la hormona glucagón y compensaría el predominio de la insulina.

Confiar al ejercicio físico la tarea de reducir el exceso de glucemia puede ser de dudosa eficacia práctica, en función de la respuesta individual de los pacientes.

Sabemos que un ejercicio físico moderado y lúdico mejora el control metabólico al aumentar la captación de glucosa por parte del musculo, a la vez que normaliza la tensión arterial y reduce la hiperlipemia, pero otra cosa muy distinta es tratar de reducir la glucemia, derivada de un exceso gastronómico a base de realizar ejercicios físicos especiales, que pueden incrementar todavía mas la glucemia por la acción de la cortisona ante el estrés.

El ejercicio físico de preferencia lúdico y no competitivo, tampoco debe ser utilizado para compensar los deslices alimenticios, sino como una forma natural de mantener activo y vital el aparato locomotor, independientemente de los niveles de glucemia.

Paralelamente debemos recordar que la utilización de la glucosa como combustible para la realización del trabajo muscular no es la función prioritaria y debiera reservarse para el suministro de la energía de las células y de las neuronas en particular, pues además de la relativa ineficiencia como combustible para la acción deportiva, derivada de su baja concentración calórica, debemos contar con las dificultades inherentes a su práctica en muchos de los pacientes impedidos.

¿CÓMO TRATAR LA DIABETES?

RESUMEN TÉCNICO

La Industria Farmacéutica ha desarrollado varias soluciones para paliar el problema. Los más empleados son los antidiabéticos orales, entre los que destacan las Sulfonilureas, las Biguanidas, los Inhibidores de la alfa-glucosidasa, las Tiazolidinedionas, la Repaglinida , etc.., cuya finalidad se centra, bien tratando de incrementar la producción de insulina a base de estimular el páncreas o bien procurando reducir la resistencia a la insulina.

Cuando los antidiabéticos orales no son capaces de regular las glucemias existe la alternativa de utilizar Insulinas naturales, sintéticas y análogos a la insulina, cuyos perfiles de acción son muy variables, pudiendo ser de inicio ultra rápido (a partir de los 10 minutos), hasta más retardados (de 3 a 4 horas). De la misma forma los picos de máxima actividad pueden ajustarse desde los 30 a 60 minutos hasta las 10 a 16 horas, llegando a fijarse su duración máxima desde las 4 a 5 horas hasta las 24 a 30 horas.

Estas insulinas pueden sustituir a las originales, producidas por el páncreas únicamente en cuanto a la eficacia de acción, pero presentan serias dificultades para poder regular la cantidad,  que es necesaria para un individuo concreto en cada momento del día.

Las necesidades reales de insulina dependen de muchos factores concomitantes, tales como los horarios, la cantidad y la composición de las comidas; la intensidad, la duración y las condiciones de la actividad física realizada; la profundidad y duración del descanso; las capacidades y los niveles de estrés soportados, además de las demandas puntuales de insulina relacionadas con infecciones bacterianas o víricas, dolores agudos o crónicos, emociones, alegrías, disgustos, etc. y cualquier otra situación capaz de alterar los equilibrios físicos o psíquicos del ser humano.

Estas situaciones tan cambiantes obligan a los pacientes a realizarse controles continuados de glucemias capilares y a administrarse el tipo y las cantidades de insulina más convenientes para cada circunstancia de su vida, teniendo siempre en cuenta los riesgos de episodios de hipoglucemias graves que se presentan con mayor frecuencia por las noches, debidos a las variaciones de sensibilidad de la insulina con el descanso y a los intentos de evitar los efectos hiperglucemiantes matutinos por la formación de otras hormonas.

Hoy por hoy, debemos reconocer que es muy difícil, además de muy costoso desde el punto de vista económico, llegar a conseguir un control correcto de la glucemia a base de inyecciones de insulina, que precisaría de: múltiples y variadas dosis de insulina, planificación exhaustiva de los tipos de alimentos, actividades físicas, tiempos de reposo y situaciones previsibles de estres, en relación a las dosis a inyectarse, frecuentes controles diarios de la glucemia capilar, definición de niveles aceptables de glucemia y planes de ajustes personalizados, apoyos técnicos y psicológicos de los equipos de seguimiento y controles periódicos de la HbA1c (Hemoglobina glicoxilada).  

 

Mi actitud ante los diabéticos ha sido en primer lugar, la de abrirles una puerta a la esperanza, haciéndoles ver que es posible, en la mayoría de los casos recuperar el equilibrio hormonal inicial y restablecer el funcionamiento normal del sistema, a base de mantener en lo posible una situación estable de equilibrio integral de las personas, mediante una alimentación bien planificada y compensada, junto con la normalización de sus estilos de vida.

El futuro que tenían por delante los diabéticos, plagado de complicaciones y limitaciones de todo tipo no era muy halagüeño ni prometedor y cabía la esperanza de mejorar el presente o al menos intentarlo.

Los diabéticos somos los individuos metabólicamente más sensibles y nuestros márgenes de maniobra con el medio en el que nos desenvolvemos son bastante más limitados, en relación al resto de los humanos.

 Mientras la mayoría de las personas no diabéticas pueden permitirse varias licencias y desordenes en su vida cotidiana, los diabéticos somos capaces de acusar cualquier ligera desviación en nuestro comportamiento. Es como si el camino por el que transitamos fuera sensiblemente más estrecho que el de los demás y tuviéramos desniveles a ambos lados de la vía por los que podríamos precipitarnos. Mientras el común de los ciudadanos deambula por carreteras sensiblemente más amplias, que les permiten márgenes superiores de movilidad sin el riesgo de salirse de la calzada, nosotros tenemos que transitar únicamente por el centro, so pena de complicaciones severas.

La aceptación de estas premisas en la práctica diaria nos permite volver a la normalidad y llevar una vida totalmente regular con una calidad de vida y una longevidad, similares a las de nuestros compañeros de viaje, cuando no superiores, al haber entendido, aceptado y practicado desde los primeros embates las reglas de juego más adecuadas para el organismo humano.

En consonancia con estas reflexiones estoy lógicamente en contra de quienes defienden y proponen para los diabéticos la panacea de llevar una vida más libre y anárquica, sin someterse a comidas ni horarios estructurados, con la engañosa oferta de alcanzar una "creatividad sin restricciones", solo compensado con un "tratamiento intensivo y flexible" a base de múltiples autocontroles de la glucemia capilar y las correspondientes dosis de las insulinas más adecuadas al momento.

Por el contrario y en concreto trato de animar a mis clientes a nutrirse adecuadamente para restablecer el equilibrio en su maltrecho eje "Insulina-Glucagón", que nos garantizará la cobertura plena de todas las necesidades energéticas, demandadas por nuestras células, a la vez que nos va a permitir la renovación celular en todos los frentes y muy especialmente en los órganos más afectados por los malos tratos inferidos anteriormente.

La formula es siempre la misma: "Darle al sistema lo que él necesita en cada momento para su mantenimiento y regeneración". Ya habrá adivinado el lector que es tan sencillo como lo que hace una madre con su niño lactante: proporcionarle el alimento adecuado y suficiente cuando tiene hambre, que normalmente se concreta en una toma cada tres o cuatro horas y un total de cinco a seis comidas al día. Con frecuencia comento que estas verdades de “Pero Grullo” ya las recomendaría mi abuela, que era una matrona con sentido común, hace más de 100 años.

Así pues, en todas las comidas ajustaremos los hidratos de carbono y las proteínas alrededor de la proporción 4 / 3, procurando que los hidratos elegidos tengan un "Índice Glucémico bajo", es decir, que su absorción sea lenta para no provocar excesos en la glucemia postprandial. Las proteínas elegidas deben ser de alta calidad, o sea, portadoras y suficientes en los ocho aminoacidos esenciales para el ser humano.

Siempre insisto en que no basta con equilibrar la comida y que esta sea suficiente, sino que hay que garantizar su absorción plena, evitando las pérdidas de nutrientes por los vómitos o por las heces. En la práctica general suele dar buen resultado tomar conciencia de la importancia de la masticación y del disfrute derivado de la degustación y paladeo de los alimentos y la convicción de que los alimentos son nuestra mejor y más saludable de las medicinas.

Con esta medida dietética tan elemental las glucemias permanecen bastante estables, se administran mejor los depósitos de glucógeno, va desapareciendo la sensación de hambre o de “falsa ansiedad”, las necesidades de insulina se reducen a mínimos y se empieza a correr el riesgo de "hipoglucemias", derivadas del "exceso relativo" de los hipoglucemiantes, que anteriormente eran necesarios.

Organizar la estrategia idónea para que cada usuario sea capaz de reordenar la toma de sus medicamentos o de sus insulinas, ajustándolos a las necesidades de cada momento de su vida, es la tarea más delicada a la que nos tenemos que enfrentar, hasta lograr, si es posible, la no dependencia de ayudas externas para el mantenimiento de un estado óptimo de salud.

Si los Médicos de Atención Primaria, los Médicos especialistas en Endocrinología y Nutrición y las Enfermeras Especializadas en Diabetes, que vienen haciendo una labor inconmensurable, han conseguido informar y educar a los pacientes en los objetivos del "autocontrol" y las ventajas en salud que les reporta, el éxito estará casi garantizado, dependiendo únicamente del grado de implicación del paciente y de la capacidad regenerativa de su organismo.

El ejercicio físico moderado y rehabilitador debe estar siempre en el programa de recuperación de los pacientes diabéticos, adaptado por supuesto a las posibilidades y capacidades de cada individuo, teniendo presente que "órgano que no se estimula se atrofia" y que "la regeneración celular y orgánica se produce a demanda".

No quiero obviar la importancia vital que representa el garantizar un descanso suficiente y reparador, que suelo cifrar alrededor de 8 horas, más uno o dos descansos de entre 10 y 30 minutos por día. Igualmente insisto en cambiar ciertas actitudes ante la vida, cuando estas son provocadoras de estrés, puesto que "nada ni nadie debe ser tan importante como para impedir o dificultar nuestra regeneración".

Los extraordinarios resultados obtenidos por muchos pacientes diabéticos, entre los que me encuentro, que hemos aprendido a poner en práctica el autocontrol de nuestro estado de salud, permiten ser moderadamente optimistas y volver a creer en las fuerzas de la naturaleza, que siguen siendo capaces de regenerarnos, cuando le proporcionamos las mínimas condiciones para ello.

El primer paso teórico, que todos los médicos proponemos a nuestros pacientes suele consistir en recomendar el abandono de ciertos hábitos nocivos, la práctica moderada de ejercicio físico, el control del peso y el seguimiento de una dieta equilibrada, para, a continuación, centrarnos en la receta de los fármacos, que nos parecen los más adecuados a las necesidades de los pacientes.

Cada vez la eficacia real de los cambios higiénicos dietéticos la tenemos más en entredicho, probablemente influenciados por la mayoría de las publicaciones técnicas a las que tenemos acceso. Estas publicaciones, como es lógico y comprensible, no tienen especial interés en promoverlos, antes bien los obvian y defienden primordialmente el uso de sus productos estrella para paliar, mejor que erradicar, cualquier tipo de patología.    

Desearía que, tras el análisis de estas reflexiones y de los resultados tan fácilmente comprobables y reproducibles, fuéramos cada día mayor el número de los profesionales sanitarios y los pacientes que tomáramos conciencia de que el autocuidado y la potenciación de las capacidades regenerativas del organismo, pueden aportar soluciones importantes en materia de salud, a la vez que se reducen notablemente los desorbitados gastos sanitarios actuales.

NOTA: Los editoriales no pretenden tratar los temas de manera exhaustiva, sino únicamente señalar algunos aspectos puntuales, que al autor le han parecido interesantes en este momento.        

HIPERGLUCEMIA

Recordemos aunque sea brevemente los efectos perniciosos que el exceso de glucosa en la sangre es decir la diabetes produce en nuestro organismo.

Hemos comentado anteriormente que la presencia de glucosa en el torrente sanguíneo (la glucemia) es imprescindible para la nutrición de los 60 billones de células de nuestro organismo, sin este alimento las células mueren de inanición en pocos minutos, pero su exceso también es demoledor a medio y largo plazo.

Las células más sensibles ante la variación de los niveles de la glucemia son las del cerebro y se ven afectadas tanto por su exceso como por su defecto. La hiperglucemia daña el núcleo ventromedial del hipotálamo, dado que en algunas de sus células los glucoreceptores son extremadamente sensibles a los niveles altos de glucosa, que se ven afectados seriamente. No olvidemos que el hipotálamo es el centro regulador de los sistemas de comunicación hormonal y más especialmente de la glucemia.

RESUMEN TÉCNICO

Además de la neurotoxicidad inducida en el hipotálamo, derivada de la elevada concentración de la glucemia, está la formación de los productos llamados AGE (productos terminales avanzados de la glicoxilacion). Los AGE son el resultado final de una serie compleja de reacciones bioquímicas, provenientes de la combinación de hidratos de carbono y de proteínas (la glucosa es una molécula de gran poder reactivo y se une a otros aminoácidos también reactivos).  

Un fenómeno semejante al de la reacción de Maillard se produce en el interior del cuerpo de los diabéticos con elevadas glucemias y producen los AGE , que se polimerizan y afectan a las proteínas colindantes,  haciéndolas pegajosas y tendentes a adherirse al interior de los vasos arteriales y capilares, provocando reducciones en su luz y favoreciendo arteriosclerosis generalizada, insuficiencia renal, insuficiencia coronaria, pérdida de memoria, ceguera, etc.

De forma especialmente dramática observamos la retinopatía, la nefropatía y la neuropatía diabéticas, triste resultado de los procesos de glicoxilación de las proteínas del organismo, culpable de los mayores perjuicios de la diabetes.

Podríamos imaginar a los eritrocitos o glóbulos rojos del cuerpo en su labor de llevar a todas las células del organismo el oxígeno recogido en los pulmones, atravesando por los canales arteriales. Si estos pasos se van estrechando conforme nos acercamos a los capilares, hay cada vez más posibilidades de quedarse embarrancados si están pegados entre ellos por culpa de la glicoxilación.      

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