Editorial: Salud/Enfermedad

Salud/Enfermedad

DEFINICIÓN

Por Alberto Martínez-Arrazubi

La Salud no es un regalo divino que dependa de fuerzas sobrenaturales, ni un premio ligado a los designios del azar, que puede tocar o no en función de la suerte y con independencia de la voluntad del receptor.

Algunos la piden insistentemente en sus oraciones, creyendo que es algo mágico e inalcanzable para el ser humano y depende de fuerzas sobrenaturales que la reparten más o menos magnánimamente a quienes ellas arbitrariamente seleccionan.

Hay slogans publicitarios que incitan “a regalar salud” o “a garantizarla” como si fuera un artículo difícilmente alcanzable, que debemos solicitar y alcanzar únicamente de los centros altamente especializados e inaccesibles para la mayoría de la sociedad.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define con precisión el tema y dice que “la Salud es el perfecto Bienestar Físico, Mental y Social”. Es decir, que tener Salud es lo mismo que encontrarse perfectamente bien físicamente, mentalmente y en armonía con nuestro entorno socio-familiar y cultural.

En concordancia con lo expuesto anteriormente, la Salud es la lógica consecuencia de haber alcanzado situaciones que provocan el estado de bienestar. 

Una persona está bien cuando no tiene ni hambre, ni sueño, ni frío, ni calor excesivo, ni dolor, ni inmovilidad, ni tristeza, se siente feliz con ella misma y con su entorno.

En realidad todo esto es perfectamente alcanzable en nuestro mundo desarrollado, si nuestro cuerpo dispone de los elementos necesarios para su correcto desarrollo y mantenimiento, dentro de unos márgenes muy concretos, que varían en función del grado de tolerancia que el individuo haya heredado o desarrollado.

El concepto de salud que preconiza la O M S no está ligado por lo tanto a la ausencia de enfermedades, sino más bien al logro de un estado completo de bienestar físico, psíquico y social, que permite al organismo crecer, vivir y regenerarse según sus condiciones endógenas, adaptándose a los factores ambientales. 

Para lograr ese perfecto bienestar físico es imprescindible que nuestro cuerpo disponga al cien por cien de aquellos elementos, que le son necesarios para su correcto desarrollo y mantenimiento, sabiendo que tanto los defectos como los excesos de cualquiera de los nutrientes pueden impedir ese hipotético bienestar.

Es decir que todos los elementos, que son esenciales para nuestro cuerpo, deberán estar presentes e indefectiblemente disponibles, dentro de unos márgenes muy concretos, que varían en función del grado de tolerancia que el individuo haya heredado o desarrollado.

El concepto de salud que preconiza la O M S no está ligado por lo tanto a la ausencia de enfermedades, sino más bien al logro de un estado completo de bienestar físico, psíquico y social. Un estado que permite al organismo crecer, vivir y regenerarse según sus condiciones endógenas, adaptándose a los factores ambientales, mientras consigue mantener un perfecto funcionamiento global.

EL FACTOR EDAD

Con frecuencia atribuimos a la edad una importancia desmesurada, haciéndole responsable de achaques y enfermedades que en justicia no le son propios. Oímos decir que la obesidad aumenta con la edad, que la hipertensión hace lo mismo, que tenemos diabetes porque somos mayores, que la artrosis, la pérdida de memoria, la capacidad mental, etc., obedecen a un deterioro imparable producido por la edad.

Esta apreciación por muy común y evidente que parezca no es rigurosamente cierta y está influenciada de un pesimismo atroz, además de apoyarse en observaciones superficiales y erróneas.

La edad entendida como paso del tiempo o periodo durante el que ocurren eventos, es simplemente un factor o circunstancia que permite la acumulación o multiplicación de los resultados que se están originando a lo largo de la vida, de forma que si lo que se produce es positivo el paso del tiempo va a mejorar el estado inicial y viceversa, si lo que acontece es un deterioro o una destrucción, con el paso del tiempo se irá constatando el agravamiento de la situación de partida.

Conviene pues, esforzarnos en pensar y expresarnos con propiedad, culpando de nuestras limitaciones y problemas de salud no a la edad, sino a la falta de cuidados adecuados, que, si perduran en el tiempo, nos provocarán el deterioro de la salud y hasta una muerte prematura.

Podríamos decir que "continuamente nos estamos construyendo y, o destruyendo" en función del trato positivo o negativo que le estemos dando a nuestro cuerpo.

En definitiva estamos inmersos en un proceso vivo e imparable, cuyo resultado esta dependiendo continuamente de los balances positivos o negativos que obtengamos en cada situación coyuntural.

Decíamos que nuestro sistema necesita alimentarse adecuadamente, veamos pues de qué se nutren nuestras células.  

Las células de nuestro organismo necesitan constantemente estar en contacto con la glucosa y con el oxígeno, a partir de los cuales obtienen su energía en forma de ATP (trifosfato de adenosina), pero si les falta su alimento durante más de 5 minutos, entran en crisis y mueren  prematuramente.

Podríamos imaginarnos nuestro cuerpo como un inmenso invernadero con 60 billones de plantas,  todas conectadas a un líquido que circula sin descanso, día y noche, propulsado por una bomba infatigable.

En nuestro caso es el corazón quien lleva el azúcar, el oxigeno, las proteínas, las vitaminas  y los minerales, todo ello en proporciones óptimas y estables, para que todas y cada una de aquellas células puedan obtener la energía necesaria para vivir y multiplicarse.

Sabemos los desastres que nos ocurren cuando hay una alteración cardiaca y falla la bomba impulsora, que distribuye los nutrientes y también sabemos que algo similar ocurre cuando nos falta el oxígeno por cualquier complicación respiratoria.  Pero quizás no seamos tan conscientes de los problemas derivados de la carencia de alimentos, cuando no aportamos a nuestras células la cantidad de macro y micronutrientes, necesarios para su alimentación y correcta supervivencia y las estamos condenando a una vida en precario que las debilita y destruye lenta pero irreversiblemente.

Tenemos que ser conscientes de que cada día, cada hora y cada momento estamos naciendo y muriendo en alguna  parte de nuestro cuerpo y que el balance vital será positivo o negativo en función de las  condiciones más o menos favorables a las que sometamos a nuestro organismo.

En resumen podríamos reconocer como bueno el viejo lema de "renovarse o morir”.

Con frecuencia nos sorprende tanto la perdurable juventud de algunas personas como el prematuro envejecimiento de otras y la clave no es cuestión de buena o mala suerte, sino de los cuidados que estamos aportando día a día a nuestro organismo.

Cada día un mayor número de estudiosos aseguran que los procesos del envejecimiento son algo natural y fisiológico y no deben identificarse con las patologías que acompañan habitualmente a la edad, puesto que estas son fruto de los estilos de vida inadecuados y de la mala interacción con el medio ambiente.

GENOMA Y AMBIOMA

Llamamos genoma al conjunto de condiciones y capacidades, que han sido heredadas genéticamente por un individuo para el desarrollo de su vida y la de su especie. Por contraposición podemos llamar “ambioma” al conjunto de circunstancias, acciones y reacciones, que soporta el organismo, derivadas de la interacción con el medio ambiente en el que se desarrolla.

Así pues la Salud será la lógica consecuencia o el fruto esperado de una correcta interacción de nuestro genoma con el medio ambiente en el que nos desenvolvemos y del que dependemos. Para algunos expertos el resultado final de nuestro estado de Salud obedece prioritariamente al “Ambioma”, es decir más al resultado de nuestra relación con el medio ambiente, que al “Genoma”, cuyas manifestaciones negativas se expresan fundamentalmente cuando las condiciones medioambientales no resultan adecuadas a las necesidades del sistema y se superan los límites de tolerancia.

Es como si la herencia genética condicionara los márgenes de maniobra en los que el ser humano se va a poder desenvolver, para no sufrir alteraciones en su equilibrio  de salud.

A la hora de buscar la etiología profunda de las enfermedades existen dos tendencias antagónicas y complementarias, que hacen hincapié en extremos opuestos y mientras un modelo plantea como origen principal de las enfermedades las causas genéticas o endógenas, el otro culpa a los factores externos medio-ambientales y más concretamente a la Interacción del individuo con su medioambiente.

El control epigenético puede modificar la lectura de un gen, sin cambiar el código del ADN, al igual que en el ajuste de la sintonización del televisor se puede alterar la apariencia del diseño de la pantalla, aunque en realidad no se está transformando el diseño de la emisión original. Ése es precisamente el papel de las proteínas reguladoras, que actúan como “sintonizadores” epigenéticos y pueden crear más de dos mil variantes de proteínas a partir de un mismo molde génico.

A título de curiosidad comento que hay científicos que ponen cifras a las posibles influencias del Genoma y del Ambioma en los resultados de la supervivencia humana, dándole al genoma un máximo del 25% de la carga y responsabilizando del 75% restante al Ambioma.  

En principio partimos de que nuestro organismo es un sistema cuasi-perfecto con una capacidad extraordinaria para adaptarse a todo tipo de adversidades, como lo ha venido demostrando a lo largo de los seis millones de años, que, según los antropólogos, llevan los homínidos precursores de la especie humana, sobreviviendo en este planeta.

Hay que reconocer que nuestro sistema orgánico ha sido y sigue siendo capaz de superar todo tipo de adversidades, siempre que le demos tiempo y condiciones para poder interactuar con el ambioma y abordar los retos que se le presenten.

Realmente nuestro organismo es un sistema muy poderoso y muy complejo, a la vez que muy sensible y muy dependiente del medio. Lo podríamos comparar con un extraordinario programa informático de contabilidad, capaz de producir los informes más complejos y sofisticados, pero para ello necesita que se le aporten todos los datos básicos elementales. Sin ellos toda la enorme capacidad del sistema queda anulada y produce resultados inexactos o erróneos.

Los seres vivos estamos siempre en un proceso de adaptación-evolución, manteniendo un equilibrio dinámico, sin parar nuestro reloj biológico y dentro de una continua disputa frente a billones de seres vivos, que también pugnan por su supervivencia

Los biólogos afirman que nuestro cuerpo tiene unos 60 billones de células en continuo desarrollo, es decir, que nacen, crecen, se reproducen y mueren continuamente. Calculan que diariamente se nos mueren entre 50 y 100 millones de células, que lógicamente debemos reponer constantemente, si no queremos vernos progresivamente mermados y prematuramente envejecidos.

Esta constatación nos condiciona a tener que ocuparnos de manera prioritaria en el mantenimiento y en la renovación de todas las células, sin permitirnos el menor descuido en estos menesteres, dado que cualquier olvido lo vamos a pagar con la muerte de varios miles o millones de ellas.

Nuestro maravilloso organismo, por otra parte es muy elemental y sencillo, pues para desarrollar todo su potencial solo necesita cosas tan elementales y básicas como alimentarse adecuadamente, descansar lo suficiente, mantenerse correctamente estimulado tanto física como mentalmente y perseverar en la lucha por la vida con la fuerza del instinto y de la razón.

Todo ser vivo precisa de una cápsula, membrana o piel que lo limite y lo independice del medio ambiente en el que se desenvuelve. Esa piel debe tener mecanismos y soluciones para poder explorar el entorno que le rodea, conocerlo e interactuar con él para protegerse y servirse de él.

Para que un ser vivo pueda desarrollarse y reproducirse el medio debe mantenerse estable en sus constantes físico-químicas, sus fluctuaciones deben ser ligeras y permitir adaptaciones progresivas y perdurables en el tiempo y así sea posible la renovación del individuo y de la especie.

El medioambiente debe ser muy abundante en los macronutrientes y micronutrientes que el ser vivo precisa, con una gran capacidad de renovación para evitar el agotamiento de las existencias, puesto que cualquier deficiencia o alteración brusca del medio puede condicionar la supervivencia de los individuos.

Por su parte el ser vivo irá creciendo, sirviéndose del medio, adaptándose a él constantemente y a su vez se irá haciendo cada vez más dependiente del mismo, de manera que cualquier variación brusca de las condiciones del medio pueden resultar incompatible con la supervivencia.

Cuanto más complejo es el ser vivo mayores son sus necesidades. Sabemos que algunas esporas son capaces de sobrevivir en medios extremadamente secos o húmedos, pueden soportar temperaturas altísimas y sobrevivir en hielos milenarios, sin perder su capacidad de crecer y multiplicarse cuando las condiciones le son propicias.

Sin embargo los seres humanos estamos mucho más limitados por ser animales muy complejos y por lo tanto con mayor dependencia de la estabilidad del medio. Nuestros márgenes de tolerancia son mucho más estrechos, precisamos disponer de todos los macronutrientes y de todos los micronutrientes que necesita nuestro cuerpo, que el medio esté libre de otros seres patógenos, cuya presencia pudiera poner en peligro nuestra integridad, que el medio sea capaz de tolerar nuestros detritus y eliminarlos, etc., de tal forma que cualquier alteración en nuestro medio ambiente estará provocando una tensión puntual que, de no resolverse pronta y satisfactoriamente, generará un desequilibrio más o menos compatible con nuestro estado de bienestar.

Los márgenes de tolerancia de los seres vivos frente a las condiciones medioambientales no son totalmente estables y uniformes, sino que dependen de las condiciones genéticas heredadas, además de que pueden modificarse, ampliándose o reduciéndose en función de factores como el entrenamiento, el desarrollo, la edad, el grado de equilibrio hormonal, etc., de forma que para unos individuos de la misma especie ciertas circunstancias medioambientales pueden resultar insuperables, mientras que a otros, mejor entrenados, con mejores condiciones genéticas de salud y con mejor adaptación al medio, la superación es algo normal en su acontecer diario.

Podemos concluir que la salud está directamente ligada al equilibrio interno y este se manifiesta como bienestar o malestar general. 

Para que un organismo vivo pueda disfrutar de ese estado idílico de Salud sabemos que debe interactuar con el medio ambiente y obtener de él todos los recursos necesarios para su supervivencia, tales como unas estables y adecuadas condiciones de temperatura, humedad, oxigenación, higiene, agua, macro, micronutrientes, etc., además de poder optar y aprender a defenderse de las agresiones del entorno.

Con demasiada frecuencia ignoramos el papel que juega la energía en la salud y en la enfermedad y tendemos a pensar que, si hay un problema en el sistema, una enfermedad por ejemplo, su origen debe atribuirse a una alteración en alguno de los pasos del proceso químico. En consecuencia creemos que, proporcionando a la célula un sustituto del elemento defectuoso, el problema puede ser totalmente reparado. Por ello los investigadores de la industria farmacéutica deben siguen buscando píldoras mágicas y genes de diseño.

La experiencia sin embargo nos demuestra que, por ejemplo, una terapia de sustitución con hormonas sintéticas puede producir notables efectos secundarios y en consecuencia enfermedades cardiovasculares y disfunciones neuronales, de tal forma que el conjunto de los efectos adversos de los fármacos han provocado que la iatrogenia sea actualmente la tercera causa de muerte en los Estados Unidos.

Según Einstein no vivimos en un universo con cuerpos físicos independientes separados por espacios muertos. El universo es un único e indivisible agujero dinámico en el que la energía y la materia están tan estrechamente relacionadas que resulta imposible considerarlas elementos independientes.

Si los organismos vivos reciben e interpretan correctamente las señales ambientales, pueden permanecer con vida y garantizar su supervivencia, que está directamente relacionada con la velocidad y la eficacia de la transferencia de esas señales.

La velocidad de las señales electromagnéticas es de unos trescientos mil kilómetros por segundo, frente a la velocidad de difusión de una sustancia química que suele ser inferior a un centímetro por segundo, siendo además las primeras mucho más eficaces que las señales químicas.

ESPECTATIVA DE VIDA

Los expertos en el estudio del envejecimiento humano se van poniendo de acuerdo tanto en la cantidad de años que podemos vivir como en las causas que reducen la cantidad y calidad de nuestra expectativa de vida.

No cabe duda de que cada vez hay un número mayor de personas centenarias y en España los estudios prospectivos calculan que para el año 2050 se superarán las 50.000, siempre que no se den cambios socioculturales que modifiquen la tendencia actual, pues sabemos que la calidad y los años de vida corren paralelos a los hábitos saludables y a los cuidados que nos proporcionamos.

Cada vez son más los científicos que consideran al envejecimiento como un proceso fisiológico natural, que debe cursar con salud plena y por lo tanto sin enfermedades, puesto que las patologías, que hoy asociamos a la edad no son propias de ella, aunque una observación superficial nos haga pensar lo contrario.

El objetivo de la Biomedicina es conseguir que podamos envejecer sin enfermedades, con plenitud de conocimiento y capacidad mental, sin necesidad de depender de los demás, de forma autónoma y saludable, durante un largo periodo de tiempo, que supere limpiamente los cien años.

Todos estos logros van a exigir un profundo cambio en los estilos de vida vigentes en la actualidad, que nos están llevando a un incremento constante de las enfermedades crónicas como la obesidad, la diabetes, el cáncer,las enf. Reumáticas, la HTA, las enf. vasculares, la ansiedad, la depresión, etc.

La mayoría de las enfermedades que padecemos son debidas a las agresiones del medioambiente y a la inconsciente persistencia de estilos de vida poco saludables, en definitiva, padecimientos atribuibles a una incorrecta interacción con el Ambioma.

La vejez según los expertos debe convertirse en un suave declinar de algunas de las funciones físico-psíquicas, sin padecimientos, ni dolores, ni pérdidas de memoria, ni de las capacidades de autogestión y debe ser compatible con una vida digna, activa, creativa y satisfactoria, durante al menos 120 años con una buena calidad de vida, debiendo buscar los factores aceleradores del envejecimiento en los malos tratos que nos proporcionamos.

En realidad no debería extrañarnos estas  conclusiones dado que somos descendientes de los supervivientes de nuestra especie, de quienes hemos heredado la capacidad para superar todas las circunstancias adversas, pudiendo salir airosos y reforzados en nuestra lucha por la vida, siempre que mantengamos activos nuestros sistemas de recuperación.

En todas las especies animales que consiguen la pervivencia ha habido millones y millones de individuos, que han perecido en el intento de poder adaptarse a las circunstancias ambientales.

El triunfo final solo ha acompañado a unos pocos individuos que lograron superar todas las dificultades en su relación con el medio, consiguiendo sobrevivir y transmitir a su descendencia las claves de su éxito, mediante la información genética.

Nosotros los actuales humanos somos hijos de los supervivientes y por lo tanto tenemos en nuestra carga genética heredada la capacidad de superar la mayor parte de las enfermedades comunes, siempre que nuestro sistema este bien nutrido y se mantenga en forma.

Concretando la reflexión debemos concluir que, si los seres humanos actuales llegáramos a disponer de todos los recursos necesarios, seriamos capaces de superar con éxito cualquier tipo de agresión, que nos pudiera acontecer, con las mismas armas que de manera inconsciente y natural ha venido utilizando el género humano a lo largo de su existencia.

La clave sería entonces conocer con precisión cuales son las reglas de juego que nos pueden  permitir superar, al igual que a nuestros antepasados en su momento, cualquier alteración, desequilibrio o enfermedad que nos sobrevenga.

Estos instrumentos por otro lado no deben ser muy sofisticados puesto que se fraguaron a lo largo de la historia de los homínidos, es decir, durante unos seis millones de años y han continuado igualmente en nuestra especie (homo sapiens), al menos durante los últimos doscientos cincuenta mil años de existencia en el planeta tierra.

Además sabemos que esta información nos ha sido transmitida genéticamente, como una característica de nuestra especie y no se ha modificado en los últimos 100.000 años. Por lo tanto, si queremos buscar las peculiaridades alimentarias  y ambientales que condicionaron nuestra actual genética, deberemos reinterpretar nuestro pasado biológico y buscarlas en la prehistoria, en el periodo neolítico o en el paleolítico, cuando los seres humanos eran recolectores y cazadores.

No sería tan adecuado centrarnos únicamente en la historia de los últimos 5.000-10.000 años, cuando nos hicimos agricultores y ganaderos, adaptándonos a una alimentación más concentrada, menos diversa y consiguientemente más limitada, basada en los cultivos de ciertos cereales y legumbres y en la disponibilidad de proteínas a partir de la ganadería.

Por supuesto que con menor rigor nos podremos basar en las condiciones alimentarias y socio-culturales derivadas de la revolución industrial y del trabajo sedentario que actualmente disfrutamos y padecemos, para cuya implementación no se han tenido en cuenta las exigencias y necesidades, que nuestro organismo siempre ha precisado para lograr su óptimo desarrollo.

Es necesario ajustar nuestros actuales estilos de vida, de manera coherente con los dictados de nuestros genes, que por el momento parece que siguen y seguirán, en la práctica, biológicamente anclados en su lento proceso evolutivo.

Existe otra forma de acercarnos a esas condiciones óptimas naturales y se trata simplemente de observar a las tribus primitivas que coexisten todavía en las selvas amazónicas y en otras partes del mundo. Tribus, cuyos miembros siguen siendo recolectores y cazadores, que viven prácticamente al día, sin almacenar alimentos, adaptándose a los ciclos biológicos y sirviéndose del medio ambiente, que les rodea.

También nos puede ayudar en la búsqueda de las condiciones primitivas y naturales del ser humano, el observar a los lactantes y tomar nota de los macro y micronutrientes que comen, cada cuanto tiempo lo hacen, cuando y con qué periodicidad duermen, con que estímulos se desarrollan física y psíquicamente, como se relacionan, comparten, aprenden, juegan, etc.

Lo interesante es llegar a descubrir para el ser humano, cuales son las condiciones óptimas para vivir en plenitud, para renovarnos día a día, para mantener nuestras defensas, capaces de superar cualquier tipo de agresión infecciosa y para que nuestro sistema hormonal consiga y mantenga el equilibrio dinámico, que nos permita disfrutar de ese bienestar físico, psíquico y social que llamamos Salud.

En mi opinión personal, una vez que ya tenemos controladas suficientemente las condiciones medioambientales, los pilares o fundamentos de la salud, que precisamos y anhelamos se pueden reducir a cuatro puntos: la Alimentación  completa y adecuada, el Descanso reparador, la Estimulación física y psíquica y el Apoyo mental o (Mentalización), que integrando en armonía el instinto y la razón nos van a permitir vivir en plenitud.

Todas y cada una de estas bases son necesarias e imprescindibles, todas interactúan y se complementan entre sí, garantizándonos equilibrio y salud, de forma continuada mientras todas ellas estén presentes.

Según lo expuesto podríamos avanzar un paso más y reconocer que si la salud es lo mismo que el bienestar, la no salud, es decir la enfermedad es lo mismo que el malestar.

Por otro lado si el bienestar es fruto de la armonía y del equilibrio de todos los procesos bioquímicos y estos, a su vez, dependen de la estabilidad de los ejes hormonales, que regulan todas las funciones vitales, concluiremos que los síntomas y signos que definen la enfermedad son únicamente manifestaciones del desequilibrio interno, derivado de algún déficit o de alguna inadecuada interacción con el ambioma.

LA ENFERMEDAD

La salud (bienestar) y la enfermedad (malestar) son manifestaciones del grado de equilibrio hormonal alcanzado por el organismo y forman parte integrante de la propia vida, como consecuencia directa de los procesos biológicos y de las interacciones de nuestro genoma con el medio ambiente físico, psíquico y social.

La enfermedad se puede entender bien como un proceso activo, que afecta al ser vivo o bien como la consecuencia del mismo proceso y se caracteriza por una alteración del estado de salud. Este proceso de enfermedad puede ser provocado por factores, tanto internos del organismo, como externos a él.

Cada vez más habitualmente consideramos a la enfermedad como una situación de desequilibrio, que se opone al estado de bienestar o salud (paradigma del perfecto equilibrio), puesto que interpretamos que la enfermedad es un efecto negativo, consecuencia de algún tipo de alteración o desarmonización en el equilibrio hormonal y orgánico.

En pura teoría, solo debería existir una sola enfermedad, opuesta a una sola salud, pero la identificación de diferentes procesos y estados que alteran el bienestar, nos ha llevado a distinguir un enorme número de entidades nosológicas, unas interpretadas como enfermedades y otras como síndromes, entidades clínicas, alteraciones, trastornos, etc., dependiendo de las tipificaciones y clasificaciones, tradicionalmente determinadas por la experiencia humana.

Las enfermedades son en realidad categorías mentales, cada una de las cuales tiene un significado particular, que le proporciona la individualidad necesaria para que pueda ser entendida como una entidad nosológica distinta de las demás, en función de los elementos diferenciales que la caracterizan, aunque en bastantes casos, existen lagunas e incertidumbres en algunos aspectos que hacen difícil alcanzar una descripción precisa.

Así pues todas las enfermedades que han sido descritas a lo largo de la historia de la Medicina tienen componentes conceptuales que las categorizan y proporcionan puntos de referencia, para permitir valorar los aspectos comunes y los diferenciales entre unas y otras entidades nosológicas.

Entre las principales manifestaciones clínicas que presenta un individuo, que está siendo víctima  de una enfermedad, debemos señalar los signos y los síntomas referidos por él, como los referentes esenciales que permiten definir su cuadro clínico.

Los Síntomas son la expresión personal del enfermo sobre la propia percepción de la enfermedad que le aqueja, tienen un carácter subjetivo, son elementos muy variables, a veces poco fiables o no muy bien definidos, cuya interpretación puede resultar difícil, no obstante tienen un gran valor dentro del proceso diagnóstico.

Por ejemplo, la sensación de dolor que es uno de los principales síntomas que empujan al paciente a solicitar atención médica, puede resultar de difícil interpretación, pues no es infrecuente observar a individuos que lo magnifican, mientras otros lo minimizan extremadamente.

Los Signos Clínicos son indicadores obtenidos de los exámenes y exploraciones, realizados y recogidos de la corporalidad del paciente a partir de la observación, el olfato, la palpación, la percusión, la auscultación y de la aplicación de diversas maniobras especificas.

En general podemos decir que la enfermedad supone una alteración funcional, que puede afectar a la estructura de un órgano o de un sistema concreto y puede llegar a poner en riesgo las reacciones vitales de todo el organismo.

La enfermedad también podría definirse como el resultado de una respuesta inadecuada o insuficiente frente a los estímulos, bien por déficit en los mecanismos de adaptación, bien por falta de las reacciones adecuadas ante las demandas.

De todas formas lo lógicamente esperable en presencia de un medio ambiente amigable o bien controlado, sería el estado de salud pleno, dado que nuestro organismo dispone de un programa activo de crecimiento con los mecanismos de adaptación necesarios para un correcto desarrollo de todas y cada una de sus funciones.

Esto es así al menos durante los treinta primeros años de vida, aunque poco a poco va perdiendo esa capacidad de regeneración total y se va limitando, pero siempre en función de los estilos de vida adoptados, que entorpecen una correcta interacción con el medio ambiente físico, psíquico y sociocultural.

Si nuestro organismo está capacitado para superar todo tipo de eventualidades y dispone de los adecuados mecanismos de adaptación para obtener el máximo nivel de salud, deberemos emplear nuestro esfuerzo fundamentalmente en suavizar o evitar las condiciones agresivas o extremas del medio ambiente y en aportar todos los recursos, que precise nuestro organismo para su correcto desarrollo.

Según estas premisas no parece coherente ni aceptable ni justificable que en nuestra “desarrollada y opulenta sociedad” haya un número de enfermos tan elevado, que sigue de manera imparable en continuo crecimiento. Algo estaremos haciendo mal, cuando la sombra de la enfermedad cada vez es más alargada y amenazante.

De siempre se ha atribuido un papel fundamental a los genes heredados a la hora de valorar los logros en la salud, pero cada día está más en entredicho su preponderancia y se estima que su participación no supera el 25 % de la influencia total.

Por otro lado van ganando terreno los defensores de la interacción con el medio ambiente, quienes demuestran que hasta un 75 % de los logros en salud deben ser adjudicados a este conjunto de hábitos saludables y estilos de vida, que se podrían concretar en: Aprender a alimentarse, a descansar y relajarse, a llevar una vida activa física y mentalmente y a organizarse la vida superando el estrés crónico.

Las causas que están detrás de las enfermedades, a las que se les puede atribuir su producción, generalmente no suelen ser muy patentes, ni fácilmente identificables, al menos para un buen número de ellas, mientras que para otras enfermedades la relación causa-efecto es más evidente, como es el caso de algunas enfermedades infecciosas.

Mediante la palabra “etiología” el lenguaje médico trata de identificar la o las causas de la enfermedad, tanto si estas son consideradas solo como posibles, como probables o como ciertas, aunque la causa de una enfermedad no siempre es única y en muchos casos se ha demostrado que son policausales, puesto que en ellas han intervenido varios factores patogénicos.

EQUILIBRIO Y SALUD

“In medio est virtus” reza la sabiduría clásica, avalada por la experiencia y la observación cotidiana, y en realidad esta aseveración se ajusta magistralmente al funcionamiento natural de nuestro organismo, que huye sistemáticamente de los extremos y busca afianzarse en las zonas equidistantes.

En nuestra relación con el medio ambiente tratamos habitualmente de encontrar situaciones intermedias en las que establecernos, si tenemos calor buscamos el frio y viceversa, si hay exceso de sol procuramos la sombra, si tenemos hambre (hipoglucemia) tratamos de alimentarnos y llegar a sentir la sensación de saciedad (normoglucemia), huimos del aire viciado por los humos y buscamos las corrientes de aire en las zonas menos contaminadas,  en definitiva la búsqueda del bienestar en sus múltiples facetas es el motor, que nos hace trabajar para procurarnos las condiciones idóneas de subsistencia.

Sin una buena razón para vivir no buscamos ni encontramos lógicamente la energía suficiente para superar las dificultades que nos presenta el medio ambiente. Todos conocemos casos de personas que tiran la toalla y se niegan a seguir peleando en la lucha por la vida y acaban abandonándose a su… “mala suerte”.

Solo cuando nuestro organismo está en equilibrio perfecto se siente satisfecho y aparece la sensación de bienestar, que si se consigue a todos los niveles (físico, mental y social), podremos confirmar que tenemos salud plena.

Todas nuestras hormonas, que son las encargadas de establecer y mantener el orden funcional, deben estar presentes en nuestro organismo y persistir en unos niveles adecuados, puesto que tanto su carencia como su exceso son incompatibles con el óptimo funcionamiento del sistema. Recordemos como la falta de insulina es incompatible con la vida de la misma forma que su exceso. Lo mismo podemos decir de     la hidrocortisona, la tiroxina, la serotonina, la dopamina, la melatonina, etc.

Según estas premisas el ser humano en el primer mundo, como nunca anteriormente,  tiene la posibilidad de disponer de múltiples recursos, capaces de dulcificar el medio y proporcionarse todas las claves para alcanzar el equilibrio y podría estar en condiciones óptimas para lograr y mantener la salud de manera continuada.

Hay que abrir una puerta a la esperanza y empezar a cambiar ciertas apreciaciones y conceptos antiguos, basados en experiencias traumáticas de un pasado plagado de restricciones y carencias, que orientaba a la sociedad hacia la única salida coherente, es decir, hacia la enfermedad y la muerte prematuras como consecuencia normal frente a las dificultades para el control del medio ambiente y el abastecimiento de recursos.

Hoy podemos decir que con los conocimientos y los medios actuales el ser humano del primer mundo, si está bien educado en la obtención de su salud, si se empeña y si se responsabiliza de su autogestión, puede llegar a vivir de manera natural en un perfecto estado de bienestar físico, mental y social. Es decir vivir en salud sin necesidad de una dependencia tan exhaustiva de los recursos médico-farmacéuticos.

Recientemente estamos asistiendo a un nuevo descubrimiento biológico que parece tener visos de extraordinaria importancia para la curación de numerosas enfermedades. Se trata de las llamadas “células madre” adultas que están demostrando su capacidad para regenerar cualquier célula, grupo celular y hasta un órgano completo, si persiste el entramado original.

Se denomina “terapia regenerativa” y está abriendo la puerta de la esperanza a muchos enfermemos, que por diferentes causas han perdido un órgano o parte de él y son candidatos a algún tipo de trasplante.

Las técnicas empleadas son diversas, aunque todas parecen seguir un protocolo básico común, consistente en seleccionar células madre adultas del candidato al trasplante, cultivarlas, estimularlas adecuadamente y ponerlas en contacto íntimo y persistente con la matriz estructural a la que previamente le ha sido eliminado el tejido celular dañado o incompatible con el receptor. Es como si al entramado del tejido conectivo le quitaran las células viejas o dañadas y las sustituyeran por unas nuevas de reciente fabricación a su medida según demanda.

El haber podido encontrar una solución tan extraordinaria para poder reparar los deterioros que sufre el organismo en el devenir de la vida nos llena de esperanza y nos hace soñar con la posibilidad de que algún día, con la valiosísima colaboración de unos sofisticadísimos laboratorios, seamos capaces de disponer de recambios para podernos sustituir las piezas estropeadas.

Pero amigos el descubrimiento de este mecanismo de renovación es en realidad tan novedoso?  No es el mismo procedimiento que utiliza la estrella de mar para regenerar el brazo perdido?  No coincide también con la secuencia que utilizan las lagartijas para recrear su cola?  Y acaso no está ocurriendo continuamente en nuestro cuerpo la renovación de las células que se nos mueren de forma natural y aun las que perdemos bruscamente en algunas lesiones traumáticas?

Entiéndanme bien no quiero restar la mínima importancia a los nuevos descubrimientos, que están llenando de esperanza a muchos investigadores y a muchísimos enfermos, pero quiero que nos demos cuenta de las soluciones maravillosas que nos está brindando la naturaleza diariamente y que podemos disponer de ellas ya.

En nuestro cuerpo hay células madre adultas, tenemos el mejor laboratorio del mundo para multiplicarlas y estimularlas, ellas saben encontrar perfectamente las células deterioradas y sustituirlas por otras nuevas (lo vienen haciendo con la mayor eficiencia desde el nacimiento), cada día nos sustituyen entre 30 y 50 millones de células y son las responsables de nuestra renovación celular.

Otro problema es si somos o no conscientes de su inestimable trabajo y si colaboramos adecuadamente en el proceso, aportando los materiales básicos suficientes y las condiciones medioambientales requeridas para su óptimo desarrollo funcional. 

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