Editorial: Las Hormonas

Las Hormonas

COMUNICACIÓN CELULAR

Por Alberto Martínez-Arrazubi

Desde los primeros seres unicelulares hace unos 4.000 millones de años existen los sistemas de comunicación para que las células puedan relacionarse con el medio. Inicialmente se ubicaban exclusivamente en la membrana de la célula y actuaban como agentes receptores y efectores, después en los seres pluricelulares, ante el incremento de la complejidad de las comunicaciones, algunas de las funciones de la comunicación fueron cedidas a los nervios y finalmente la naturaleza incluyó también a las hormonas, que pueden actuar a distancia y con la especificidad requerida.

La vida de una célula responde a su entorno físico y energético captado por su membrana y no mediante el núcleo celular ni por la actividad de sus genes, pues estos son únicamente los moldes moleculares necesarios para su reproducción.

Las células individualmente se regulan en función de lo que perciben del entorno y nuestra existencia está en última instancia regida por esa respuesta frente al medio, que ocurre tanto en los seres unicelulares como en los multicelulares.

Los seres humanos somos organismos multicelulares y por ello compartimos patrones básicos de respuesta con nuestras propias células.

Las células son organismos inteligentes, capaces de sobrevivir sin ayuda, como lo están demostrando los científicos, cuando separan células individuales de un tejido y las hacen crecer en otros medios de cultivo.

Todas las  células buscan activamente los entornos que les permiten su supervivencia, evitando aquellos que les resultan tóxicos u hostiles y para ello analizan miles de estímulos procedentes de su medio ambiente. Tras el análisis de los datos, seleccionan las respuestas apropiadas que mejor aseguran su supervivencia y son capaces de aprender de las experiencias ambientales, creando una memoria celular que transmitirán a su descendencia, mediante los genes que básicamente son la memoria física de las experiencias aprendidas por los organismos.

Se ha reconocido recientemente que el intercambio real de genes entre las distintas especies sirve para diseminar esas memorias y mejorar la supervivencia de todos los organismos que formamos parte de esta comunidad global de la vida.

A primera vista la complejidad del funcionamiento de un sistema tan sofisticado nos hace pensar en la fragilidad e inestabilidad de su mantenimiento, pero hay que recordar que está en marcha desde hace millones de años y mantiene un proceso de adaptación continuo.  

Cada hormona emite siempre un único mensaje que solo puede ser entendido por los receptores específicos de las células que los poseen, es decir cada llave solo puede abrir sus cerraduras, consiguiendo así ejecutar la acción previamente programada.

En el ser humano persisten todos los sistemas de comunicación, desde los más primitivos a los más sofisticados como resultado de un proceso evolutivo que recrea funciones y procesos organizativos sobre los ya existentes, superponiendo sistemas nuevos que engloban a los anteriores en un prodigio de integración perfecta.

Nuestro cuerpo dispone de más de cien mil tipos diferentes de proteínas y cada una de ellas se organiza en cadenas lineales compuestas por moléculas de Aminoácidos. Estos aminoácidos enlazados forman eslabones flexibles o “enlaces peptídicos” que permiten a las proteínas adoptar una enorme cantidad de formas y de funciones diferentes.

Dos son los factores que determinan la forma concreta que adopta una proteína. El primero, conocido como patrón físico o esqueleto en forma de collar de cuentas, está  definido por la secuencia de los aminoácidos que conforman la proteína y el segundo, el más cambiante, depende de las cargas electromagnéticas, que presenten los aminoácidos en cada momento.

Estos cambios de forma, que adoptan las proteínas generan movimientos, que sirven para realizar trabajos y funciones tales como la respiración, la digestión, la contracción muscular, etc. y cuando la señal cesa, la proteína vuelve a adoptar la conformación original extendida. 

Las células aprovechan todos los movimientos que estas máquinas proteicas generan, bien para obtener energía, utilizable en funciones metabólicas, o bien para otros trabajos  específicos, como los arriba indicados. Conviene tener presente que estos continuos cambios de forma, que adoptan las proteínas ocurren miles de veces por segundo y constituyen, en realidad, el movimiento básico que impulsa la vida.

Todas las células del organismo disponen de una membrana propia, en la que residen las Proteínas Integrales de Membrana (P.I.M), encargadas del transporte de los nutrientes y de los materiales de desecho a través de la membrana.

Estas proteínas únicamente permiten el paso de aquellas moléculas que son necesarias para el funcionamiento correcto del citoplasma e impiden que cualquier molécula deteriorada se introduzca en la célula. Por ello a las proteínas anormales o “aberrantes” se les añade una marca, indicadora de que las células de la limpieza deben destruirlas, entonces el esqueleto de las células anormales se descompone y sus aminoácidos quedan libres para ser recicladas en una nueva síntesis de proteínas.

En las Proteínas Integrales de Membrana (P.I.M), reconocemos dos tipos funcionales, las proteínas receptoras y las proteínas efectoras. Las proteínas receptoras son, en realidad, los órganos sensoriales de la célula, cuya misión es captar (ver, oír, oler, palpar y gustar) lo que ocurre en el medio extracelular. Equivalen  a nuestros sentidos y funcionan como antenas moleculares, que sintonizan con las señales específicas emitidas desde el exterior, aunque algunas de estas proteínas se extienden por la superficie interna de la membrana y captan el ambiente del citoplasma.

Las proteínas receptoras cambian de una conformación activa a otra inactiva, alterando sus cargas eléctricas, así cuando se unen a una señal del medio extracelular se produce un cambio en su carga eléctrica que modifica la forma de su esqueleto proteico y adopta su conformación activa.

Las células utilizan una única proteína receptora para cada señal medioambiental que interpretan y estas señales pueden ser también campos de energía ondulatoria, como la luz y las frecuencias de radio, frente a las que vibran como diapasones, alterando su carga eléctrica y ocasionando un cambio morfológico. Por ello el comportamiento biológico de los organismos puede ser afectado por fuerzas reales pero invisibles, como los pensamientos, al igual que por moléculas físicas como los medicamentos.

Frente al sistema de recepción de las señales externas, las células deben responder, mediante las proteínas efectoras de la manera más adecuada para mantener el equilibrio vital. Ambas proteínas receptoras y efectoras responden con un mecanismo de estímulo-respuesta y forman el complejo receptor-efector, que actúa a modo de un conmutador, convirtiendo las señales extracelulares en reacciones celulares específicas.

Los organismos vivos reciben e interpretan las señales ambientales, que les permiten la supervivencia, que está directamente relacionada con la velocidad de dicha transferencia y sabemos que la velocidad de las señales electromagnéticas ronda los trescientos mil kilómetros por segundo, mientras que la velocidad de difusión de una sustancia química es inferior a un centímetro por segundo.

EJE INSULINA-GLUCAGÓN

Las hormonas endocrinas, o sea, las que viajan por el torrente sanguíneo son las más estudiadas por la importancia de su acción a distancia y por la facilidad de encontrarlas en la sangre. Entre ellas destacaremos por su importancia práctica: la Insulina, el Glucagón, la Hidrocortisona, la Adrenalina y las hormonas sexuales.

El descubridor de la insulina fue el Dr. Frederick Banting en Toronto (Canadá) en 1.921. Es fabricada en el páncreas por las células beta, su origen son aminoácidos,  es bastante voluminosa, no se acompaña de proteína vectora y su vida media es corta. Para llegar a la célula objetivo debe superar la barrera endotelial (especie de red formada en los vasos sanguíneos por células que actúan de filtro al paso de sustancias gruesas).

La producción de insulina desde el páncreas esta estimulada principalmente por la presencia de glucosa en la sangre y, en menor medida, por la de proteínas, sin embargo la presencia de grasas en el torrente sanguíneo no afecta a su elaboración. También incrementan su producción las comidas copiosas y el estrés, mientras la frenan el ejercicio físico y su hormona opositora el glucagón.

La insulina una vez fabricada por el páncreas, queda almacenada en este en forma de gránulos, dispuestos a verterse rápidamente en el torrente sanguíneo, a demanda de los receptores bucales del dulce y sobre todo ante el aumento de los niveles de glucosa en la sangre, proveniente de los hidratos de carbono ingeridos en la comida o del vertido directo desde los depósitos de glucosa, existentes en el organismo.

La insulina es necesaria e imprescindible en cantidades moderadas para llevar la glucosa hasta el interior de las células. Todas y cada una de las células de nuestro cuerpo, excepto las neuronas, disponen de unos 20.000 receptores específicos para la insulina y esta deberá salir de los vasos sanguíneos, superando la barrera reticuloendotelial, llegar hasta los receptores, penetrar en el  interior de la célula y activarla para que reciba la glucosa, sabiendo que cualquier restricción en este proceso puede producir inanición o hambre celular, reduciendo la vitalidad celular y provocando un envejecimiento y hasta muerte prematura.

Las neuronas, que sin embargo son las máximas consumidoras de glucosa, no precisan de la acción de la insulina para alimentarse y lo hacen directamente de la glucosa que lleve la sangre.

Podríamos decir que la insulina se comporta como una hormona almacenadora, que tratará de reducir el nivel de glucosa en la sangre, introduciéndola en las células,  transformándola en glucógeno (polímero de la glucosa) y depositándola en los almacenes (hígado y músculos) estratégicamente distribuidos por todo el cuerpo. 

El mantenimiento de unos niveles medios de insulina resulta indispensable para la vida, puesto que tanto su defecto como su exceso son agresivos y destructores, razón por la que están directamente relacionados con la morbilidad y mortalidad cardiovascular.

El Glucagón es la hormona opositora o compensadora de la insulina, producida también en el mismo páncreas por otro grupo celular “las células alfa” y forma con la insulina un eje hormonal fundamental para el correcto funcionamiento del metabolismo humano. La producción de glucagón frena la elaboración de insulina y viceversa, siendo algunas de sus actividades antagónicas que entre ambas hormonas se regulan y compensan.

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Se puede afirmar que la función principal del “eje insulina – glucagón” consiste en asegurar unos niveles suficientes y estables de glucosa en la sangre, es decir la “normoglucemia”. Si tras la acción almacenadora de la insulina la glucemia había quedado bajo mínimos, el glucagón la repondría a partir de los depósitos de glucógeno.

La hormona glucagón desdobla el glucógeno almacenado en el hígado en moléculas de glucosa que se vierten al torrente sanguíneo, reponiendo los niveles bajos de glucemia y así se asegura que las células puedan seguir alimentándose correctamente.

La producción del glucagón a diferencia de lo que ocurre con la insulina es estimulada por la presencia de aminoácidos en la sangre, derivados de la ingesta de proteínas en la comida. Si falla la absorción de las proteínas, se reduce la formación de la hormona glucagón y con ello el freno a la actividad insulínica. En esas condiciones podemos estar abocados a un predominio tiránico de la acción almacenadora de la insulina, que nos puede llevar a sufrir las peores consecuencias del hiperinsulinismo.   

Problemas metabólicos derivados de un aporte insuficiente de insulina:

Cuando la hormona insulina está por debajo de las necesidades del organismo, quedan sin efecto el desarrollo de sus funciones. La principal de ellas es llevar la glucosa a las células, en combinación con el oxígeno y aportar el alimento básico a nuestros 60 billones de células.

No menos importante es la acción reductora de los niveles de glucosa, por cuyo exceso en la sangre se lesionan por glicoxilacion varios órganos vitales y se altera la formación normal de células, proteínas y hormonas.

Esta situación de déficit de insulina es manifiesta en los diabéticos del tipo I, quienes han perdido total o parcialmente la capacidad de fabricarla al tener atrofiadas las células “beta” del páncreas. En esas condiciones se produce un incremento exagerado de la glucosa en su sangre (hiperglucemia), a la vez que las células del organismo se mueren de hambre al no tener quien les facilite el acceso. Es como morirse de inanición en un gran centro de restauración repleto de alimentos.

La medicina actual sabe resolver el problema puntualmente, aportando la insulina necesaria de forma sustitutoria o complementaria (si el déficit no es total), aunque para ello se deba analizar puntualmente la glucemia y calcular el aporte de insulina.

La insulina en cantidades insuficientes produce hambre, fatiga, irritabilidad, confusión mental, aumento de los cuerpos cetónicos con el consiguiente incremento de la diuresis, perdida de electrolitos, hipotensión arterial, neo-glucogénesis a partir de la destrucción de proteínas musculares, activación de los adipocitos (aumentando su capacidad de acumular grasa hasta diez veces) cuando se restaura en la dieta la presencia de hidratos de carbono.

Toda esta serie de fenómenos se pueden dar en mayor o menor intensidad, cuando restringimos la ingesta de hidratos de carbono, como por ejemplo en las dietas a base de proteínas, que tan frecuentemente se utilizan para perder peso de forma rápida.

Conviene recordar que la pérdida de peso es fundamentalmente a costa de la deshidratación, provocada por la reacción del organismo ante la intoxicación por los cuerpos cetónicos, que trata de eliminarlos mediante el incremento de la diuresis. Posteriormente al normalizar la toma de hidratos se sufrirá un considerable efecto rebote con un exagerado aumento del tejido adiposo, cuyo exceso se intentaba evitar.

Problemas metabólicos derivados de un aporte excesivo de insulina:

 Los niveles altos de insulina aumentan el metabolismo, incrementan el consumo de energía y oxigeno y en consecuencia la producción de radicales libres, causa principal del deterioro celular. Tambien provoca el llamado hiperinsulinismo que aumenta el hambre, el deterioro general, acelera el envejecimiento y puede conducirnos a la acumulación de grasa (sobrepeso – obesidad), a la intolerancia a la glucosa, a la resistencia a la insulina, a la diabetes y a todas sus consecuencias.

A diferencia de lo que les ocurre a la mayoría de las hormonas,  la producción de insulina no se ve mermada por el envejecimiento, más bien al contrario parece que se retroalimenta, de forma que cada día se detectan más hiperinsulinémicos entre las personas mayores con excesivo peso.

Si el exceso de insulina perdura, el organismo tratará de defenderse de una hormona tan agresiva y crea lo que conocemos como “resistencia a la insulina”, que parece estar en el origen de la diabetes tipo II, enfermedad metabólica por excelencia, que está incrementándose a un ritmo alarmante en el primer mundo.

En los EE UU, el 8% de la población adulta es diabética y en los dos últimos años la incidencia de diabetes ha aumentado un 13,5%.

El predominio de la insulina sobre el glucagón (su hormona opositora) hace que la primera imponga su función de hormona almacenadora y retire de la sangre la glucosa, cuyo destino, junto con el oxigeno era servir de alimento a las células.

Las células pasan hambre y no pueden utilizar los depósitos de glucógeno almacenados en el hígado, que se van transformando en grasa y acumulándose como consecuencia del constante dominio de la insulina, al no ser neutralizada por la acción compensadora del su hormona complementaria el glucagón.

Paralelamente las células hambrientas están utilizando los depósitos de glucosa, guardados para las emergencias en los músculos, hasta su agotamiento, mientras se van incrementando las reservas de grasa, por transformación del glucógeno en grasa, coexistiendo situaciones de autentica hambre con incrementos sucesivos del peso por acumulación de grasas.

También está impedida la utilización de las grasas almacenadas porque el exceso de insulina frena la producción de la enzima lipasa, imprescindible para iniciar la descomposición de las grasas y su normal conversión en el combustible idóneo para la realización de múltiples funciones de orden físico-químico.   

El exceso de insulina facilita la formación de grasa y su acumulación en la zona abdominal. Esta grasa incrementa en su propio seno el metabolismo de las hormonas sexuales femeninas, provocando por ejemplo una notable feminización en los varones al transformar los andrógenos en estrógenos, mientras en la mujer reduce la fertilidad y facilita la aparición del cáncer de mama, entre otros.

FACTORES QUE INCREMENTAN LA INSULINA

Partiendo de un funcionamiento normal del páncreas, la producción de insulina está directamente estimulada por la presencia de glucosa en la sangre, derivada esta de la ingesta de hidratos de carbono. La respuesta pancreática será tanto más rápida cuanto mayor sea la facilidad de absorción de los hidratos y su conversión en glucosa.

Así podemos clasificar los hidratos de carbono según su capacidad de ser absorbidos y transformados en glucosa en: hidratos simples o complejos y de absorción lenta, media o rápida.

Como norma general podemos afirmar que tanto los hidratos de carbono que vayan acompañados de proteínas y fibras, como es el caso de algunas bayas silvestres, las verduras de hoja y los brotes tiernos, así como aquellos que además tienen grasas en su composición, como las semillas y los frutos secos, serán lentamente recibidos por el organismo sin elevar de forma brusca la glucemia ni provocar reacciones exageradas de hiperproducción insulínica. 

Cuanto más simple y elaborado sea el hidrato de carbono, más fácil y rápida será su absorción y mayor la presencia de glucosa en la sangre, en consecuencia también será mayor la producción de insulina, como respuesta normal por parte del páncreas.

Por el contrario, cuanto más complejos sean los hidratos en su estructura o cuanto más mezclados estén con las proteínas y las grasas, más difícil será desdoblarlos y hacerlos simples para poder convertirlos en glucosa.

Para las personas diabéticas es interesante conocer que los hidratos serán más lentos en su absorción cuanto menos refinados estén y más mezclados con proteínas y grasas se presenten.

Cuando la insulina, hormona almacenadora y agresiva por antonomasia, no tiene el freno natural de la hormona distribuidora el glucagón, se rompe el equilibrio metabólico, quedan las células sin glucosa, mientras esta se almacena en el hígado a la espera de que el glucagón lo reintegre en la sangre y se restablezca el nivel de glucemia original.

En caso de que el glucagón no aparezca en escena, al no ser requerido por la presencia de los aminoácidos provenientes de las proteínas de la ingesta, la glucosa almacenada en forma de glucógeno será convertida en grasa y enviada a la “reserva” definitivamente.

El organismo humano, heredero del de nuestros ancestros, que fueron capaces de superar todo tipo de calamidades y hambrunas ha diseñado con éxito soluciones de emergencia para salir de las situaciones de hipoglucemia, que pueden llegar a ser tan críticas como las derivadas de la inanición por falta de alimentos o por cualquier otra circunstancia provocadora de hipoglucemia.

Ante el estrés producido por el hambre (hipoglucemia) nuestro organismo emite la hormona hidrocortisona, quien ante la ausencia del glucagón transforma el glucógeno en glucosa y lo proyecta en la sangre, salvando así la situación puntual de hipoglucemia. Pero esta acción, que supone un incremento puntual de la glucemia, será respondida por el páncreas con un nuevo aumento en la producción de insulina y esta volverá a almacenar otra vez la glucosa en el hígado, estableciéndose un círculo vicioso hasta el agotamiento de las reservas de glucógeno.

En sintesis todo incremento de la hidrocortisona va a provocar paralelamente un aumento en la producción de insulina por parte del páncreas, aunque la causa venga motivada por situaciones de ansiedad, de estrés, de alteraciones en los niveles de estrógenos, de la progesterona, etc. 

LA REGULACIÓN HORMONAL DE LA GLUCEMIA

Recordemos que en nuestro cuerpo hay unos 60 billones de células que necesitan alimentarse constantemente de glucosa y de oxígeno, vehiculizados por la sangre.

La presencia de glucosa en nuestra sangre es vital. Si sus niveles caen por debajo de 60 mg. Las células pasan hambre, protestan y mueren. De ahí que nuestro sistema disponga de varios mecanismos complementarios para garantizar su subsistencia.

El primero de ellos es el aporte a través de la comida de los hidratos de carbono que transformará rápidamente en glucosa. Si no se dispone de estos alimentos y la necesidad apremia el sistema entra en fase de estrés moderado, aumenta ligeramente la producción de hidrocortisona que comienza a volcar los depósitos de glucosa al torrente sanguíneo, como solución provisional de emergencia. Mientras tanto esta señal de alerta estimula todos los sentidos en la búsqueda de alimentos, de preferencia los dulces.

Si este mecanismo no es suficiente para resolver el problema, se incrementa la situación de alarma y un nuevo incremento de la hidrocortisona actúa sobre las células del organismo haciéndoles producir la “lipocortina”, una proteína que va a reducir drásticamente el metabolismo general con el consiguiente ahorro de recursos y va a forzar la transformación de la propia musculatura menos vital en el nutriente glucosa para intentar paliar el hambre celular.

Si persiste el problema del hambre, el organismo sigue autodestruyéndose para alimentarse y entre otras consecuencias se va deteriorando el sistema inmunitario, reduciéndose las defensas de tal forma que puede llegar a ser invadido por microorganismos capaces de provocar infecciones y hasta la muerte por déficit de las células defensoras o por agotamiento de las existentes.

Así el organismo puede sobrevivir temporalmente, alimentando prioritariamente a los órganos vitales, aun a costa de la destrucción de otros elementos menos importantes para la supervivencia del individuo. De hecho en la naturaleza impera la ley de la demanda y del servicio al más fuerte de forma que el órgano que no reclama no recibe, el que no llora no mama, el que no se mueve se atrofia y viceversa. 

En nuestro medio afortunadamente no se dan las hambrunas totales aunque si parciales o intermitentes y nuestros problemas están más relacionados con los desordenes y excesos relativos entre los macronutrientes que con sus carencias absolutas.

Debemos recordar que si el eje hormonal insulina-glucagón, (el más importante del proceso metabólico) no actúa en perfecto equilibrio, se puede producir un profundo desorden nutricional, un serio déficit en la renovación celular y una desviación anómala de los macronutrientes a la formación de grasa.

El exceso de glucosa en sangre causa verdaderos estragos en la salud de la población diabética, acortando su vida significativamente al incrementar el riesgo cardiovascular de manera drástica.

LA CORTISONA-DEHIDROEPIANDROSTERONA

Muchas de las hormonas endocrinas suelen estar protegidas por una proteína vectora específica, que durante los desplazamientos las mantiene útiles pero inactivas, permitiendo así el mantenimiento de una reserva hormonal disponible para actuar en cualquier momento. 

La cortisona o cortisol es la hormona que se considera representante del grupo de los “corticoides” o corticosteroides. Este grupo de hormonas es producido fundamentalmente por la corteza de las glándulas suprarrenales, a petición de la hipófisis, mediante un estimulador hormonal llamado ACTH.

La cantidad de cortisona, como la de la mayoría de las hormonas, ha de mantenerse dentro de unos límites precisos, puesto que nuestro organismo se resiente de los niveles extremos de cualquier hormona bien por defecto o bien por exceso.

La presencia de la cortisona es imprescindible para la vida, sin ella la tensión arterial se desploma, las células mueren de hambre al no recibir los niveles de glucosa necesarios, se altera el equilibrio de los electrolitos en la sangre (aumenta el potasio y disminuye el sodio), persiste una sensación de fatiga continua y en general se pierde cualquier capacidad de adaptación al medio. A este síndrome (conjunto de síntomas y signos) se le llama “enfermedad de Addison”.

Cuando la cortisona está en exceso los síntomas son diferentes y en parte contrapuestos a los referidos anteriormente: se eleva la tensión arterial por encima de los valores normales por el predominio de las hormonas vasoconstrictoras, aumentan exageradamente los niveles de glucosa en sangre, se retienen líquidos por aumento del sodio y la pérdida de potasio, se pone el metabolismo a la defensiva, frenando cualquier proceso constructivo y renovador celular.

Esto conduce inexorablemente a la “no renovación celular” y en consecuencia a la pérdida de la masa muscular, adelgazamiento de la piel, retraso en la restauración de las lesiones, incremento de la perdida de calcio (osteoporosis), disminución de las defensas y consecuentemente al aumento de las infecciones, además de aumentar las reservas con la formación y almacenamiento de la grasa a nivel abdominal.

A este conjunto de síntomas y signos le conocemos como: Síndrome de Cushing y probablemente nos suene a tema conocido o al menos a algo no muy lejano familiar o socialmente.

Veamos cuales son las causas de este síndrome tan llamativo y frecuente, aunque antes convendría recordar los mecanismos que promueven la producción de los corticoides.

Las capsulas suprarrenales responden a la demanda enviada por la hipófisis, mediante la ACTH, quien a su vez ha recibido la orden para actuar desde el  hipotálamo (centro rector y regulador), que percibe cualquier situación de estrés, bien sea de causa física o mental, real o imaginaria.

El organismo reacciona frente al estrés de forma instintiva produciendo grandes cantidades de cortisona, como si le fuera en ello la vida, de manera totalmente primitiva, puesto que en realidad la respuesta de nuestro sistema ante el estrés no ha variado desde el paleolítico y sigue el mismo protocolo animal que les sirvió a nuestros antepasados para superar todo tipo de emergencias.

RESUMEN TÉCNICO

La Cortisona y la Dehidroepiandrosterona (DHEA), son hormonas derivadas del colesterol, producidas fundamentalmente por la parte cortical de las cápsulas suprarrenales en respuesta a la hormona ACTH, que llega a través del torrente sanguíneo enviada desde la hipófisis, siguiendo el proceso: Colesterol ester + AMP cíclico – Colesterol – Pregnenolona – Cortisona o (DHEA).

Ambas hormonas forman un eje hormonal compensatorio, de manera que los excesos de Cortisona son en parte contrarrestados por la (DHEA), que inhibe la  actividad de la Cortisona al bloquearle los receptores celulares (feedback 1º) y viceversa.

El hipotálamo, autentico centro regulador,  recoge y responde a las señales biológicas  del cuerpo derivadas de cualquier situación de estrés, emitiendo la hormona paracrina CRH, que llegará a la  glándula hipófisis y esta responderá con la orden de fabricar ACTH.

Cuando el hipotálamo detecta un exceso de Cortisona libre, frena la producción de CRH para que la hipófisis reduzca la emisión de ACTH y las capsulas suprarrenales  la de Cortisona (feedback 2º).

En nuestra sociedad actual “civilizada” son muy escasas las ocasiones, bien de origen físico o psíquico, en las que sería necesaria y justificable una alta producción de Cortisona en respuesta a una situación de alarma extrema, pero con demasiada frecuencia convivimos con un elevado estrés sin ser conscientes del tremendo deterioro que le acarreamos a nuestro organismo.

El estrés físico puede ser provocado simplemente por una sensación mantenida de hambre, con frecuencia aceptada como mal menor para no engordar o para conseguir adelgazar con una dieta de relativa inanición. Este hecho es demasiado frecuente en nuestro entorno, que ha vertido la falsa idea de que “engordamos por comer demasiado”.

Otra causa de estrés físico es la derivada de una excesiva actividad física, máxime cuando conlleva tintes competitivos, sean o no reconocidos públicamente, que con frecuencia también se basa en la falaz idea de que la única manera de controlar la acumulación de grasa es quemarla con un extenuante ejercicio físico.

Cada vez que estamos en hipoglucemia sea por ayuno voluntario o por desorden en la planificación del horario de las comidas, estamos entrando en situación de estrés físico y produciendo en consecuencia un exceso de Cortisona.

Con demasiada frecuencia también entramos en hipoglucemia al poco tiempo de realizar una comida con exceso de hidratos de carbono y escasez de proteínas a causa del predominio de la insulina frente al del glucagón, que rompe el equilibrio del este “eje hormonal” y acaba secuestrando la glucosa en el hígado, hasta almacenarla en forma de grasa, si no es utilizada para el ejercicio físico en un corto plazo.

Muchas veces las personas, que están en hipoglucemia y en pura lógica sienten hambre, interpretan erróneamente que esta sensación se la debe producir algún proceso de  “ansiedad”, puesto que todavía no han terminado de hacer la digestión de la última comida llevada a cabo que seguramente habrá sido desequilibrada con un marcado predominio de hidratos de carbono.

 Bien es cierto que la ansiedad autentica es capaz también de incrementar la producción de Cortisona y a veces nos puede engañar en el diagnostico. Por ello a mis pacientes les aconsejo que nunca pasen hambre y en caso de duda (hambre o ansiedad) coman y disfruten de algún alimento que mantenga siempre el equilibrio ideal entre los hidratos y las proteínas.

El estrés psíquico provoca también un incremento en la producción de la Cortisona, que es capaz de reproducir los mismos deterioros atribuibles al estrés físico, pero tanto su diagnostico como su tratamiento es más complejo y sutil que el anterior, aunque con gran frecuencia entreveran sus límites.

Recuerdo a una señora de mediana edad y muy preocupada por el mantenimiento de su peso, que llevaba 17 años en tratamiento psiquiátrico por un problema de ansiedad y depresión, a raíz de la pérdida de un ser querido de cuya muerte se culpabilizaba por no haberle prohibido el uso del vehículo en el que perdió la vida. Llevaba el tratamiento psiquiátrico de manera intermitente a la vez que evitaba las comidas que según ella le engordaban.

No se aceptaba con sobrepeso y se castigaba restringiéndose las comidas y pasando verdaderas situaciones de hambre, que alternaba con ataques esporádicos de bulimia.

Afortunadamente para todos fue capaz de salir de su situación a partir de que aprendió a comer de manera equilibrada y logró superar su problema de ansiedad-depresión y su hambre a la vez, mientras recuperaba los niveles de serotonina que mantenía por los suelos.

Conviene recordar que la serotonina es una hormona neurotransmisora que actúa en las sinapsis nerviosas, filtrando y canalizando el flujo de los impulsos nerviosos, merced a lo cual nuestro sistema nervioso recibe la información de forma ordenada y sistemática.

La serotonina se fabrica en el hipotálamo durante el descanso nocturno, a partir de un aminoácido esencial, denominado triptófano componente habitual de las proteínas, que deben estar presentes en nuestros alimentos. De ahí que el no dormir suficientemente, mas el no alimentarse correctamente pueden estar en la base de muchas de las depresiones del mundo moderno.

El exceso de Cortisona es capaz de anular y destruir directa o indirectamente ciertos órganos básicos de nuestro organismo, tales como la glándula tímica donde se producen los linfocitos T,  imprescindibles para el sistema inmunitario. De hecho la atrofia del timo en muchas personas mayores parece explicarse por ese mecanismo destructor.

De la misma forma se ha descrito la muerte de las células sensibles a la Cortisona que hay en el hipocampo, acelerando el proceso normal del deterioro orgánico.

También por exceso de la Cortisona se pueden ver afectadas total o parcialmente otras glándulas de nuestro cuerpo. Personalmente he podido comprobar el fracaso de la glándula tiroides que habían sufrido varios de mis clientes, tras una situación mantenida de alto estrés y que, tras el proceso destructivo del tiroides, habían precisado tratamiento sustitutorio de por vida.

Recuerdo también haber atendido varios casos diagnosticados de diabetes tipo I, que aparecieron en la época juvenil tras sufrir vivencias y situaciones de alto estrés. Afortunadamente para ellos el deterioro de las células beta de su páncreas no había sido total y consiguieron en pocos meses recuperarse totalmente y dejar de ser “diabéticos de por vida”, mientras aprendieron a no auto-agredirse con situaciones parecidas de estrés a la vez que evitaban cualquier tipo de desorden alimentario.

Sus células madre perfectamente estimuladas por su metabolismo regenerador fueron capaces de recuperar la glándula pancreática, consiguiendo la renovación celular necesaria y el restablecimiento del equilibrio previo al shock inicial, cuando casi todos creíamos que el proceso era irreversible.

Se conoce también que el exceso de Cortisona es capaz de atrofiar e incluso destruir definitivamente algunos grupos de células especialmente sensibles, tales como las de la glándula tímica encargada de proveernos de los linfocitos T, imprescindibles para la buena gestión de nuestra inmunidad celular. Igualmente se ha descrito que las neuronas del hipocampo, sensibles a la Cortisona han sido destruidas por dichos excesos.

Probablemente la acción más letal producida por el exceso de Cortisona, puesto que afecta a la base más profunda de nuestro sistema hormonal, es debida a la paralización de los procesos destinados a la producción equilibrada de las hormonas autocrinas. 

Cuando la Cortisona pierde la protección de su proteína vectora se activa y penetra en las células, paralizando la formación de las hormonas autocrinas y tengamos presente  que estas hormonas son imprescindibles para asegurar la comunicación íntima entre nuestras células.

RESUMEN TÉCNICO

La Cortisona liberada por la corteza de las glándulas suprarrenales a instancia de la hipófisis, se combina con una globulina vectora corticoide (CBG), que la mantiene inactiva hasta llegar a su lugar de acción. Es en la membrana de las células, donde se produce el boicot a la formación de las hormonas autocrinas. La Cortisona se desprende de la CBG y penetra en el núcleo de la célula  haciéndole producir una proteína conocida como “lipocortina”, que inhibe a la enzima fosfolipasa A2, imprescindible para que la membrana celular libere los ácidos grasos esenciales, necesarios para la producción de las hormonas autocrinas.

La presencia de Cortisona en la sangre está compensada, en las personas jóvenes y sanas, con las de sus oponentes la hormona Dehidroepiandrosterona (DHEA) y la Progesterona, puesto que las tres hormonas provienen de otra precursora común conocida como Pregnenolona.

Esta hormona se transforma en Cortisona, en DHEA o en Progesterona, atendiendo las necesidades y demandas del organismo de manera armoniosa y equilibrada, consiguiendo de esta forma frenar y hasta restaurar los deterioros orgánicos provocados por los excesos de Cortisona.

Sin embargo en las personas que mantienen desequilibrios hormonales o han sufrido deterioros importantes a lo largo de su vida la regulación de la Cortisona se hace más difícil, debido a que la producción de DHEA y de Progesterona se ve reducida a favor de la Cortisona.

La DHEA también actúa como hormona precursora en la formación de la testosterona y de ahí se deriva el gran interés actual para utilizarla como potenciadora de la actividad sexual, del desarrollo muscular, de la regeneración epitelial, de la lucha contra el envejecimiento, etc. , pero fundamentalmente por la facilidad de su comercialización al poder utilizarse por vía oral.

No obstante conviene recordar que es una hormona esteroide muy delicada de manejar por manos inexpertas, que está prohibida su comercialización y venta en España para uso en el deporte de competición y en el no competitivo, debido a los riesgos cardiovasculares que entraña, además de que muchas de las indicaciones que se le atribuyen no han sido confirmadas clínicamente. 

LAS HORMONAS SEXUALES

Una de las funciones básicas de los individuos multicelulares es la relacionada con la reproducción y esta se lleva a cabo bajo la estimulación de órganos específicos mediante las hormonas sexuales.

En los seres humanos la sexualidad de los individuos está dirigida por el predominio de uno u otro tipo de las hormonas, llamadas sexuales, es decir de los Estrógenos o de la Testosterona. Recordemos que en ambos sexos se fabrican todos los grupos hormonales y que tanto la diferenciación de los sexos como la propia actividad sexual depende del predominio de uno u otro tipo de hormonas, que obedece a su vez a la acción conjunta de otros factores concomitantes.

Como en todas las producciones hormonales es el Hipotálamo el encargado de dirigir la fabricación a partir de las informaciones y, o, demandas recibidas desde la periferia.

El hipotálamo comunica a la Hipófisis que ordene a las glándulas sexuales de varones y hembras la fabricación de las hormonas sexuales, progesterona, testosterona y estrógenos. Todas estas hormonas se obtienen a partir del colesterol que es el elemento base de todas las hormonas esteroideas, mediante un complejo proceso de elaboración.

RESUMEN TÉCNICO

El hipotálamo produce la hormona paracrina “GnRH” (hormona liberadora de gonadotropina), que llega a la hipófisis y esta emite las hormonas FSH (h. foliculoestimulante) y la LH (h. luteínica), que viajan por la sangre y estimulan a las glándulas sexuales femeninas, fundamentalmente los ovarios y en los varones la estimulación se lleva a cabo en las células de Leidig y a las de Sertoli, presentes en los  testículos, siguiendo procesos semejantes en ambos sexos: Colesterol ester + AMP cíclico – Colesterol – Pregnenolona – Dehidroepiandrosterona (DHEA) / o / Progesterona (y de ambas) – Androstenediona – Testosterona – Estradiol-- Testosterona.

El exceso de Estrógenos es captado por el Hipotálamo, que por sistema feedback  frenará su producción de GnRH y en consecuencia todo el proceso anteriormente descrito.

Es conveniente tener una visión global del sistema hormonal y de su interdependencia funcional, observando por ejemplo que en la formación de la DHEA, así como en la de la Progesterona y en la de la Hidrocortisona encontramos un precursor común la Pregnenolona, que se deriva a su vez del Colesterol y necesita la colaboración del AMP cíclico, aunque la estimulación inicial provenga de distintas hormonas hipofisarias como  ACTH, FSH o LH.  

Recordemos que, tanto las glándulas suprarrenales como la grasa de reserva son capaces de reproducir la formación de hormonas sexuales a partir del colesterol y que el exceso de grasa en los varones potencia la transformación de la Testosterona en estradiol (estrógenos) por la acción de la enzima aromatasa. Esta acción  provoca una disminución de la testosterona y la consecuente feminización en los varones obesos.

De todos es conocida la importancia del equilibrio hormonal para el correcto desarrollo de la actividad sexual tanto en los varones como en las hembras, además del papel esencial que juegan en el proceso de la diferenciación sexual durante la pubertad.

Todas las hormonas de los organismos vivos trabajan en red, es decir que cada grupo hormonal mantiene una interdependencia muy estrecha con todos los demás grupos hormonales.

De ahí podemos deducir que cualquier alteración detectada en un órgano determinado puede tener su origen y probablemente su solución, al mejorar algunas condiciones básicas o circunstancias ambientales que estaban causando el problema a distancia.

Me viene a la memoria el caso de una jovencita de 17 años que mostraba desde la pubertad un cansancio general, su rendimiento escolar era muy bajo, físicamente se sentía débil y era incapaz de soportar una clase en el gimnasio o en la piscina sin sufrir mareos o desmayos. Presentaba anemia crónica, sus ciclos menstruales eran totalmente irregulares y sus reglas escasas o nulas. Fue sometida a múltiples pruebas genéticas, neurológicas y ginecológicas sin encontrarle una causa que pudiera explicar su deplorable estado.

Cuando llego a mi consulta indague sobre sus hábitos alimenticios y pude comprobar que su alimentación era totalmente deficitaria en proteínas, ya que solo comía productos de la panadería-repostería de sus padres.

La solución de todos sus problemas se redujo al simple recurso de garantizarle una alimentación con los suficientes macro y micronutrientes y hoy es el día en el que aquella niña endeble y poco desarrollada es directora de una sucursal bancaria, madre de familia y activa deportista, practicante de senderismo.

Muchos son los trastornos relacionados con las hormonas sexuales en ambos sexos.

En el caso de las mujeres citaremos el Síndrome Pre-Menstrual (SPM), amenorrea, hipermenorrea, ovarios poliquísticos, infertilidad, menopausia, osteoporosis, cáncer de mama, androgenizacion, etc.

Sabemos también que un desequilibrio a favor de la testosterona frente a los estrógenos está relacionado con incrementos del riesgo cardiovascular y un predominio de los estrógenos frente a la progesterona aumenta el riesgo de cáncer de mama, sin embargo en los hombres sucede al contrario.

Conviene recordar que los excesos de insulina disminuyen las proteínas vectoras (protectoras e inactivadoras de los estrógenos) y estos al estar libres pueden aumentar la proliferación del tejido mamario e incrementar el riesgo de cáncer de mama. También se sabe que el aumento de los estrógenos aumenta la resistencia a la insulina y viceversa, y que la progesterona aumenta la secreción de insulina.

En los varones muchos de los problemas sexuales están en relación con la producción de la hormona testosterona, que como veíamos antes tiene su origen en el hipotálamo (centro rector hormonal), quien comunica a la hipófisis la necesidad de producción de hormonas y esta estimula a los testículos para la producción de testosterona.

El hombre produce diariamente entre 40 y 50 veces más testosterona que la mujer y esta entre 2 y 3 veces más estrógenos que los hombres. En cada individuo se establece un cierto equilibrio dinámico personal, puesto que la testosterona se puede transformar en estrógenos y  estos en testosterona, por ejemplo, si el varón tiene exceso de masa grasa,  la acción de la enzima aromatasa presente en dichas células convertirá la testosterona en estradiol y viceversa.

La testosterona y los estrógenos están presentes en ambos sexos, pero el predominio de una u otra hormona será el responsable de la diferenciación sexual entre hombres y mujeres y por ende del distinto comportamiento de los mismos.

La producción de testosterona no es constante, es alta en el seno materno, disminuye en el parto, aumenta después del nacimiento, baja antes de la pubertad, sube extraordinariamente en ella para ir disminuyendo paulatinamente a lo largo de la vida adulta.

La testosterona influye en el crecimiento de la masa muscular y en la forma de distribuir la masa grasa en el cuerpo, definiendo los tipos anatómicos de los humanos, además de influir en la forma del desarrollo cerebral y consecuentemente en las actitudes y comportamientos sociales del ser humano.

Tanto la atracción como la respuesta sexual en ambos géneros dependen de los niveles de testosterona disponibles en los individuos, de ahí la importancia que a lo largo de la historia se le ha venido dando a todo lo que real o imaginariamente pudiera contribuir al mejoramiento de la libido.

El déficit de testosterona en el varón se relaciona con la falta en la producción de glóbulos rojos, anemia e hipotensión, también con el menor desarrollo de la masa muscular, la osteoporosis, el aumento de la formación y acumulación de la grasa de reserva, impotencia y feminización, mientras que el exceso de testosterona está relacionado con el aumento de enfermedades cardiovasculares por riesgos de trombosis e hipertensión arterial.

Antes de la síntesis química de la testosterona y de las hormonas anabolizantes en la primera mitad del siglo 20, se utilizaron para incrementar la potencia muscular y sexual todo tipo de productos, que bien por su forma fálica o por su procedencia masculina fueran capaces de estimular objetiva o subjetivamente la virilidad.

Actualmente de todos es conocida la existencia de una industria boyante, dedicada a la producción y venta de múltiples drogas anabolizantes, que intentan ir por delante o al menos camuflarse de las inspecciones anti dopaje, sin parecer que la salud de los usuarios les importe mucho frente a los pingües beneficios que les aporta el negocio.

Por todo ello se impone el ser muy cauto en la administración de cualquier tipo de hormonas, máxime cuando estas no son de origen natural sino sintético. Recordemos que las hormonas naturales no se pueden registrar y explotar con el mismo éxito comercial, aunque para el organismo serían mucho más beneficiosas, ya que este tiene experiencia y recursos para manejarlas adecuadamente y con el mínimo de efectos secundarios.

En conclusión queremos afirmar que el uso de hormonas debería ser muy controlado y restringido a los casos totalmente necesarios, cuando el organismo ha perdido la capacidad de producirlas por el mismo o cuando las medidas higiénico-dietéticas han demostrado ser insuficientes para la recuperación del equilibrio original, pero en todos los casos realmente necesarios optemos por hormonas de origen natural y en la menor cantidad posible.

En todos los casos la salud está ligada directamente al equilibrio hormonal y este al aporte nutricional, al descanso y a la adecuada estimulación física y psíquica del organismo, por lo tanto antes de recurrir a la toma de hormonas sería aconsejable aportar al sistema los macro y micronutrientes necesarios, conseguir el peso ideal, descansar suficientemente, mantenernos activos físicamente y evitar el exceso de estimulación psíquica, es decir evitar el estrés, responsable de los mayores fracasos a la hora de recuperar nuestra salud.

LA HORMONA DEL CRECIMIENTO

Entre las hormonas que merecen mención especial esta la del crecimiento por su importancia vital no solo en los primeros años de la vida si no a lo largo de toda ella.

Como la mayoría de las hormonas la h. del crecimiento se origina en el centro regulador conocido como el hipotálamo, quien detecta la necesidad y manda a la hipófisis que se encargue de su producción.

La hormona del crecimiento se produce mayoritariamente durante las primeras horas del sueño y tiene una vida media inferior a los 10 minutos. En ese tiempo debe estimular al hígado a que libere otros factores del crecimiento (IGF) y conseguir de la grasa almacenada la energía suficiente para la formación de la nueva masa muscular.

RESUMEN TÉCNICO

El hipotálamo produce la hormona Somatotrofina (GHRH), que ordena a la hipófisis la producción de la hormona del crecimiento, esta será liberada en la corriente sanguínea si hay suficiente AMP cíclico en la hipófisis, en caso contrario la Somatotrofina será anulada por la somatostatina, que es su hormona opuesta y se frenará la puesta en circulación de la hormona del crecimiento.

Para la formación de la masa muscular se requiere a la vez la presencia de la hormona testosterona y los (IGF).

Tanto la formación de AMP cíclico como la síntesis de la hormona del crecimiento pueden ser colapsadas si existen niveles altos de insulina (hiperinsulinismo) y los factores del crecimiento, semejantes a la insulina (fundamentalmente los IGF-1) son igualmente anulados si persiste la Resistencia a la insulina.

Actualmente proliferan múltiples preparados farmacológicos, que tratan de sustituir la producción normal de hormonas potenciadoras del crecimiento y del desarrollo muscular, que en manos de técnicos no experimentados y sin los controles adecuados están poniendo en riesgo la salud de muchos jóvenes.

La forma natural de producir la hormona del crecimiento consiste en hacer confluir un aporte suficiente de nutrientes, con un descanso idóneo y con una estimulación física y psíquica adecuada, dentro de un equilibrio hormonal óptimo, que nos mantenga lejos del hiperinsulinismo.

¿QUÉ SON LAS HORMONAS?

La palabra “hormona” se deriva del verbo griego “hormao” que significa estimular, ordenar una acción, provocar o excitar. En biología se usa para designar a los mensajeros químicos encargados de  comunicar una orden para la acción.

Las hormonas son unos compuestos biológicos fabricados por los seres vivos que sirven para la comunicación de las células entre si y entre los distintos órganos del cuerpo. Hay hormonas de distinto tamaño, de composición bioquímica variable, de diferente vida media y se distinguen por las funciones que desarrollan en las comunicaciones e interacciones con el sistema.

Todo lo que se mueve en nuestro cuerpo obedece a los estímulos de las hormonas y de su estabilidad y equilibrio dinámico se deriva nuestro bienestar físico y mental.

A las hormonas más primitivas las llamamos “autocrinas”. Estas no precisan viajar lejos para encontrar su objetivo puesto que lo tienen al lado. Su misión es comunicarse con el exterior de la célula o con las células vecinas.

 A las hormonas que se desplazan por conductos específicos cortos, sin necesidad de utilizar el flujo sanguíneo las llamamos “paracrinas” y finalmente a las que fluyen por la sangre, llevando información de un órgano a otro las llamaremos “endocrinas”.

Todas las hormonas son controladas en último término por el hipotálamo, situado en lo más profundo del cerebro. Este es el centro director de todas las operaciones. A él le llegan las informaciones vitales básicas a través del sistema nervioso central y en función de las necesidades detectadas, comunica directamente con la hipófisis y le manda que estimule con mayor o menor intensidad a las glándulas productoras de las hormonas periféricas. 

Por retroalimentación y mediante el mismo sistema nervioso central, el hipotálamo sigue recabando información y en consecuencia aumenta o disminuye la estimulación de la hipófisis para que esta a su vez actúe sobre las glándulas.

En resumen podríamos decir que tenemos un centro rector que es el hipotálamo, que recibe continuamente información precisa de las necesidades del sistema, que según los requerimientos detectados, da las órdenes de acción a la hipófisis y ésta responde enviando mensajes a las glándulas del cuerpo (suprarrenales, tiroides, testículos y ovarios), para que produzcan las hormonas, que el sistema necesita para su correcto desarrollo.

LOS NEUROTRANSMISORES

Se llaman neurotransmisores a las substancias u hormonas encargadas de transmitir los impulsos nerviosos, es decir las informaciones, desde un nervio a otro, actuando en las sinapsis o puentes de unión entre los nervios.

Los neurotransmisores más importantes son: la acetilcolina, la dopamina, la norepinefrina y la serotonina. El correcto funcionamiento del cerebro humano necesita de la presencia continua de neurotransmisores en las sinapsis nerviosas, que se van gastando a pesar de que se reciclan abundantemente.   

SEROTONINA Y DOPAMINA

La serotonina y la dopamina son dos hormonas contrapuestas que forman un eje hormonal, cuyo funcionamiento es esencial para el control de la transmisión de los impulsos nerviosos.

A la serotonina se le conoce como la hormona de la serenidad y del equilibrio mental.

Su defecto nos puede conducir tanto a la depresión como a la ansiedad, irritabilidad y, o a la violencia.

La serotonina es una hormona paracrina, que va de una célula nerviosa a la siguiente, actuando en las conexiones nerviosas (sinapsis). Su misión consiste en ordenar el “tráfico” de los impulsos nerviosos, que llegan al cerebro, para que estos mantengan un orden, respetando las prioridades establecidas.

La Melatonina es una hormona producida fundamentalmente por la glándula pineal, aunque también puede ser originada por otras glándulas y órganos, como el timo, las suprarrenales, el tiroides, los ovarios, el endometrio, el hígado, etc. , pero siempre a partir de la transformación de la hormona serotonina.

Se la conoce como la “hormona de la obscuridad”, puesto que aumenta con la falta de luz y disminuye con su presencia. Diríamos que actúa como un reloj biológico, que nos indica y nos prepara para el descanso y para la actividad de cada día e incluso para las variaciones estacionales.

Su producción está comprometida en las personas deprimidas, deterioradas y envejecidas, entre otras razones porque también en esas circunstancias la hormona serotonina (su precursora) está  reducida.

La melatonina influye positivamente en el sistema inmunitario, es un potente antioxidante, aumenta la fertilidad, disminuye el envejecimiento, ayuda a restablecer el ritmo del sueño y mejorar el descanso. En mi opinión esta última característica, que le permite al organismo restablecer su equilibrio físico y psíquico, ya es suficiente como para justificar las demás acciones que atribuidas a la melatonina.

Se utiliza fundamentalmente para regular el sueño en las personas que sufre el “jet lag”, tras los viajes interoceánicos y para los que no toleran bien los cambios de turnos laborables, además de para intentar frenar algunos síntomas y signos del temido envejecimiento.

En mi opinión la melatonina sigue siendo una neurohormona íntimamente relacionada con todo el sistema hormonal, cuya presencia o ausencia, exceso o defecto deben ser regulados por profesionales expertos y no distribuidos sin el suficiente control en razón a su fácil administración por vía oral, máxime cuando la producción natural de la melatonina puede ser absolutamente inocua y tan simple para el ser humano, como garantizar al organismo los nutrientes suficientes y el descanso adecuado, es decir comer y dormir tan bien como lo haría un bebé.

H. AUTOCRINAS

Conviene resaltar el papel básico y fundamental que llevan a cabo las hormonas autocrinas dentro del orden general, no en vano son las que preparan a las células para la recepción de los mensajes del hipotálamo y para emisión de las respuestas.

Además tenemos otras glándulas como la pineal, el páncreas, la paratiroides y el timo, que también producen hormonas pero no dependen directamente de las órdenes de la hipófisis y obedecen a otro modelo de estímulos.

Las hormonas autocrinas son las hormonas más primitivas en la escala evolutiva, las primeras que funcionaron en los seres vivos. Son fabricadas por cada una de los sesenta billones de células de nuestro organismo, sirven para capacitar a las células para recibir información y actuar en el último tramo de las decisiones. Estas hormonas operan en concentraciones mínimas, tienen una vida media muy corta y se autodestruyen en cuanto cumplen su rol.  

A los múltiples grupos y subgrupos de las hormonas autocrinas se les conoce también como eicosanoides, puesto que se derivan de los ácidos grasos esenciales poli-insaturados que contienen “veinte” (“eicosa” en griego) átomos de carbono y se obtienen a partir de las propias membranas celulares, ricas en ácidos grasos esenciales. Su misión es explorar el medio y a las células vecinas, comunicando la situación real al interior de la célula, para actuar en equipo de forma conjunta, ante cualquier cambio la respuesta debe ser inmediata, siempre que la célula disponga de las condiciones y de los mensajeros secundarios adecuados.

Si las células son periódicamente renovadas, gozan de un equilibrio óptimo y están perfectamente nutridas, producirán  respuestas idóneas en todo momento, necesitando menores cantidades de hormonas endocrinas para sus respuestas con el consiguiente ahorro energético y mejora de la eficiencia.

A diferencia de las hormonas endocrinas, las hormonas autocrinas son frenadas en su acción biológica por otras hormonas autocrinas, que ejecutan una acción opuesta a la anterior, consiguiendo de este modo mantener un equilibrio dinámico, por ello el exceso o defecto en la producción de un tipo de hormona debe ser compensado con la producción de la hormona opuesta y así ambas hormonas actúan formando ejes compensatorios, mantienen un constante equilibrio dinámico, evitan las asimetrías, que conducen al desorden bioquímico y tiene connotaciones nefastas para la salud.

Por ejemplo, frente a las hormonas que favorecen la agregación plaquetaria están las que actúan como antiagregantes de las plaquetas, frente a las que provocan la vasoconstricción de las arterias están las que favorecen la vasodilatación, frente a las hormonas que producen la inflamación están las que actúan como antiinflamatorias, frente a las hormonas broncoconstrictoras están las broncodilatadoras, frente a las que aumentan la proliferación celular actúan las que la frenan, frente a las que incrementan las reacciones inmunitarias están las que las reducen y así sucesivamente.

A partir de las experiencias del Premio Nobel de Medicina Dr. John Vane, se sabe que el desequilibrio de las hormonas autocrinas o Eicosanoides está en la base de las enfermedades crónicas, de la misma forma que ante un cáncer o cualquier enfermedad autoinmune se confirma el predominio de las hormonas depresoras del sistema inmunitario frente a las estimuladoras del mismo, también ante un cuadro tromboembólico es legitimo pensar que las hormonas favorecedoras de la coagulación se han impuesto frente a las anticoagulantes.

En consecuencia para disfrutar de la Salud hay que conseguir y mantener el equilibrio de las hormonas autocrinas de nuestro organismo para así evitar las tan temidas enfermedades crónicas, causa de la mayoría de los problemas de morbilidad y mortalidad de las poblaciones del primer mundo.

Factores que influyen en el equilibrio de las hormonas autocrinas:

1º.-Las hormonas autocrinas se producen en cada célula a partir de los ácidos grasos esenciales (omega-6), mediante la enzima (Fosfolipasa A2), que puede ser frenada por la hidrocortisona  (hormona del estrés).

2º.-El proceso de formación necesita de otra enzima (Delta-6- desaturasa), que disminuye con el envejecimiento, las infecciones y los ácidos grasos Trans.

3º.-El equilibrio en la producción armónica de los pares de hormonas autocrinas dependen del eje insulina-glucagón y este, a su vez, de la proporción óptima entre los hidratos y las proteínas de cada ingesta.

4º.-La suficiente presencia en las células del acido graso esencial E.P.A. (omega-3) va a garantizar, que la producción final de hormonas autocrinas mantenga un equilibrio saludable.

En síntesis para garantizarnos un correcto funcionamiento hormonal autocrino deberemos mantenernos jóvenes, asegurar la presencia de los ácidos grasos esenciales (omega-6 y omega-3), certificar la proporción óptima entre hidratos y proteínas en cada comida y eludir el estrés, las infecciones y los ácidos grasos trans.

Sin las hormonas autocrinas se paraliza todo proceso metabólico, nada se construye, nada se renueva y, si el boicot permanece, el deterioro se tornará irreparable. Esta constatación es evidenciable tras una terapia continuada a base de corticoides, cuya respuesta inicial suele ser extraordinariamente positiva, al frenar de inmediato cualquier proceso inflamatorio, pero se nos vuelve en contra a corto plazo, debido a la paralización del sistema por el boicot metabólico generado.

LOS RADICALES LIBRES

Los temibles radicales libres son simplemente unas moléculas, que han perdido un electrón y por tanto tienen capacidad para reaccionar con otras moléculas a las que intentarán quitarles un electrón para restablecer el equilibrio eléctrico que habían perdido anteriormente.

Nuestro organismo necesita de los radicales libres, es decir de moléculas inestables y en consecuencia activadas y dispuestas a reaccionar con otras, para así aportar energía a las células a partir de los alimentos, para destruir los microorganismos invasores, para efectuar los procesos metabólicos, para desarrollarse, para revitalizarse, etc.

Los radicales libres son imprescindibles para la vida en unas proporciones adecuadas, pero, como en la mayor parte de las ocasiones, cualquier tipo de exceso se puede volver en contra nuestra y acabar destruyéndonos.

La necesidad del oxigeno para el ser humano está fuera de toda duda, pero la posibilidad de su utilización lleva implícita la formación de radicales libres. La molécula del oxigeno estable que respiramos es prácticamente inactiva, necesita perder un electrón para convertirse en radical libre y poder así combinarse con la glucosa de cuya reacción las células de nuestro organismo van a poder obtener su energía.

RESUMEN TÉCNICO

Nuestras células utilizan la glucosa proveniente de la ingesta de los hidratos de carbono, junto con el oxigeno, obtenido del aire respirado y aportado hasta cada una de las células por los glóbulos rojos presentes en nuestra sangre.

De ahí cada célula extrae la energía que necesita en forma de Trifosfato de Adenosina (ATP) y elimina el anhídrido carbónico (CO2) más el agua sobrante, según la clásica reacción: (Glucosa + Oxigeno = Energía) (ATP + CO2 + H2O).      

Las reacciones con el oxigeno son imprescindibles para la vida y en consecuencia la producción de radicales libres es igualmente indispensable y debe ser constantemente mantenida dentro de unos límites saludables, puesto que tanto los defectos como los excesos afectan negativamente al equilibrio de la vida.

Las reacciones que se inician con los radicales libres se van sucediendo en cascada. Una molécula le roba un electrón a otra y esta a la molécula vecina, la vecina hace lo propio con la de al lado y así sucesivamente, siguiendo una cadena de robos continuados, hasta que algún antioxidante paraliza el proceso y restablece el equilibrio inicial.

El problema de los radicales libres está en relación a que una superproducción de ellos pueda llegar a superar la capacidad del organismo para su estabilización, mediante los antioxidantes naturales, que el organismo fabrica.

Se calcula que hasta un 6% de los radicales formados para los procesos metabólicos escapan de las reacciones y deben ser anulados por el organismo, so pena de producir el llamado “deterioro oxidativo”. Este deterioro consiste en que los radicales libres intentan robar electrones a otras moléculas para obtener su equilibrio y provocan una reacción oxidativa en cadena, hasta que son reducidos por algún elemento antioxidante, que se inmolará en esa función.

Entre las moléculas más sensibles a la acción de los radicales libres se encuentran los ácidos grasos esenciales que constituyen el primer eslabón para la formación de las hormonas autocrinas y son, por su cualidad de ácidos poli-insaturados,  muy fácilmente degradables por los radicales libres.

Recordemos que si los ácidos grasos esenciales son atacados por los radicales libres, sufren un proceso de alteración celular (oxidación) que los inhabilita para la formación de las hormonas autocrinas y esta reducción hormonal puede incidir gravemente en el equilibrio interno y por ende en el estado de salud.

Cuando el objetivo de los radicales son las moléculas de ADN, pueden llegar a producir mutaciones genéticas, que influirán en la fabricación de proteínas alteradas o defectuosas en las replicaciones subsiguientes, situación que conllevará muy serias e importantes consecuencias.

Si los radicales alteran las proteínas haciéndolas más reactivas y estas se unen a moléculas de glucosa, pueden formarse los temibles AGE, cuyas nefastas reacciones vimos anteriormente.

Ante este riesgo el organismo humano tiene desde siempre soluciones muy elementales, entre ellas la producción propia de enzimas antioxidantes, complementada con la aportación sistemática de otras moléculas antioxidantes, que son componentes habituales de la dieta básica del ser humano, tales como las verduras, bayas y frutas, abundantes en cualquier medio natural.

RESUMEN TÉCNICO

Entre los radicales libres derivados del Oxigeno destaca por su frecuencia e importancia el Anión superóxido, que es simplemente una molécula de Oxigeno a la que le falta un electrón, generalmente perdido en alguna reacción con moléculas de hierro. La enzima dismutasa superóxida  es la encargada natural de transformar los aniones superóxido en Peróxido de hidrogeno para que otras enzimas como  la enzima catalasa y el peróxido glutatión terminen reduciéndolos a agua, que será eliminada por vía renal.

 

La solución natural del organismo para contrarrestar la producción de radicales libres es en principio la formación de las enzimas antioxidantes. Con cierta frecuencia esta aportación no resulta suficiente, sobre todo cuando el metabolismo está muy activo y en consecuencia se incrementa el consumo de oxigeno, que es el principal productor de los radicales libres.

Con frecuencia los seres vivos sufrimos circunstancias de gran estrés físico y psíquico, relacionadas con trabajos y esfuerzos de mayor intensidad de lo habitual, necesarias para superar situaciones de conflicto físico o psíquico, típicas del individuo humano en la lucha por la vida.

Estas situaciones se ven compensadas con la aportación normal de micronutrientes tan abundantes en la naturaleza como la vitamina C y la vitamina E. Ellas consiguen frenar la reacción en cadena de los radicales libres pereciendo en su misión antioxidante, razón por la que debemos reponerlas de forma continuada y sistemática.

La propia naturaleza, a través de la evolución nos permite adaptarnos a las condiciones del medio ambiente, pero a su vez nos hace dependientes de las soluciones adaptativas, que hayamos implementado en nuestro esfuerzo por la supervivencia.

Cuanto más nos movemos, mayor consumo de oxigeno necesitamos, más radicales libres producimos y en consecuencia mayores son nuestras necesidades de alimentos y de antioxidantes.

 La dieta básica del “homo sapiens”, animal primitivamente recolector y eventualmente cazador, contempla una ingesta con abundante participación de verduras, frutas y semillas, fuentes muy ricas en las vitaminas C y E, magníficos antioxidantes, que complementando a las enzimas antioxidantes de producción propia, van a cubrir los incrementos de radicales libres, derivados de una mayor actividad que conlleva un mayor consumo de oxigeno.

Parece ser que la facilidad para obtener las vitaminas C y E del entorno habitual del ser humano, que garantizan una abundante presencia de estos antioxidantes naturales, ha condicionado a nuestra especie a no necesitar fabricar las suficientes enzimas antioxidantes requeridas y depender de las verduras de hoja, brotes tiernos, bayas, frutas y semillas, ricas en dichas vitaminas antioxidantes.

Aunque el ser humano actual se crea absolutamente libre de elegir un tipo u otro de alimento según su libre albedrio y quiera dejarse guiar únicamente por la improvisación y el capricho a la hora de optar por la comida, la cruda realidad es que estamos predeterminados genéticamente a suministrarnos con regularidad los macro y micronutrientes en cantidades y proporciones adecuadas, es decir, a alimentarnos como lo hacían nuestros antepasados, quienes consiguieron sobrevivir, procrear y trasmitirnos su herencia genética hasta nuestros días.

NOTA: Los editoriales no pretenden tratar los temas de manera exhaustiva, sino únicamente señalar algunos aspectos puntuales, que al autor le han parecido interesantes en este momento.

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