Editorial: La Motivación

La Motivación

INTRODUCCIÓN

Por Alberto Martínez-Arrazubi

Es importante recapacitar sobre las condiciones de nuestra vida y tomar conciencia de las realidades que nos rodean para reaccionar con cordura y responsabilidad frente a los retos de vivir en plenitud, utilizando el autocontrol, sin perder un ápice de autonomía y libertad.

Cuando hablo de motivación, quiero referirme a la necesidad del Autoapoyo Mental que todos precisamos para llevar a cabo cualquier acción consciente. Para luchar por la vida debemos tener ganas para ello, o mejor dicho alguna razón que nos compense las dificultades inherentes al programa que pretendemos realizar. Sin ese impulso no somos capaces de mover un dedo en la dirección correcta y nos abandonamos a nuestra suerte.

Todos hemos conocido casos en los que la falta de interés real por vivir ha conducido a ciertas personas a una muerte prematura, sin aparentes deterioros físicos, que pudieran justificar un fracaso orgánico total. A mí me han impresionado siempre las muertes teóricamente inexplicables de cónyuges sanos, quienes tras el deceso de su pareja, a la que estaban íntimamente ligados, no encontraban razones para seguir luchando por su existencia, perdían las ganas de vivir y se abandonaban a su suerte esperando la hora final, porque “ya no tenían nada que hacer en este mundo”.

La vida de cada persona siempre es un camino por hacer, abierto al horizonte que generamos continuamente a cada paso que damos, haciendo camino al andar. Siempre se puede mejorar, siempre podemos superarnos, y esto solo se consigue con la íntima colaboración de una mente positiva constantemente activa y vigilante.

VOLUNTAD

A la facultad que tenemos de poder elegir libremente entre distintas alternativas le llamamos “libre albedrio” o voluntad, pero conviene distinguir entre la voluntad, como una elección consciente entre opciones diferentes, y la actuación por instinto, impulso, acto reflejo, hábito, rutina, automatismo, etc.

Gracias a la voluntad podemos afirmar que somos los artífices de nuestra vida y que a ésta le podemos dar un sentido más profundo y universal.

La voluntad se desarrolla con el entusiasmo, mejor que con el sacrificio, pues si lo que queremos hacer nos motiva, la voluntad surge sin esfuerzo, mostrándose plenamente activa, firme y constante en cualquier circunstancia. Así lo que para unos puede suponer un gran esfuerzo y sacrificio, para otros, si cuentan con la ilusión y el entusiasmo pertinentes, no hay ninguna sensación de sufrimiento, porque se está llevando a cabo algo anhelado y deseable.

La voluntad se puede debilitar si falla la motivación por causas tan diferentes como:

- No tener bien definidos y claros los objetivos.

- No mantener viva la valoración positiva de los objetivos.

- No ser capaz de resistir los impulsos internos o externos contra tu proyecto.

- No ser capaz de decidir entre las diferentes alternativas.

- No ser capaz de evitar las vacilaciones tras la toma de decisiones.

La mejor solución frente al desaliento es mantener una voluntad firme con un alto grado de motivación, que es el gran estímulo para perseverar en los objetivos, pero, si la voluntad no se reafirma continuamente, con el tiempo la motivación cederá y llegará el desanimo.

De ahí que la voluntad y la motivación deban caminar juntas hacia la meta, tomando conciencia de que es necesario encontrar un objetivo, que nos motive y nos ayude a esforzarnos de manera continua y consciente.

Antes de llegar a la meta final hay que superar muchas etapas previas y encontrar en cada una de ellas la satisfacción, que genera la consecución de cada objetivo logrado por pequeño que sea. Para ello es preciso analizar cuál es el camino hacia la meta, conocer su estructura y las fases del trayecto a recorrer, sabiendo que existen estos pequeños retos alcanzables en el camino, que podemos transformar en gratificantes éxitos. De esta forma podemos vencer cualquier grado de desmoralización, si sabemos que tenemos el poder de la libre elección y que este ejercicio de libertad nos va llevar hasta la meta deseada.

La voluntad no se adquiere de forma espontánea sino que es fruto de un trabajo progresivo, que nos lleva a insistir una y otra vez, a pesar de haber fallado anteriormente y ésta es la auténtica clave para lograr la victoria final.

La voluntad depende de nosotros mismos y podemos desarrollarla siguiendo unos pasos sencillos y lógicos tales como:

- Descubrir y despertar en nuestra mente el interés por la meta a alcanzar.

- Precisar las vías generales y modelos de conducta que nos llevarán hacia la meta.

- Preparar posibles caminos alternativos por si fracasara la acción primitiva.

- Realizar acciones deliberadas para conseguir las metas claramente decididas.

- Superar los impulsos y hábitos negativos que puedan reducir el interés por el objetivo.

- Afianzarse frente a los obstáculos y frustraciones que surjan en el camino emprendido.

- Saber que en cada momento tengo la oportunidad de tomar la mejor decisión.

AUTOCONTROL

El ser humano es capaz de decidir lo que quiere pensar y cómo lo va a hacer y para ello es imprescindible observar previamente si nuestros pensamientos son positivos o negativos, pues de la calidad de los pensamientos dependerá si afrontamos la vida de forma positiva o negativa.

El pensamiento precede a la acción y ejerce una función programadora de lo que vamos a ejecutar, a poner en marcha o a vivir en definitiva, de ahí la necesidad imperiosa de transformar los pensamientos negativos en pensamientos positivos, para que no tengamos obstáculos a la hora de desarrollar nuestros planes de acción.

Cada persona tiene una forma de ver la realidad y de enfrentarse al mundo, en función de lo aprendido mediante las experiencias vividas, tanto en el ámbito personal como en el familiar y social. Múltiples son los factores que nos influyen a la hora de activar los pensamientos y las emociones, desde la herencia genética, hasta la propia capacidad, la educación, las actitudes, el entorno social, etc., y todos intervienen y modelan nuestros pensamientos. No obstante sabemos que podemos llegar a ser libres y tomar nuestras propias decisiones, si conseguimos transformar y autoprogramar nuestra mente.

La mentalización permite que podamos hacer cosas que en otras condiciones serían realmente difíciles, pero para ser eficaces debemos ejercitarnos en la autoprogramación.

Debemos empezar enseñando a la mente la relajación y la eliminación sistemática de los pensamientos negativos. Hay que convencerse de que las reacciones de confusión y miedo pueden cambiarse, mediante acciones mentales opuestas que las neutralizan, y que es posible sustituir los pensamientos negativos por otros positivos, utilizando la relajación como instrumento para dirigir la mente.

El dicho latino: “Cogito ergo sum”, lo traducimos por “pienso luego existo”, pero en mi opinión el pensamiento es mucho más que un mero indicador de la existencia humana y se comporta como un auténtico “programador” de las acciones que llevamos a cabo. En realidad todos en alguna ocasión nos hemos visto sorprendidos ejecutando de forma más o menos mecánica, lo que previamente habíamos pensado hacer, sin que necesitáramos tomar una nueva decisión consciente.

Hay quien afirma que “somos lo que pensamos”, aunque personalmente me parece un tanto exagerado, yo lo transformaría en “actuamos según pensamos”, porque nuestras acciones son un fiel reflejo de nuestros pensamientos más profundos y al final podemos concluir que la vida es una consecuencia directa de los planteamientos, pensamientos y sentimientos que predominan en nosotros.

No hay duda de que la mente es la gran programadora de nuestra vida y que el pensamiento precede a la acción, porque de forma casi automática, con o sin conciencia de los motivos reales que nos impulsan, ejecutamos lo que hemos planificado o lo que en el último momento ha pasado por nuestra mente.

En conclusión, hemos de tomar conciencia de que las ideas dirigen nuestros actos y que al final somos esclavos de los pensamientos elaborados previa e inmediatamente a las acciones, que ponemos en marcha. De ahí en pura lógica se desprende la importancia vital que representa el control de la mente, para ponerla al servicio de nuestra actividad diaria y viene a ser lo mismo que disponerla a favor y en beneficio de nuestra propia vida.

En general, los pensamientos positivos nos mueven a acciones constructivas, por el contrario los pensamientos negativos nos pueden impedir la rehabilitación y la recuperación tanto personal como social.

Las personas que, en sus primeros años de formación, bien por exceso de imaginación o bien por estar sometidas a un gran número de estímulos superficiales, incompatibles con los procesos naturales de asimilación, pueden no haber adquirido desde la niñez el hábito de analizar y reflexionar sobre sus acciones, sobre los objetivos de su vida y la planificación correspondiente. La persona que no dedica tiempo suficiente para ordenar los pensamientos previos a la toma de decisiones, acaba por no tener el hábito de controlar su mente, es víctima de sus pensamientos caóticos, no sabe lo que quiere y depende de la última ocurrencia o impresión que le haya sobrevenido.

Al no haber adquirido un buen conocimiento de su propia identidad, no tener el hábito de reflexionar sobre sus propios actos y no haberse parado a ordenarse y planificarse, son fácilmente manejables por cualquier elemento que les rodee, sean personas, cosas, noticias, propagandas, comentarios, recuerdos recientes o de la niñez. No disponen de criterio propio, están a merced de lo último que les viene a su mente y acaban poniéndolo en marcha, sin pensar en las consecuencias derivadas de sus actos.

Este tipo de personalidades son susceptibles de ser manipuladas por los medios audiovisuales, por las modas, por los dirigentes políticos y por cualquiera que les presente un programa determinado, que no sea difícil de llevar a cabo y sobre todo que no les haga enfrentarse con la corriente socio-cultural de la que forman parte.

En esta línea es preciso reconocer que la educación teórico-práctica tradicionalmente recibida, junto a los ejemplos del común de nuestros convecinos han estado orientados sibilinamente a la despersonalización de los individuos. Nos han enseñado a delegar nuestras propias funciones en manos de los dirigentes, a olvidarnos de nosotros mismos en favor del conjunto, llámese estado, iglesia, nación, equipo, familia, pareja, etc., pero siempre en la línea de sumisión a los “legítimos pastores” que bien sabrán conducir al dócil rebaño hacia los mejores pastos, según su criterio e intereses.

Uno de los problemas más recurrentes y que mayor influencia han tenido en los fracasos, a la hora de persistir en los estilos de vida saludables de mis clientes ha sido siempre la dificultad de alcanzar una mentalización plena, que les ayude a perseverar y seguir los nuevos criterios de salud.

Cuando a mis clientes y amigos les informo científicamente y con pruebas fehacientes reconocen los beneficios directos que se obtienen cuando mejoran la interacción con el entorno medioambiental, la mayoría de ellos se predisponen a ponerlo en práctica, deseosos de comprobar los resultados. Prácticamente el 100 por 100 de los que lo experimentan quedan convencidos de la importancia del programa para su desarrollo y evolución saludables, pero poco a poco algunos van cediendo en su mentalización y van abandonando su correcto proceder, hasta que al final solo queda un buen recuerdo de “cuán bueno fue, mientras duró”.

El éxito de una plena mentalización se apoya en una serie de cualidades y de condiciones previas, que deberían estar presentes en el desarrollo natural de las personas y por desgracia no son tan comunes como sería de desear, de manera que, si la semilla de los consejos de la educación para la salud no caen en el terreno propicio o si no reciben los cuidados pertinentes, es muy probable que no lleguen a buen puerto y queden arrinconados por otros avatares de la vida.

Cuando una persona quiere realizar un proyecto importante para su vida, debe seguir un proceso lógico de preparación, encaminado a poner las bases necesarias para su puesta en marcha, su desarrollo y su evaluación constante, a fin de ir corrigiendo los probables fallos y las sutiles desviaciones sobre el objetivo propuesto.

Así pues, en primer lugar deberemos situarnos en el contexto y conocer las condiciones reales desde nuestro punto de partida: quiénes somos, cómo nos comportamos, en qué medios nos apoyamos, etc., es decir, conocernos a nosotros mismos y a las circunstancias, que nos rodean.

RESPONSABILIDAD

Llamamos responsabilidad a la capacidad de asumir las consecuencias de la realización consciente de nuestros propios actos, porque solo es responsable la persona que, de forma consciente, lleva a cabo un hecho directa o indirectamente. Por tanto, seremos más responsables de nuestros actos, cuanto mayor grado de consciencia y de libertad vayamos adquiriendo, así la persona más responsable será la más libre.

Si pretendemos mejorar algo de nuestra vida no podremos lograrlo repitiendo los mismos errores que antes nos llevaron al fracaso. Por ello es necesario ir eliminando de nuestros pensamientos la negatividad, que hace que un mal pasado justifique un mal presente y sirva de base a un peor futuro. Así iremos tomando consciencia de que nuestra verdad no es universal y que no es el mundo el que tiene que cambiar, sino nosotros y nuestras visiones negativas.

Algunos consejos para mejorar en responsabilidad:

- Que los resultados de tu acción sean compatibles con los proyectos de los demás.

- Vive y actúa como si la persistencia de esta vida dependiera de tus actos.

- Antes de actuar piensa si los motivos de tu acción tienen algún valor social.

- Juzga a quien ha actuado mal como quisieras que lo hiciesen contigo.

- Lleva una vida honesta de la que puedas sentirte satisfecho.

- Quiere y busca para los demás lo mismo que desearías para ti.

- Que tu línea de conducta sea compatible con la justicia social.

- Ayuda a todo el que te lo pida, especialmente a los pobres.

- Haz el bien siempre que este a tu alcance.

- A mayor libertad, más responsabilidad y mayor satisfacción interior.

AUTOCONOCIMIENTO

El autoconocimiento es un concepto tan antiguo como el mismo ser humano, ya en el frontis del templo de Delfos aparece la inscripción latina: “Noscete ipsum”=”Conócete a ti mismo”. Sin embargo, suele predominar entre nosotros el desconocimiento interior, que nos aleja de la autenticidad vital, al no dedicar tiempo suficiente a la reflexión y al análisis de nuestra realidad.

Iniciar el propio conocimiento es el primer y decisivo paso para recrear nuestra vida y, en la actualidad, sigue siendo el gran desafío de los seres humanos a lo largo de la historia.

El autoconocimiento se debe desarrollar en tres fases sucesivas, en primer lugar la observación sobre uno mismo, en segundo lugar el análisis de lo observado y en tercer lugar la actitud sobre nuestro comportamiento.

La observación siempre debe ser positiva, no tratar de buscar solamente lo negativo, sino mirar de forma ecuánime en nuestro interior y ver tanto la parte positiva como la negativa, en nuestra forma de pensar y en nuestra manera de actuar.

Tratemos de estudiar de forma provechosa las posibles actitudes negativas, evitando la censura o la reprobación y apoyando la transformación de lo negativo en positivo. De la misma forma hemos de reconocer las actitudes y las capacidades positivas para suplir y compensar lo negativo que hayamos encontrado en nuestra observación.

Cuando hacemos un análisis profundo sobre nosotros mismos, corremos el riesgo de perder la autoestima, pues los aspectos negativos que, posiblemente podamos hallar pueden ensombrecer la visión positiva, que sin lugar a duda debemos defender a toda costa.

La visión negativa de uno mismo, que obvia o infravalora los valores, puede afectar a muchas facetas de la vida, como las relaciones personales, el trabajo, la familia, etc., e inducir a la angustia, la irritabilidad y al abatimiento.

El autoconocimiento precisa de un constante proceso interno de observación y análisis, que nos ayude a tomar conciencia de nosotros mismos, explorando los pensamientos, los sentimientos y fundamentalmente las acciones y las experiencias pasadas, con el único fin de que nos sirvan para actuar en el presente, planificando mejor el futuro.

El autoconocimiento es básico para comprender nuestra realidad y superar el autoengaño u otra trampa en la que estemos inmersos, ayudándonos a solucionar con éxito las dificultades y a manejar con cordura las emociones.

Cuando un individuo percibe con sinceridad sus propios sentimientos, mejora las condiciones para poder alcanzar un estado emocional más equilibrado, haciéndose poco a poco más libre, más independiente, más eficaz y más positivo. Esto no significa que sea fácil conseguir la perfección y no caer en estados de ánimo negativos, sino que progresivamente iremos tomando conciencia de nuestra realidad emocional y podremos superar los baches sin quedar supeditados a ellos.

Para avanzar decididamente en el autoconocimiento debemos ser capaces de analizar lo que acontece en nuestro interior y en el exterior, poniendo énfasis no en los defectos, que observamos tanto en nosotros como en los demás, sino en las cosas buenas que hay en nosotros y por supuesto en los demás.

Cuando veamos defectos en los demás, una práctica y muy aconsejable norma de conducta, es analizar si estos fallos son semejantes a los nuestros y también actuar de igual forma al descubrir sus virtudes, analizando si no son parecidas a las nuestras o en su ausencia cómo podríamos alcanzarlas.

Las emociones responden a los estados de ánimo y pueden reflejar alegría, miedo, tristeza, ira, sorpresa, repugnancia, etc. Estas expresiones son comunes a todas las personas, incluso a muchos animales, que han cumplido y siguen cumpliendo funciones ancestrales a la hora de comunicar los estados emocionales entre los individuos y por esta razón, en las emociones básicas, la mayoría de las expresiones faciales son comunes a todas las culturas.

La mente mantiene y actualiza sus recuerdos con mayor o menor exactitud e intensidad, en función del grado de emoción, que acompañaron a los eventos, porque las emociones son un elemento fundamental a la hora de archivar en la memoria y poder revivir los sucesos con la máxima fidelidad.

Buena parte de los trastornos emocionales tienen una de sus causas en no saber expresar los sentimientos y para paliar esta situación hay que comenzar a expresar lo que sentimos e iremos comprobando que, cuando logramos poner en palabras lo que sentimos, estamos dando un gigantesco paso hacia el manejo de nuestras emociones y de nuestra vida.

Para comprender mejor cualquier cuestión lo más eficaz es tratar de expresarla. Así que, ante cualquier duda, lo mejor es poner palabras habladas o escritas a lo que queremos conseguir.

Las situaciones negativas pueden tener un doble origen, bien pueden estar basadas en cuestiones personales, que deberemos solucionar con nosotros mismos, o bien dependen de cuestiones externas y ahí debemos valorar en qué medida vamos a involucrarnos en ellas o si es mejor dejarlas de lado y seguir adelante.

No es de recibo culpar a los demás o a las circunstancias de sentirnos insatisfechos, si en realidad se debe a que no aceptamos nuestras limitaciones emocionales, esta actitud confirmaría que arrastramos un problema serio, que hay que solucionar lo más rápidamente posible para que no se cronifique y sea más difícil su solución.

Si nos vemos inmersos en una situación incómoda, que nos deja una huella en nuestro estado de ánimo y perdura más allá del momento en que sucedió, significa que estamos lejos del autoconocimiento necesario para ser artífices de nuestra propia historia.

Ver la vida de forma positiva, es el gran reto actual de la humanidad, donde la mayoría de las noticias que recibimos se basan en los desastres naturales o en los provocados por el hombre.

En cualquier situación cotidiana es donde debemos mejorar nuestra actitud, conscientes de que esto es lo que está determinando nuestra forma práctica de comportarnos, porque la clave del éxito está en cómo desarrollamos los pormenores de la vida diaria.

Los errores y las dificultades no deben cambiar la actitud positiva que hemos ido construyendo a base de esfuerzo y entusiasmo, conscientes de que una baja autoestima simplemente es un error de cálculo, que obstaculiza nuestro camino.

Muchas veces nos despertamos inmersos en una atmosfera de ansiedad y estrés, porque nos preocupa el problema principal y sobre todo el cortejo de situaciones que conlleva enfrentarse a él.

A veces la incertidumbre de cuál será el resultado final, nos puede estar generando una actitud ansiosa con sensaciones de angustia y estrés, que por higiene mental, debemos tratar de suprimir.

Sin obsesionarnos pensando en lo que puede salir mal, miremos hacia el futuro, como si fuese una nueva oportunidad en la que la vida puede cambiar a mejor.

Por el contrario si organizamos el día con tiempo suficiente y mantenemos una actitud positiva hacia esa nueva oportunidad que comienza para nosotros, no nos levantaremos con estrés y podremos hacer frente a cualquier situación.

Planificar la jornada con anterioridad, con calma y con ilusión debe ser una ocupación placentera, que paso a paso nos aproxime a la consecución de nuestros objetivos, tanto de tipo personal como laboral y social.

Debemos reservar un tiempo suficiente (8 horas de sueño más la siesta) para que la mente se despeje y pueda volver con más fuerza y eficacia a centrarse en los objetivos prioritarios, sin descuidar la profundización en el autoconocimiento, conscientes de que, si prestamos más atención a nuestras experiencias cotidianas, iremos dándonos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor, de cómo nos sentimos y de que estamos siendo los auténticos constructores de nuestro destino.

En esta dinámica, iremos adquiriendo progresivamente una actitud positiva ante la vida, al levantarnos, al acostarnos y en todo momento y circunstancia.

Frente a las situaciones negativas de origen externo debemos ser capaces de adquirir un cierto grado de perspectiva o de alejamiento del problema, previamente al análisis y a la toma de decisiones.  Las determinaciones posteriores en pura lógica deberán orientarse en una de las dos opciones inteligentes: a) pasar de ellas, ignorarlas y apartarlas de nuestras vidas, b) sortearlas, torearlas y obviarlas sin involucrarnos en ellas.

La vida está hecha de pequeñas decisiones y, en realidad, todas ellas son importantes. No hay decisión insignificante, cada sendero lleva a otro y este a otro diferente, que pueden aproximarnos o alejarnos del objetivo primordial y, a la vez, las decisiones adoptadas positiva y conscientemente nos consolidan como administradores de nuestros recursos y en definitiva de nuestra propia vida.

Cuanto mejor sea nuestro autoconocimiento mayor será la eficiencia de nuestras decisiones y la oportunidad de desenvolvernos con éxito en el momento de tomarlas, aunque en realidad ese momento es parte de un proceso continuado, que ha de apoyarse en la motivación, la responsabilidad, la organización y la constancia, valorando siempre la autoestima, el entusiasmo y la adaptación al entorno.

ORGANIZACIÓN

La naturaleza nos oferta un buen modelo de organización, generalmente todo funciona siguiendo unos procesos estables de secuencias fijas, que conducen los eventos a su culminación. Toda organización precisa de un orden de funcionamiento y el seguimiento  de pautas sucesivas para la ejecución de los programas preestablecidos.

El orden es la clave de una buena estrategia, es lo contrario al abandono y a la desorganización y, sin la forma ordenada y regulada de actuar, no es posible realizar algo coherente.

El utilizar el orden para organizar las diferentes partes de un todo, es una acción inteligente y práctica, que nos agiliza y facilita el desarrollo de cualquier tarea y nos permite lograr nuestros objetivos en la vida.

El orden excesivo nos puede llegar a esclavizar y hasta eliminar las ventajas, que nos aporta el orden inteligente, que nos ayuda a vivir disfrutando de él, pero no a vivir por y para mantenerlo, así el orden inflexible e irracional acaba convirtiéndose en un obstáculo a la hora de obtener los rendimientos deseados.

También existen personas a las que les supone un gran esfuerzo mantener un cierto orden en sus actividades, no obstante el intentarlo no es un esfuerzo en vano, porque una correcta organización les aportara a medio-largo plazo unas enormes ventajas, que les compensará haberla incorporado en su vida.

Cuando se persevera en el orden este se convierte en un hábito, que facilita la vida no solo al que aprende y lo integra en su forma de comportarse, sino que también afecta positivamente a quienes le rodean.

De la misma forma que nosotros influimos en los demás, ellos también lo hacen en nosotros y por ello debemos prestar atención y aprender de quienes ya incorporaron el orden en sus vidas.

Ventajas del orden en el trabajo:

- Simplifica nuestra vida y la de nuestros semejantes.

- Nos permite actuar con mayor rapidez y eficacia.

- Se gana tiempo y esfuerzo al tenerlo todo bien organizado.

- Se encuentra con más facilidad lo que buscamos.

- Se consigue mayor eficacia, eficiencia y bienestar.

- Evitamos la perdida de energías por el caos y el estrés.

- Se resuelven mejor los problemas y se gestiona mejor el tiempo.

- Se favorece el desarrollo integral de la persona.

- Mejora la confianza en nosotros mismos y los demás también lo disfrutan.

- Favorece el bienestar personal y el de nuestro entorno.

- Aumenta la armonía en el interior y en el exterior de la persona.

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