El entusiasmo es el gran recurso que tenemos a nuestra disposición, el que nos proporciona la energía, la fuerza, el dinamismo que nos impulsa a ir más allá, que nos proyecta hacia lo más elevado de nosotros mismos, hacia lo que realmente tiene valor.
Todos necesitamos tener confianza en nuestro potencial creativo y el entusiasmo es la cualidad que nos da fuerza, cuando somos capaces de creer en nosotros mismos y nos atrevernos a ir más allá de lo que creíamos que eran nuestros límites.
El verdadero entusiasmo se manifiesta tanto en los momentos favorables como frente a las dificultades, porque su base está en creer en nosotros mismos, en lo que deseamos y en lo que hacemos, para ello es necesario tener un objetivo, una meta y una misión, que llevar a cabo en la vida.
La confianza que vayamos ganando en nosotros mismos hay que extrapolarla a los demás y debe basarse en la sinceridad y en los valores éticos, sin los cuales no puede alcanzarse un verdadero éxito.
Todos tenemos unos objetivos capitales en la vida, un proyecto que debemos descubrir, cultivar y conseguir, pero para perseverar y mantener activos nuestros sueños debemos atender el impulso interior, que nos hace seguir adelante en los momentos difíciles y nos da fuerzas, cuando nos invade el temor, la desidia o el conformismo.
Para que un determinado proyecto siga adelante necesita ir aportando satisfacciones, que de alguna forma vayan recompensando los esfuerzos requeridos para la puesta en marcha y sobre todo para su continuidad.
Con demasiada frecuencia nos olvidamos de valorar los resultados positivos que vamos obteniendo y nos fijamos en demasía en los esfuerzos que nos cuesta llevarlos a cabo. De igual manera es conveniente reconocer que el aplauso de los demás es una de las recompensas, que nos ayuda a mantener la continuidad del esfuerzo y muchas veces no lo valoramos adecuadamente.
Cuando un trabajo que te supone una dedicación intensa, te proporciona el placer de comprobar su aceptación por parte de los demás, que valoran su utilidad o su coherencia, produce una satisfacción personal e incrementa la confianza en tus capacidades, favoreciendo la continuidad del trabajo iniciado.
La emoción y el placer de saberse aceptado es un ingrediente básico para progresar en los programas que realizamos, sin ellos nuestro cerebro va perdiendo motivación y sin ella disminuye la atención y la dedicación, situándonos en una disyuntiva en la que van predominando los aspectos negativos que acaban por abortar el proyecto inicial.
Frente a la tendencia a dejarse llevar por la desgana, por la desidia y rendirse cuando las cosas no salen como desearíamos, hay que reaccionar y salir al encuentro de las dificultades para afrontarlas, con el mismo entusiasmo que actuamos frente al éxito.
Hasta los mejores competidores en cualquier faceta de la vida pierden en alguna ocasión, a pesar de lo cual siguen adelante y esto es lo que diferencia al que fracasa del que triunfa realmente.
Muchas veces darse por vencido es lo más sencillo y hasta puede suponer un consuelo ante la derrota, pero sobreponerse a la desilusión y al desaliento, exige valor, arrestos y confianza en las propias capacidades. Dicen que en lo más hondo del precipicio están los recursos para salir y volver a intentarlo, porque la vida es esfuerzo, voluntad y riesgo.
Como en los restaurantes frente a la carta de platos, cuando elegimos uno de ellos, rechazamos indirectamente los demás, así al elegir un proyecto desechamos otros y si poco a poco nos vamos apartando del camino elegido, que nos conducía a realizar nuestros sueños, cada vez será mucho más difícil alcanzarlo, pues cuanto más nos alejamos, más difícil será para nosotros parar y encontrar el valor para desandar lo andado.
Poco a poco iremos progresando en madurez ante la vida, que está relacionada con el autoconocimiento y, gracias a ella, vamos dejando de culpabilizar de los problemas que nos acontecen, a las circunstancias que tienen poca o ninguna culpa de ellos.
Es fácil ver en los demás defectos que sólo son un reflejo de los nuestros y tenemos tendencia a buscar fuera de nosotros la solución a los problemas que nos abruman.
A veces es cierto que personas o circunstancias ajenas a nosotros, pueden colaborar positiva o negativamente a que las cosas no salgan como lo habíamos previsto, pero no debemos olvidar que la mayor responsabilidad sobre lo que nos ocurre en la vida recae en nuestras acciones u omisiones.
Las dificultades, la pereza, la insatisfacción, los problemas económicos o profesionales, los conflictos de relación con las personas que tratamos a diario, etc., nos pueden estar indicando la necesidad de replantearnos nuestro propio camino, permitirnos efectuar un buen análisis y decidir, hasta cuando estamos dispuestos a soportarlo o si debemos tratar de cambiarlo.