EL FACTOR EDAD

Con frecuencia atribuimos a la edad una importancia desmesurada, haciéndole responsable de achaques y enfermedades que en justicia no le son propios. Oímos decir que la obesidad aumenta con la edad, que la hipertensión hace lo mismo, que tenemos diabetes porque somos mayores, que la artrosis, la pérdida de memoria, la capacidad mental, etc., obedecen a un deterioro imparable producido por la edad.

Esta apreciación por muy común y evidente que parezca no es rigurosamente cierta y está influenciada de un pesimismo atroz, además de apoyarse en observaciones superficiales y erróneas.

La edad entendida como paso del tiempo o periodo durante el que ocurren eventos, es simplemente un factor o circunstancia que permite la acumulación o multiplicación de los resultados que se están originando a lo largo de la vida, de forma que si lo que se produce es positivo el paso del tiempo va a mejorar el estado inicial y viceversa, si lo que acontece es un deterioro o una destrucción, con el paso del tiempo se irá constatando el agravamiento de la situación de partida.

Conviene pues, esforzarnos en pensar y expresarnos con propiedad, culpando de nuestras limitaciones y problemas de salud no a la edad, sino a la falta de cuidados adecuados, que, si perduran en el tiempo, nos provocarán el deterioro de la salud y hasta una muerte prematura.

Podríamos decir que "continuamente nos estamos construyendo y, o destruyendo" en función del trato positivo o negativo que le estemos dando a nuestro cuerpo.

En definitiva estamos inmersos en un proceso vivo e imparable, cuyo resultado esta dependiendo continuamente de los balances positivos o negativos que obtengamos en cada situación coyuntural.

Decíamos que nuestro sistema necesita alimentarse adecuadamente, veamos pues de qué se nutren nuestras células.  

Las células de nuestro organismo necesitan constantemente estar en contacto con la glucosa y con el oxígeno, a partir de los cuales obtienen su energía en forma de ATP (trifosfato de adenosina), pero si les falta su alimento durante más de 5 minutos, entran en crisis y mueren  prematuramente.

Podríamos imaginarnos nuestro cuerpo como un inmenso invernadero con 60 billones de plantas,  todas conectadas a un líquido que circula sin descanso, día y noche, propulsado por una bomba infatigable.

En nuestro caso es el corazón quien lleva el azúcar, el oxigeno, las proteínas, las vitaminas  y los minerales, todo ello en proporciones óptimas y estables, para que todas y cada una de aquellas células puedan obtener la energía necesaria para vivir y multiplicarse.

Sabemos los desastres que nos ocurren cuando hay una alteración cardiaca y falla la bomba impulsora, que distribuye los nutrientes y también sabemos que algo similar ocurre cuando nos falta el oxígeno por cualquier complicación respiratoria.  Pero quizás no seamos tan conscientes de los problemas derivados de la carencia de alimentos, cuando no aportamos a nuestras células la cantidad de macro y micronutrientes, necesarios para su alimentación y correcta supervivencia y las estamos condenando a una vida en precario que las debilita y destruye lenta pero irreversiblemente.

Tenemos que ser conscientes de que cada día, cada hora y cada momento estamos naciendo y muriendo en alguna  parte de nuestro cuerpo y que el balance vital será positivo o negativo en función de las  condiciones más o menos favorables a las que sometamos a nuestro organismo.

En resumen podríamos reconocer como bueno el viejo lema de "renovarse o morir”.

Con frecuencia nos sorprende tanto la perdurable juventud de algunas personas como el prematuro envejecimiento de otras y la clave no es cuestión de buena o mala suerte, sino de los cuidados que estamos aportando día a día a nuestro organismo.

Cada día un mayor número de estudiosos aseguran que los procesos del envejecimiento son algo natural y fisiológico y no deben identificarse con las patologías que acompañan habitualmente a la edad, puesto que estas son fruto de los estilos de vida inadecuados y de la mala interacción con el medio ambiente.