AUTOCONTROL

El ser humano es capaz de decidir lo que quiere pensar y cómo lo va a hacer y para ello es imprescindible observar previamente si nuestros pensamientos son positivos o negativos, pues de la calidad de los pensamientos dependerá si afrontamos la vida de forma positiva o negativa.

El pensamiento precede a la acción y ejerce una función programadora de lo que vamos a ejecutar, a poner en marcha o a vivir en definitiva, de ahí la necesidad imperiosa de transformar los pensamientos negativos en pensamientos positivos, para que no tengamos obstáculos a la hora de desarrollar nuestros planes de acción.

Cada persona tiene una forma de ver la realidad y de enfrentarse al mundo, en función de lo aprendido mediante las experiencias vividas, tanto en el ámbito personal como en el familiar y social. Múltiples son los factores que nos influyen a la hora de activar los pensamientos y las emociones, desde la herencia genética, hasta la propia capacidad, la educación, las actitudes, el entorno social, etc., y todos intervienen y modelan nuestros pensamientos. No obstante sabemos que podemos llegar a ser libres y tomar nuestras propias decisiones, si conseguimos transformar y autoprogramar nuestra mente.

La mentalización permite que podamos hacer cosas que en otras condiciones serían realmente difíciles, pero para ser eficaces debemos ejercitarnos en la autoprogramación.

Debemos empezar enseñando a la mente la relajación y la eliminación sistemática de los pensamientos negativos. Hay que convencerse de que las reacciones de confusión y miedo pueden cambiarse, mediante acciones mentales opuestas que las neutralizan, y que es posible sustituir los pensamientos negativos por otros positivos, utilizando la relajación como instrumento para dirigir la mente.

El dicho latino: “Cogito ergo sum”, lo traducimos por “pienso luego existo”, pero en mi opinión el pensamiento es mucho más que un mero indicador de la existencia humana y se comporta como un auténtico “programador” de las acciones que llevamos a cabo. En realidad todos en alguna ocasión nos hemos visto sorprendidos ejecutando de forma más o menos mecánica, lo que previamente habíamos pensado hacer, sin que necesitáramos tomar una nueva decisión consciente.

Hay quien afirma que “somos lo que pensamos”, aunque personalmente me parece un tanto exagerado, yo lo transformaría en “actuamos según pensamos”, porque nuestras acciones son un fiel reflejo de nuestros pensamientos más profundos y al final podemos concluir que la vida es una consecuencia directa de los planteamientos, pensamientos y sentimientos que predominan en nosotros.

No hay duda de que la mente es la gran programadora de nuestra vida y que el pensamiento precede a la acción, porque de forma casi automática, con o sin conciencia de los motivos reales que nos impulsan, ejecutamos lo que hemos planificado o lo que en el último momento ha pasado por nuestra mente.

En conclusión, hemos de tomar conciencia de que las ideas dirigen nuestros actos y que al final somos esclavos de los pensamientos elaborados previa e inmediatamente a las acciones, que ponemos en marcha. De ahí en pura lógica se desprende la importancia vital que representa el control de la mente, para ponerla al servicio de nuestra actividad diaria y viene a ser lo mismo que disponerla a favor y en beneficio de nuestra propia vida.

En general, los pensamientos positivos nos mueven a acciones constructivas, por el contrario los pensamientos negativos nos pueden impedir la rehabilitación y la recuperación tanto personal como social.

Las personas que, en sus primeros años de formación, bien por exceso de imaginación o bien por estar sometidas a un gran número de estímulos superficiales, incompatibles con los procesos naturales de asimilación, pueden no haber adquirido desde la niñez el hábito de analizar y reflexionar sobre sus acciones, sobre los objetivos de su vida y la planificación correspondiente. La persona que no dedica tiempo suficiente para ordenar los pensamientos previos a la toma de decisiones, acaba por no tener el hábito de controlar su mente, es víctima de sus pensamientos caóticos, no sabe lo que quiere y depende de la última ocurrencia o impresión que le haya sobrevenido.

Al no haber adquirido un buen conocimiento de su propia identidad, no tener el hábito de reflexionar sobre sus propios actos y no haberse parado a ordenarse y planificarse, son fácilmente manejables por cualquier elemento que les rodee, sean personas, cosas, noticias, propagandas, comentarios, recuerdos recientes o de la niñez. No disponen de criterio propio, están a merced de lo último que les viene a su mente y acaban poniéndolo en marcha, sin pensar en las consecuencias derivadas de sus actos.

Este tipo de personalidades son susceptibles de ser manipuladas por los medios audiovisuales, por las modas, por los dirigentes políticos y por cualquiera que les presente un programa determinado, que no sea difícil de llevar a cabo y sobre todo que no les haga enfrentarse con la corriente socio-cultural de la que forman parte.

En esta línea es preciso reconocer que la educación teórico-práctica tradicionalmente recibida, junto a los ejemplos del común de nuestros convecinos han estado orientados sibilinamente a la despersonalización de los individuos. Nos han enseñado a delegar nuestras propias funciones en manos de los dirigentes, a olvidarnos de nosotros mismos en favor del conjunto, llámese estado, iglesia, nación, equipo, familia, pareja, etc., pero siempre en la línea de sumisión a los “legítimos pastores” que bien sabrán conducir al dócil rebaño hacia los mejores pastos, según su criterio e intereses.

Uno de los problemas más recurrentes y que mayor influencia han tenido en los fracasos, a la hora de persistir en los estilos de vida saludables de mis clientes ha sido siempre la dificultad de alcanzar una mentalización plena, que les ayude a perseverar y seguir los nuevos criterios de salud.

Cuando a mis clientes y amigos les informo científicamente y con pruebas fehacientes reconocen los beneficios directos que se obtienen cuando mejoran la interacción con el entorno medioambiental, la mayoría de ellos se predisponen a ponerlo en práctica, deseosos de comprobar los resultados. Prácticamente el 100 por 100 de los que lo experimentan quedan convencidos de la importancia del programa para su desarrollo y evolución saludables, pero poco a poco algunos van cediendo en su mentalización y van abandonando su correcto proceder, hasta que al final solo queda un buen recuerdo de “cuán bueno fue, mientras duró”.

El éxito de una plena mentalización se apoya en una serie de cualidades y de condiciones previas, que deberían estar presentes en el desarrollo natural de las personas y por desgracia no son tan comunes como sería de desear, de manera que, si la semilla de los consejos de la educación para la salud no caen en el terreno propicio o si no reciben los cuidados pertinentes, es muy probable que no lleguen a buen puerto y queden arrinconados por otros avatares de la vida.

Cuando una persona quiere realizar un proyecto importante para su vida, debe seguir un proceso lógico de preparación, encaminado a poner las bases necesarias para su puesta en marcha, su desarrollo y su evaluación constante, a fin de ir corrigiendo los probables fallos y las sutiles desviaciones sobre el objetivo propuesto.

Así pues, en primer lugar deberemos situarnos en el contexto y conocer las condiciones reales desde nuestro punto de partida: quiénes somos, cómo nos comportamos, en qué medios nos apoyamos, etc., es decir, conocernos a nosotros mismos y a las circunstancias, que nos rodean.