AUTOCONOCIMIENTO

El autoconocimiento es un concepto tan antiguo como el mismo ser humano, ya en el frontis del templo de Delfos aparece la inscripción latina: “Noscete ipsum”=”Conócete a ti mismo”. Sin embargo, suele predominar entre nosotros el desconocimiento interior, que nos aleja de la autenticidad vital, al no dedicar tiempo suficiente a la reflexión y al análisis de nuestra realidad.

Iniciar el propio conocimiento es el primer y decisivo paso para recrear nuestra vida y, en la actualidad, sigue siendo el gran desafío de los seres humanos a lo largo de la historia.

El autoconocimiento se debe desarrollar en tres fases sucesivas, en primer lugar la observación sobre uno mismo, en segundo lugar el análisis de lo observado y en tercer lugar la actitud sobre nuestro comportamiento.

La observación siempre debe ser positiva, no tratar de buscar solamente lo negativo, sino mirar de forma ecuánime en nuestro interior y ver tanto la parte positiva como la negativa, en nuestra forma de pensar y en nuestra manera de actuar.

Tratemos de estudiar de forma provechosa las posibles actitudes negativas, evitando la censura o la reprobación y apoyando la transformación de lo negativo en positivo. De la misma forma hemos de reconocer las actitudes y las capacidades positivas para suplir y compensar lo negativo que hayamos encontrado en nuestra observación.

Cuando hacemos un análisis profundo sobre nosotros mismos, corremos el riesgo de perder la autoestima, pues los aspectos negativos que, posiblemente podamos hallar pueden ensombrecer la visión positiva, que sin lugar a duda debemos defender a toda costa.

La visión negativa de uno mismo, que obvia o infravalora los valores, puede afectar a muchas facetas de la vida, como las relaciones personales, el trabajo, la familia, etc., e inducir a la angustia, la irritabilidad y al abatimiento.

El autoconocimiento precisa de un constante proceso interno de observación y análisis, que nos ayude a tomar conciencia de nosotros mismos, explorando los pensamientos, los sentimientos y fundamentalmente las acciones y las experiencias pasadas, con el único fin de que nos sirvan para actuar en el presente, planificando mejor el futuro.

El autoconocimiento es básico para comprender nuestra realidad y superar el autoengaño u otra trampa en la que estemos inmersos, ayudándonos a solucionar con éxito las dificultades y a manejar con cordura las emociones.

Cuando un individuo percibe con sinceridad sus propios sentimientos, mejora las condiciones para poder alcanzar un estado emocional más equilibrado, haciéndose poco a poco más libre, más independiente, más eficaz y más positivo. Esto no significa que sea fácil conseguir la perfección y no caer en estados de ánimo negativos, sino que progresivamente iremos tomando conciencia de nuestra realidad emocional y podremos superar los baches sin quedar supeditados a ellos.

Para avanzar decididamente en el autoconocimiento debemos ser capaces de analizar lo que acontece en nuestro interior y en el exterior, poniendo énfasis no en los defectos, que observamos tanto en nosotros como en los demás, sino en las cosas buenas que hay en nosotros y por supuesto en los demás.

Cuando veamos defectos en los demás, una práctica y muy aconsejable norma de conducta, es analizar si estos fallos son semejantes a los nuestros y también actuar de igual forma al descubrir sus virtudes, analizando si no son parecidas a las nuestras o en su ausencia cómo podríamos alcanzarlas.

Las emociones responden a los estados de ánimo y pueden reflejar alegría, miedo, tristeza, ira, sorpresa, repugnancia, etc. Estas expresiones son comunes a todas las personas, incluso a muchos animales, que han cumplido y siguen cumpliendo funciones ancestrales a la hora de comunicar los estados emocionales entre los individuos y por esta razón, en las emociones básicas, la mayoría de las expresiones faciales son comunes a todas las culturas.

La mente mantiene y actualiza sus recuerdos con mayor o menor exactitud e intensidad, en función del grado de emoción, que acompañaron a los eventos, porque las emociones son un elemento fundamental a la hora de archivar en la memoria y poder revivir los sucesos con la máxima fidelidad.

Buena parte de los trastornos emocionales tienen una de sus causas en no saber expresar los sentimientos y para paliar esta situación hay que comenzar a expresar lo que sentimos e iremos comprobando que, cuando logramos poner en palabras lo que sentimos, estamos dando un gigantesco paso hacia el manejo de nuestras emociones y de nuestra vida.

Para comprender mejor cualquier cuestión lo más eficaz es tratar de expresarla. Así que, ante cualquier duda, lo mejor es poner palabras habladas o escritas a lo que queremos conseguir.

Las situaciones negativas pueden tener un doble origen, bien pueden estar basadas en cuestiones personales, que deberemos solucionar con nosotros mismos, o bien dependen de cuestiones externas y ahí debemos valorar en qué medida vamos a involucrarnos en ellas o si es mejor dejarlas de lado y seguir adelante.

No es de recibo culpar a los demás o a las circunstancias de sentirnos insatisfechos, si en realidad se debe a que no aceptamos nuestras limitaciones emocionales, esta actitud confirmaría que arrastramos un problema serio, que hay que solucionar lo más rápidamente posible para que no se cronifique y sea más difícil su solución.

Si nos vemos inmersos en una situación incómoda, que nos deja una huella en nuestro estado de ánimo y perdura más allá del momento en que sucedió, significa que estamos lejos del autoconocimiento necesario para ser artífices de nuestra propia historia.

Ver la vida de forma positiva, es el gran reto actual de la humanidad, donde la mayoría de las noticias que recibimos se basan en los desastres naturales o en los provocados por el hombre.

En cualquier situación cotidiana es donde debemos mejorar nuestra actitud, conscientes de que esto es lo que está determinando nuestra forma práctica de comportarnos, porque la clave del éxito está en cómo desarrollamos los pormenores de la vida diaria.

Los errores y las dificultades no deben cambiar la actitud positiva que hemos ido construyendo a base de esfuerzo y entusiasmo, conscientes de que una baja autoestima simplemente es un error de cálculo, que obstaculiza nuestro camino.

Muchas veces nos despertamos inmersos en una atmosfera de ansiedad y estrés, porque nos preocupa el problema principal y sobre todo el cortejo de situaciones que conlleva enfrentarse a él.

A veces la incertidumbre de cuál será el resultado final, nos puede estar generando una actitud ansiosa con sensaciones de angustia y estrés, que por higiene mental, debemos tratar de suprimir.

Sin obsesionarnos pensando en lo que puede salir mal, miremos hacia el futuro, como si fuese una nueva oportunidad en la que la vida puede cambiar a mejor.

Por el contrario si organizamos el día con tiempo suficiente y mantenemos una actitud positiva hacia esa nueva oportunidad que comienza para nosotros, no nos levantaremos con estrés y podremos hacer frente a cualquier situación.

Planificar la jornada con anterioridad, con calma y con ilusión debe ser una ocupación placentera, que paso a paso nos aproxime a la consecución de nuestros objetivos, tanto de tipo personal como laboral y social.

Debemos reservar un tiempo suficiente (8 horas de sueño más la siesta) para que la mente se despeje y pueda volver con más fuerza y eficacia a centrarse en los objetivos prioritarios, sin descuidar la profundización en el autoconocimiento, conscientes de que, si prestamos más atención a nuestras experiencias cotidianas, iremos dándonos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor, de cómo nos sentimos y de que estamos siendo los auténticos constructores de nuestro destino.

En esta dinámica, iremos adquiriendo progresivamente una actitud positiva ante la vida, al levantarnos, al acostarnos y en todo momento y circunstancia.

Frente a las situaciones negativas de origen externo debemos ser capaces de adquirir un cierto grado de perspectiva o de alejamiento del problema, previamente al análisis y a la toma de decisiones.  Las determinaciones posteriores en pura lógica deberán orientarse en una de las dos opciones inteligentes: a) pasar de ellas, ignorarlas y apartarlas de nuestras vidas, b) sortearlas, torearlas y obviarlas sin involucrarnos en ellas.

La vida está hecha de pequeñas decisiones y, en realidad, todas ellas son importantes. No hay decisión insignificante, cada sendero lleva a otro y este a otro diferente, que pueden aproximarnos o alejarnos del objetivo primordial y, a la vez, las decisiones adoptadas positiva y conscientemente nos consolidan como administradores de nuestros recursos y en definitiva de nuestra propia vida.

Cuanto mejor sea nuestro autoconocimiento mayor será la eficiencia de nuestras decisiones y la oportunidad de desenvolvernos con éxito en el momento de tomarlas, aunque en realidad ese momento es parte de un proceso continuado, que ha de apoyarse en la motivación, la responsabilidad, la organización y la constancia, valorando siempre la autoestima, el entusiasmo y la adaptación al entorno.