INTRODUCCIÓN

Por Alberto Martínez-Arrazubi

Llamamos presión arterial al efecto físico que experimentan las arterias en su interior ante el empuje mecánico, provocado por el paso de la sangre. Esta presión depende de la mayor o menor actividad de la bomba impulsora (el corazón), de la cantidad de líquido circulante en cada momento y de la fluidez, elasticidad y capacidad circulatoria que permiten los vasos arteriales. De ahí que todos aquellos factores que intervienen en el proceso circulatorio sean capaces de modificar la presión arterial que medimos.

El corazón es una maravillosa bomba, que no para ni de día ni de noche, que no guarda vacaciones nunca, que se autoregula constantemente aumentando o disminuyendo su actividad y su ritmo, siguiendo las demandas de todos y cada uno de los órganos del cuerpo, que únicamente precisa alimentos y bebidas equilibrados en cantidades suficientes, dentro de unos ciclos normales de actividad y de descanso.

La sangre circulante rica en oxígeno, nutrientes, células y agua depende igualmente de la cantidad y calidad de la comida y bebida ingeridas. Los vasos sanguíneos, que son estructuras celulares en continua renovación, sometidas a desgastes y deterioros continuos, también dependen de los nutrientes que el sistema aporte tanto en su cantidad como en su calidad y proporción.  Y finalmente las hormonas autocrinas encargadas de los movimientos vasoconstrictores y vasodilatadores que regulan la disponibilidad de la sangre en cada momento y para el lugar preciso, que también dependen de la suficiencia y del equilibrio alimentario.