BIOLOGÍA

Por Alberto Martínez-Arrazubi

Es una constatación universal la enorme influencia de los estímulos en el desarrollo de las funciones y capacidades de los organismos vivos. Nuestro sistema orgánico no es una excepción a esta regla y sigue con plena vigencia este principio general. Distinguimos entre actividad física y psíquica, no porque en el fondo sean diferentes, ni afecten a sistemas antagónicos, sino para poder profundizar mejor en cada uno de ambos aspectos.

Hoy podemos afirmar que el ejercicio físico moderado, desarrollado al aire libre es ideal para mantener en perfectas condiciones de salud a todo el organismo. Sabemos que el ejercicio físico actúa como un “antioxidante” y por lo tanto frena la oxidación celular, provocada por un exceso de “radicales libres”, capaces de destruir las mitocondrias e impedir la regeneración de las células.

Nadie duda de los efectos beneficiosos que el ejercicio físico provoca en los sistemas osteomuscular, cardiovascular, respiratorio y metabólico, a los que debemos añadir las no menos importantes consecuencias favorables en el ámbito de la salud mental, como el aumento de la capacidad reparadora de las neuronas tras accidentes o enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson y otras enfermedades mentales como la ansiedad, la depresión y el estrés crónico.

La sabiduría popular afirma y confirma que “el órgano que no se activa se atrofia”, “el que no llora no mama”, “el que no recoge desparrama”, “el que no construye destruye”, que “la función crea el órgano”,  que “la inactividad nos mata”, que “al que no come se lo comen”, que “al que no se organiza lo organizan”, que “el que no lucha sucumbe”, etc.

Es obvio, aunque olvidamos con excesiva frecuencia, que la actividad es consubstancial con la vida, que el equilibrio nunca es estático sino dinámico, que el que no se renueva se muere, porque la degradación biológica es implacable y la regeneración, que es indispensable para la supervivencia de individuos y especies, depende directamente de los estímulos recibidos.

Muy a menudo tendemos a pensar que la salud que disfrutamos es algo permanente y otras veces, por el contrario, que la enfermedad es algo inexorable, que nos amenaza, hagamos lo que hagamos y que tarde o temprano nos alcanzará y nos destruirá completamente. 

Hoy sabemos a ciencia cierta que el ejercicio físico aeróbico es una de las acciones más efectivas, que podemos llevar a cabo para desarrollar y mantener la salud de nuestro organismo. Desde un punto de vista científico, no hay duda de que con la actividad física adecuada podemos frenar el deterioro físico y mental, que habitualmente asociamos con el paso de los años, reduciéndose sus efectos significativamente.

Una de las razones parece apoyarse en que el ejercicio físico actúa como un antioxidante de primer orden, que bloquea la acción de las enzimas encargadas de la oxidación celular, logrando reducir en las mitocondrias los niveles elevados de radicales libres. También se sabe que el ejercicio físico es beneficioso para el sistema osteomuscular, para el cardiovascular y para el respiratorio, pero ahora también sabemos fehacientemente que es tremendamente beneficioso para las condiciones cognitivas y mentales del cerebro. Las razones de estos hallazgos se basan en que el ejercicio físico contribuye a la síntesis y liberación de los neurotransmisores, activa la formación de sinapsis nerviosas e incrementa la capacidad regenerativa del cerebro.

Estudios paralelos demuestran que una actividad física bien diseñada es capaz de mejorar los estados de ansiedad, depresión y potenciar las capacidades psicológicas, que el organismo precisa para superar las situaciones de estrés crónico.

Los mejores resultados en materia de salud no se han obtenido con los ejercicios físicos “anaeróbicos”, como el levantamiento de pesas, la gimnasia sueca u otros ejercicios de tipo culturista, sino con los ejercicios “aeróbicos”, como el andar, saltar, correr, etc., realizados al aire libre, que de alguna manera nos recuerdan nuestro pasado como primates y nos armoniza, mejorando la circulación sanguínea, activando los factores de crecimiento, normalizando la tensión arterial, reduciendo los niveles del colesterol “malo”, (C-LDL), evitando los desequilibrios hormonales como la diabetes y neutralizando los riesgos de arteriosclerosis.

Otro beneficio a tener en cuenta a la hora de planificar la actividad física es que las personas que han realizado actividades físicas durante los años de la infancia, adolescencia y juventud, han adquirido una especie de “reserva natural” que les sirve a lo largo de toda la vida, como si los efectos de la actividad física fueran acumulativos e imperecederos.

También es importante recordar que el ejercicio físico es beneficioso a cualquier edad en la que se inicie y que la respuesta positiva, en forma de beneficios para la salud, está dependiendo directamente del tiempo e intensidad empleados y es independiente de la edad en la que se inicia.

Tradicionalmente llamamos ejercicio físico a cualquier actividad que consiga que el cuerpo trabaje algo más de lo habitual, incorporando actividades físicas que superen la rutina diaria de desplazarse, sentarse, pararse, tumbarse e incorporarse, aunque en realidad todos los movimientos, que realizamos ponen en marcha alguno de los grupos musculares, cuya actividad comporta beneficios que pueden concretarse en: