DESARROLLO MENTAL

Se admite científicamente que el ser humano nace con una cantidad de neuronas próxima a los 100.000 millones y que, cuando las ponga en funcionamiento, estará desarrollando tantas conexiones neuronales, como vaya necesitando.

A estas conexiones las llamamos “sinapsis”, que se crean de forma masiva, durante los periodos de lactancia, infancia y niñez, y posteriormente siguen un proceso evolutivo constante durante toda la vida del individuo, llegando a los 100 billones de conexiones.

Las sinapsis neuronales se van creando sobre la marcha, cuando se estimula el uso de las neuronas frente a las necesidades de supervivencia, permanecen un tiempo mínimo suficiente para que puedan ser reutilizadas, recreándose y reforzándose de nuevo, cada vez que se vuelven a activar, pero en caso de no utilización no se restablecen y van desapareciendo poco a poco sin dejar rastro.

Es muy comprometido tomar conciencia de que el desarrollo de las sinapsis neuronales y en consecuencia el progreso de la memoria y la capacidad mental, van a estar dependiendo básicamente de la estimulación, que reciba nuestro cerebro durante los primeros años de la vida y también es muy esperanzador saber que el proceso recreativo de las sinapsis y por ende del aprendizaje, se debe llevar a cabo durante toda la vida. Por el contrario sabemos que, si los estímulos fallan, se irán anulando las capacidades tanto intelectuales como físicas en los individuos y así constatamos una vez más que “lo que no se usa se pierde y lo que no se activa se atrofia”.

Las neuronas, en su mayor parte y a diferencia del resto de las células del organismo no mueren ni se reproducen y por lo tanto no son reemplazables de forma generalizada, a excepción de algunas neuronas que pueden morir y renacer durante toda la vida del ser humano, si son adecuadamente estimuladas. Parece ser que tanto los estímulos que potencian su creación, como los procesos que provocan su mortandad están en relación directa con el estrés, mediante la producción suficiente o excesiva de corticoides por parte de las glándulas suprarrenales.

Los cambios auténticos y esenciales, que despliegan el volumen cerebral y el desarrollo de las capacidades mentales, se dan por la continua creación-recreación de las sinapsis o conexiones neuronales, encargadas de transmitir los mensajes informativos de unas a otras neuronas y aquí siguen valiendo los criterios naturales de utilidad y caducidad, junto a la experiencia general de los humanos: “lo que no se utiliza se pierde”.

Basta con observar a las personas de edad que mantienen en perfectas condiciones sus capacidades físicas y mentales para reconocer que de manera más o menos consciente mantienen una actividad vital envidiable, sin alejarse de los problemas ni de las soluciones, que se plantean en su entorno. Participan en los quehaceres cotidianos y saben poner su punto de serenidad y de cordura en todo lo que tocan.

En definitiva se trata de ser coherentes con los esquemas de funcionamiento de nuestros antepasados, adoptando unos estilos de vida adaptados al entorno físico y social.  

Es obvio que envejecemos, que nuestra capacidad de regeneración ni es tan amplia ni tan intensa como en los años jóvenes, que durante el paso del tiempo se van marcando las huellas del deterioro, producido por nuestra deficitaria interacción con el medio ambiente, que las cicatrices y las arrugas revelan un pasado menos saludable de lo deseado, donde los desequilibrios hormonales han hecho de las suyas, limitando muchas de las funciones biológicas, que nos permitían una recuperación casi completa hasta los 20 – 30 años.

También sabemos que con los años aumentan los radicales libres y disminuyen las capacidades para poder hacerles frente y neutralizarlos, lo que redunda en un mayor deterioro de las funciones biológicas y nos obliga a una mayor exigencia para tratar de superarlos.

Hay autores que defienden la existencia en todos los seres vivos de una especie de “reserva cognitiva”, acumulada durante los años de mayor crecimiento y desarrollo neuronal, que puede ayudar a mantenernos en mejores condiciones y durante más años, cuando los procesos degenerativos no nos faciliten tanto la recuperación.

Parece ser que su funcionamiento sería similar a la reconocida “reserva física” que garantiza un mejor funcionamiento cardiovascular y osteomuscular. En realidad, si las redes neuronales con sus sinapsis están fortalecidas por un continuado entrenamiento, es lógico esperar que su deterioro sea mucho más ligero, cuando la capacidad regenerativa disminuya y no se pueda superar con facilidad el efecto negativo de los radicales libres.

Como consecuencia debemos pensar que, partiendo de la capacidad genética heredada, el desarrollo de nuestra capacidad cerebral durante los años de crecimiento y después en su mantenimiento, debe estimularse continuamente, a la vez que la actividad física y las relaciones socioculturales, con el fin de estar en perfectas condiciones físicas y mentales durante toda la vida.

La estimulación en la globalidad del ser humano es imprescindible para el correcto desarrollo y mantenimiento de sus capacidades, tanto a nivel físico como psíquico, de forma que todos los órganos y sentidos se vean favorecidos y recreados por el estímulo.

Cuando realizamos ejercicios físicos aeróbicos, además de los beneficios directos en los órganos estimulados, también aumentamos el número de neuronas del “hipocampo”, cuya estructura garantiza los procesos del aprendizaje y de la memoria.

Nos referimos especialmente a los ejercicios aeróbicos como el andar y correr, ya que los ejercicios “anaeróbicos”, como los estiramientos, los típicos de la gimnasia sueca y en general los realizados a base de contracciones musculares mantenidas, también llamados “isométricos”, no son tan capaces de mejorar el desarrollo neuronal.

Estos beneficios se explican porque la estimulación física aeróbica favorece el incremento de los factores de crecimiento a nivel general y por lo tanto mejora la proliferación de los vasos sanguíneos, que riegan el cerebro con mayor profusión de nutrientes y menor riesgo de desarrollar procesos de “arteriosclerosis”.

Todos los estudios consultados sobre la influencia del ejercicio físico aeróbico en el mantenimiento y mejora de las funciones mentales coinciden en que la repercusión de dichos factores es directamente proporcional al tiempo y a la intensidad con la que se practica, siendo su efectividad independiente de la edad y de las circunstancias en la que se inicie el proceso estimulador.

Las razones últimas de estos resultados hay que encontrarlas en el propio diseño genético del ser humano, que está preparado para llevar una vida realmente activa y no tan sedentaria como la nuestra, puesto que de los 1.400 gramos del cerebro del hombre actual, al menos en 400 gramos compartimos las mismas estructuras que nuestros parientes los chimpancés, que están destinadas a mover toda la musculatura disponible para poder saltar, correr, trepar, jugar, huir, luchar, etc.

Cierto es que desde el descubrimiento de la agricultura, la piscicultura, el pastoreo y las granjas, junto con el desarrollo de las herramientas, las maquinas, los transportes y los sistemas de telecomunicación la vida en la tierra se ha ido suavizando de forma que no sea tan necesario emplear la fuerza física para casi ninguna de las tareas habituales y las relacionadas con la subsistencia. Todas las asperezas se liman, todo se simplifica y se reducen los esfuerzos necesarios a la mínima expresión, pero nuestra constitución de animales activos, capaces de buscarse la vida en condiciones prehistóricas, sigue vigente y no puede ser desactivada por desuso, sin un alto coste biológico para el conjunto del organismo.

Por ello aunque en nuestro mundo tan sofisticado ya no sea preciso contar con la fuerza física para poder obtener los recursos necesarios para la supervivencia, no debemos olvidar quienes somos, de dónde venimos y cómo hemos de comportarnos para vivir en armonía con nuestra actual biología, que no ha evolucionado en los últimos 100.000 años y permanece prácticamente anclada en el Paleolítico.