¿CÓMO FUNCIONA EL ORGANISMO?

Cuando las cifras de glucosa en la sangre superan de forma estable y continuada los 110 mg. / dl, entendemos que existe hiperglucemia, situación anómala que nuestro organismo no tolera bien y de la que trata de defenderse.

Vamos a recordar cuales son los mecanismos que emplea nuestro cuerpo para mantener la glucemia dentro de los límites normales.

Sabemos que nuestras células, (alrededor de 60 billones), necesitan glucosa y oxígeno de forma constante e ininterrumpida para obtener la energía necesaria que les permita mantener sus funciones vitales. Esta glucosa cuando es escasa les hace pasar hambre, les acorta la vida y hasta les provoca la muerte, pero cuando es excesiva las intoxica y también puede llegar a destruirlas.

De estas premisas podemos deducir la importancia vital para nuestro organismo de mantener constantes los niveles de glucosa en la sangre.

Por otro lado sabemos que los aportes de hidratos de carbono a nuestro organismo no son continuados sino puntuales y más o menos periódicos, situación que obliga a nuestro metabolismo a administrar los azucares con sumo cuidado, tanto en los momentos de la comida como en los de ayuno, evitando los excesos y los defectos de glucosa en sangre, pues está en juego la vida de nuestras células.

Esta regulación se consigue mediante el juego combinado de dos hormonas importantísimas: la insulina y el glucagón, segregadas por una glándula llamada páncreas, que las produce según demanda.

Ambas hormonas son complementarias y de su equilibrio en la sangre depende la cantidad de glucosa, que va a estar disponible en la circulación sanguínea.

Conviene tener siempre presente que la insulina aparece como respuesta, directamente proporcional, a la presencia de glucosa en la sangre y esta depende de los azucares que, tras la ingestión, absorbemos en la comida.

Igualmente el glucagón es secretado por el páncreas como respuesta a los aminoacidos presentes en la sangre, que a su vez dependen de la ingesta, asimilación y degradación de las proteínas, funciones estas llevadas a cabo por nuestro aparato digestivo.

En resumen, si ingerimos, masticamos y asimilamos unas comidas que tengan la proporción ideal entre hidratos de carbono y proteínas, garantizaremos un equilibrio perfecto en el eje hormonal “insulina-glucagón” y consiguientemente la correcta administración de los alimentos y la normalidad en los niveles de glucosa en la sangre.

Estamos dando por supuesto que nuestro páncreas responde normalmente a los requerimientos del sistema, como es lo normal en los humanos, aunque pueda coexistir con un cierto grado de diabetes del adulto (DM 2).

Con frecuencia se cree que los diabéticos tipo ll, no producen suficiente insulina y en la mayor parte de las ocasiones no es cierto. Más bien ocurre todo lo contrario, que llevan produciendo una cantidad excesiva de insulina durante bastante tiempo y el sistema metabólico se defiende de la agresividad de la insulina, haciéndose resistente a ella e impidiendo su acción hipoglucemiante.

Ante esta respuesta defensiva del organismo por el exceso de insulina, en mi opinión, no se debería estimular e incrementar aún más la producción de esta hormona, sino tratar de “reducir la resistencia” que el organismo opone a la misma, lo contrario puede acabar agotando al páncreas en su vano intento de reducir la glucemia "por la brava".

Muchos de mis pacientes han conseguido reducir la resistencia a la insulina y normalizar su glucemia, al alimentarse correctamente, equilibrando los hidratos de carbono con las proteínas en todas y cada una de las comidas.

Numerosos diabéticos tratados con hipoglucemiantes orales, que ya no podían controlar sus hiperglucemias y se veían obligados a tener que inyectarse insulina, consiguieron no solo evitar los pinchazos sino hasta dejar los fármacos hipoglucemiantes con la única estrategia de compensar adecuadamente los alimentos y llevar una vida más ordenada.

Incluso algunos diabéticos insulino-dependientes con varios años de tratamiento han conseguido mantener sus glucemias normalizadas sin necesidad de ningún aporte de insulina ni otro tratamiento farmacológico.

Según mis experiencias, las mejores respuestas obtenidas en el tratamiento de los diabéticos las he conseguido, cuando he combinado una dieta equilibrada con un descanso suficiente, una actividad moderada y una reducción drástica del estrés.

 En definitiva se trata de que el diabético no pase ni hambre ni sed, garantizando la ingesta suficiente de líquidos, de los hidratos de carbono necesarios, acompañados de las proteínas correspondientes, en todas y cada una de sus comidas.

El número de las ingestas debe ser por lo menos de cinco al día, tratando siempre de evitar el hambre, producido por situaciones de hipoglucemia. Debemos ser conscientes de que los diabéticos tipo 2, a causa de su hiperinsulinismo, no aprovechan todos los hidratos ingeridos, parte de ellos son derivados a la formación de grasas y otra parte de los excedentes de glucosa es eliminada a través de la orina con la consiguiente depleción hídrica.

En segundo lugar se trata de asegurar un descanso suficiente y reparador, no inferior a ocho horas diarias, además de 20 a 30 minutos de siesta.

De todos es conocida la eficacia de la actividad física en la correcta regulación de la glucemia y ciertamente ayuda a normalizar los niveles de azúcar en la sangre, pero siempre debemos evitar los ejercicios bruscos y los excesivamente prolongados, que nos pueden provocar situaciones de estrés y con ello un incremento de la hidrocortisona, culpable de producir hiperglucemia e hiperinsulinismo. Por todo ello seguimos recomendando los paseos lúdicos, varias veces al día, combinados con descansos puntuales.

Haremos especial hincapié en la eliminación de cualquier forma de estrés y ansiedad, a menudo imbricada con una autentica sensación de hambre, unida a las crisis de hipoglucemia relativa, tan frecuentes en los diabéticos.

Cuando soportamos una situación de estrés, nuestro sistema hormonal se altera y se paralizan la mayor parte de sus funciones, estableciéndose una situación de emergencia. Podríamos imaginar una situación parecida, analizando lo que ocurre en un gran establecimiento comercial o en un complejo hotelero cuando se disparan las alarmas ante una situación de emergencia: se suspenden todos los servicios habituales, se alteran los procesos y los procedimientos normales y todo se supedita a la superación puntual del conflicto.

Posteriormente con cierta frecuencia podremos reconocer que el problema no tenía ni el rango de emergencia vital ni la importancia suficiente como para justificar la situación provocada, sin embargo la alarma ya estaba en marcha y las consecuencias derivadas de la paralización del sistema también.

Cuando se establece una situación de emergencia, en nuestro organismo se pone en marcha uno de los sistemas de defensa más ancestrales de los seres vivos y así dejan de funcionar la mayoría de las hormonas habituales y se da preferencia a la adrenalina y a la hidrocortisona. La primera aumenta la frecuencia cardiaca y sube la tensión arterial, preparando al corazón para una situación de ataque o de defensa.

La hidrocortisona vacía los depósitos de glucosa al torrente sanguíneo, subiendo la glucemia y como reacción inmediata le sigue la producción de insulina, un aumento en el consumo de oxígeno y la formación de radicales libres, a la vez que se paraliza la formación de las nuevas células para la renovación. También se colapsan las hormonas autocrinas imprescindibles para el funcionamiento metabólico normal, se frena la diuresis y se retienen todos los líquidos posibles, en previsión de ulteriores restricciones hídricas.

El resultado es una paralización de todos los sistemas metabólicos, un aumento del deterioro orgánico y un retroceso en la renovación celular, que son incompatibles con el mantenimiento de la salud a medio plazo. 

Es pues el estrés un factor limitante, cuando no excluyente de cualquier intento de recuperación, de ahí la necesidad de liberarse de esta autentica rémora para poder reiniciar la normalización de los procesos metabólicos.

Con frecuencia vemos fracasar las mejores terapias antidiabéticas, mientras persiste más o menos de forma latente algún problema acuciante para el enfermo, aunque el propio interesado no llegue a reconocerlo explícitamente.

Conviene recordar que el principal culpable de la diabetes tipo II, llamada también diabetes del adulto, es el hiperinsulinismo, entendido como una producción exagerada del páncreas, que segrega excesiva insulina ante la presencia continuada de elevados niveles de glucosa en la sangre.

Esta producción tan brusca, según los expertos, parece tener como base una predisposición hereditaria, pero también es cierto que el hiperinsulinismo no llega a "expresarse", ni aun en los pacientes genéticamente predispuestos, mientras la glucemia se mantenga en los valores normales, merced al equilibrio del eje hormonal “insulina - glucagón”.

Si una ingesta suficiente de hidratos de carbono está acompañada con la de proteínas en las proporciones adecuadas, se garantiza una producción correcta de insulina, a la vez que la de glucagón, recordemos que la estimulación y generación de insulina se neutraliza con la del glucagón, evitándose así los efectos devastadores de la hiperproducción insulínica.

El hiperinsulinismo inicialmente suele provocar hipoglucemias en las personas prediabéticas. Las situaciones de hipoglucemia incitan al paciente a buscar alguna compensación y saciar su hambre de “algo dulce”, tomando más azucares para elevar sus niveles de glucosa. Ante la nueva subida de la glucemia se vuelve a incrementar la producción de insulina, que reducirá de nuevo los niveles de azúcar y así se va formando un círculo vicioso que conduce a un persistente hiperinsulinismo.

Ante el exceso de insulina, aparece a modo de defensa la llamada resistencia a la insulina, que reduce la eficacia de la misma y obliga al páncreas a incrementar, todavía más la producción de insulina potenciando de nuevo el hiperinsulinismo.

Parece contradictorio pero curiosamente conviven en el diabético tipo 2: un exceso de glucosa, con un exceso de insulina y una resistencia a la insulina, junto a una creciente intolerancia al exceso de glucosa.

Tratare de explicarme: inicialmente los prediabéticos, es decir las personas que por herencia tienen una mayor sensibilidad y reaccionan de manera exagerada ante la presencia de niveles altos de glucosa en su sangre, producen gran cantidad de insulina como respuesta a la ingesta de hidratos de carbono.

La insulina actúa retirando del torrente sanguíneo la glucosa, llevándola, en parte a las células y en parte al hígado para su almacenamiento provisional en forma de glucógeno, a la espera de ser requerido por el glucagón, que lo convertirá de nuevo en glucosa y la retornará a la sangre, para que siga sirviendo de alimento a las células.

Si la hormona glucagón no aparece con la cantidad y la actividad suficientes, el glucógeno depositado en el hígado se va transformando en grasa y acaba siendo diseminada por todo el cuerpo, siguiendo un patrón de distribución específico para cada persona.

Paralelamente la insulina libre del control y la compensación ejercida por el glucagón reduce los niveles de glucosa en sangre hasta provocar hipoglucemia, que se manifiesta por hambre, necesidad y deseo de aportar alimento al sistema y se transforma en una imperiosa exigencia de comer cualquier cosa, pero de preferencia "algo dulce" o también “algo salado” (siempre hidratos de carbono), que se conviertan rápidamente en glucosa.

Ahí comienza el circulo vicioso, si las personas predispuestas comemos los hidratos sin la suficiente cantidad de proteínas, seguirá la insulina actuando libremente sin el freno compensatorio del glucagón, que como ya sabemos responde a la presencia en sangre de los aminoacidos derivados de las proteínas ingeridas y asimiladas.

Esta situación mantenida que nos induce a picar entre horas alimentos ricos en azucares, nos lleva indefectiblemente a incrementar la grasa de reserva es decir al sobrepeso y a la obesidad.

Con estas reflexiones es fácil comprender el hambre casi continuado que presentan los hiper-insulininémicos, puesto que el alimento para sus células y especialmente para sus neuronas “la glucosa” se pierde por el camino y no llega a las células hambrientas, dado que se ha ido convirtiendo en grasa por la acción del exceso de insulina y el déficit de glucagón.

La situación es mucho más desesperada en los diabéticos mal controlados que eliminan por la orina gran cantidad del exceso de azúcar que tienen en su sangre y pierden mucha agua en esta operación, convirtiéndose en sujetos hambrientos y sedientos a la vez. 

Cuando en los individuos predispuestos genéticamente se mantiene durante un tiempo suficiente el exceso de insulina, junto con un exceso de grasa, el organismo se defiende y se hace resistente a la insulina, que es una hormona muy agresiva.

Esta resistencia complica más el cuadro, puesto que persiste la situación de hambre celular, unida a la obesidad y a la hiperglucemia, junto con el exceso de insulina y sus devastadores efectos, mas una creciente intolerancia ante el exceso de glucosa en la sangre.

La hiperglucemia va afectando a todos los territorios del cuerpo, impregnando las células de una especie de melaza, que las hace pegajosas y en el caso de los glóbulos rojos, que son los encargados de llevar el oxigeno a todas las células del organismo, se quedan pegados unos a otros y forman microembolias, que obstruyen los capilares e impiden que el oxígeno llegue hasta las células. Esta situación mantenida provoca la muerte de algunas células por anoxia, con la consiguiente repercusión funcional de órganos tan importantes como la retina, los riñones, el corazón y el cerebro, amén de que en todos los órganos se acelera la destrucción, la imposibilidad de la renovación celular y por lo tanto el envejecimiento prematuro.

 

RESUMEN TÉCNICO

Múltiples son las razones que avalan la calificación de la Insulina como "hormona agresiva" y justifican la reacción orgánica de incrementar la "resistencia" frente a ella, especialmente cuando la insulina no está controlada por su hormona oponente el "glucagón".

Enumeremos los efectos nocivos para el organismo que el exceso de insulina produce:

1.-Elevación de la HTA por la estimulación de las hormonas vasoconstrictoras.

2.-Aumento de la grasa corporal al transformar en grasa los excedentes de glucógeno.

3.-Dificultad para liberar la grasa almacenada al inhibir la hormona lipasa.

4.-Aumento de las grasas en el torrente sanguíneo, que realmente son "triglicéridos".

5.-Estimulacion del hígado para producir más colesterol del malo y menos del bueno.

6.-Aumento de bronco-constrictores y reducción de la capacidad pulmonar.

7.-Disminucion de la flexibilidad de los hematíes y la transferencia de oxígeno.

8.-Déficit de hormonas del crecimiento y testosterona, frenando el desarrollo muscular.

9.-Reduccion del riego sanguíneo general al aumentar las hormonas vasoconstrictoras.

10.-Aumento de la síntesis de hormonas inmunodepresoras.

11.-Disminucion de las comunicaciones y respuestas internas entre las hormonas.

 

Realmente el panorama de los hiperinsulinémicos y diabéticos es muy sombrío, si no se corrige adecuadamente el círculo vicioso de: Exceso de glucosa ---> exceso de insulina, cuya solución, por otro lado es tan sencilla y definitiva como acompañar en todas las comidas a los hidratos de carbono con la suficiente cantidad de proteínas.

Con frecuencia estas medidas dietéticas tan elementales son olvidadas o descuidadas en la práctica clínica, incluso se aconseja a los diabéticos comer entre horas productos ricos en fructosa como las frutas y los zumos, sin el necesario acompañamiento proteico, que estimularía la producción de la hormona glucagón y compensaría el predominio de la insulina.

Confiar al ejercicio físico la tarea de reducir el exceso de glucemia puede ser de dudosa eficacia práctica, en función de la respuesta individual de los pacientes.

Sabemos que un ejercicio físico moderado y lúdico mejora el control metabólico al aumentar la captación de glucosa por parte del musculo, a la vez que normaliza la tensión arterial y reduce la hiperlipemia, pero otra cosa muy distinta es tratar de reducir la glucemia, derivada de un exceso gastronómico a base de realizar ejercicios físicos especiales, que pueden incrementar todavía mas la glucemia por la acción de la cortisona ante el estrés.

El ejercicio físico de preferencia lúdico y no competitivo, tampoco debe ser utilizado para compensar los deslices alimenticios, sino como una forma natural de mantener activo y vital el aparato locomotor, independientemente de los niveles de glucemia.

Paralelamente debemos recordar que la utilización de la glucosa como combustible para la realización del trabajo muscular no es la función prioritaria y debiera reservarse para el suministro de la energía de las células y de las neuronas en particular, pues además de la relativa ineficiencia como combustible para la acción deportiva, derivada de su baja concentración calórica, debemos contar con las dificultades inherentes a su práctica en muchos de los pacientes impedidos.