INTRODUCCIÓN

Por Alberto Martínez-Arrazubi

Parece ser que hace unos 4.000 millones de años surgió el primer ser vivo que pobló la tierra, un ser unicelular, capaz de diferenciarse del medio, protegiéndose con una membrana semipermeable, a partir de cuyos poros podía relacionarse con el exterior.

Desde la aparición de ese ser primitivo comienza entre los individuos y sus respectivas especies una evolución imparable de la cual formamos parte también los seres humanos. Se ha comprobado que los organismos multicelulares sobreviven con muchos menos genes de los que en un principio se calculaba, porque se utilizan los mismos elementos genéticos para una gran variedad de funciones. Es como emplear únicamente las siete notas musicales y sus cinco intervalos para poder componer todas y cada una de las infinitas sinfonías posibles.

Se calcula que hace setecientos millones de años las células optaron por agruparse en comunidades multicelulares, dando origen a animales y plantas, pero estas nuevas comunidades siguieron utilizando las mismas moléculas señal coordinadoras que usaban los organismos unicelulares.

En los animales multicelulares, cada célula individualmente sigue percibiendo su entorno local, (lo que es capaz de captar su propia membrana celular), pero posiblemente no sepa lo que ocurre en entornos más alejados.

Conforme los organismos se volvieron más complejos, hubo necesidad de repartirse las funciones, formando células especializadas encargadas del trabajo de examinar y organizar el flujo de señales del que depende la respuesta y el comportamiento subsiguiente.

Estas células se constituyen y organizan en una red nerviosa y en una central para el procesamiento de la información, que llamamos Sistema Nervioso Central, cuya función es coordinar el diálogo de señales con el organismo global, debiendo cada célula individual acatar las decisiones de la autoridad que procesa las señales del medio, es decir, el cerebro.

Existen discrepancias importantes entre los estudiosos sobre los mecanismos que iniciaron y siguen impulsando este imparable proceso evolutivo hacia formas orgánicas cada vez más complejas, entre las que se encuentra la especie humana.

Recordemos que pertenecemos a una de los 50 millones de especies que en la actualidad poblamos la tierra. Los estudiosos afirman que continuamente se descubren nuevas especies, se notifica la desaparición de otras y se sabe que en la actualidad están en peligro de extinción unas 16.000 especies más.

Para la mayoría de científicos el “Instinto de Supervivencia” y la “Interacción con el Medio Ambiente”, que se expresa en los individuos en la búsqueda de recursos para vivir, reproducirse y perpetuarse, son los elementos que condicionan la lucha por la vida y trasmiten por medio de la herencia genética.

Según la microbióloga Lynn Margulis el verdadero motor que posibilitó la evolución de las especies es lo que ella llama la “Simbiogénesis” es decir la cooperación entre dos seres vivos distintos, que se benefician mutuamente en su lucha por la supervivencia, hasta fundirse en un solo ser más complejo y mejor adaptado.