¿CUÁNTO COMER?

La cantidad de energía necesaria para la supervivencia varía sensiblemente desde el estado de reposo hasta las situaciones de mayor actividad física y en situaciones medioambientales de baja temperatura.

En estado de reposo la energía de mantenimiento mínima necesaria para el ser humano adulto se calcula en “1 kilocaloría por kilo de peso y hora” y puede ampliarse hasta en más de cuatro veces.

Los lactantes durante los 6 primeros meses de vida activa necesitan para garantizarles un desarrollo normal entre “4 y 5 kilocalorías por kilo de peso y hora”.

Las embarazadas a partir del 5º y 6º mes y las madres lactantes necesitan “incrementar entre un 25% y un 30%” el aporte energético.

El conflicto surge al tratar de establecer las cantidades “óptimas” de energía y más aun al concretar la “proporción ideal de los macronutrientes” (hidratos, proteínas y grasas), que necesitamos los seres humanos para vivir en las mejores condiciones de salud y durante más tiempo.

El alimento que requiere un ser humano adulto depende de sus necesidades basales, de las condiciones medioambientales y de la  actividad física que desarrolla, no obstante hemos realizado un cálculo estandarizado respecto al peso ideal, que deberá ser modulado según la edad, el sexo y la actividad física desarrollada.

Para cubrir las condiciones basales de un adulto humano se necesitan:

                          -1,33 grs. de hidratos de carbono netos por kilogramo de peso ideal

                          -1,00 grs. de proteínas netas y de alta calidad      “      “    “        “

                          -0,33 a0,50 grs. de grasa neta                           “      “    “        “

Tras la aplicación de estos cálculos, la cantidad de alimentos a consumir es muy variable, puesto que debe responder a las condiciones cambiantes que afectan al individuo, pero los nutrientes deberían mantenerse siempre en unas proporciones ideales, que garanticen la cobertura de todas las necesidades del organismo, al igual que lo aplicamos a los animales domésticos, cuando diseñamos su pienso compuesto, que debe ser definido individualmente para cada especie.

Aplicando las proporciones del “pienso ideal” para la especie humana, los Hidratos de Carbono representarían el nutriente más cuantioso y lo utilizamos como base inicial para el cálculo de los demás nutrientes. Así le designamos 4/4 partes para los Hidratos, a las Proteínas le asignaríamos 3/4 partes y a las Grasas 1/4 parte de la base inicial. A modo de recordatorio podríamos decir que si a los Hidratos le damos 1 kilo del total de la ingesta, a las Proteínas le aplicaremos 3/4 y a las Grasas 1/4 de kilo.

Con esta fórmula proporcional, aplicada a cada una de las comidas que llevemos a cabo, quedan garantizadas las coberturas de las necesidades alimentarias de nuestras células  y su plena reposición, además de que la cantidad de grasas ingeridas resulta ligeramente inferior a las necesidades teóricas y favorece la reducción de la reserva grasa excedente.

Durante la mayor parte de la historia (unos 240.000 años) los seres humanos han utilizado su instinto de supervivencia, las enseñanzas de sus mayores y su propia experiencia para alimentarse, manteniendo unas proporciones de nutrientes similares a las expuestas, sin sufrir problemas de sobrepeso ni tener que someterse a una actividad física extra para mantenerse en forma. 

Ahora nos están haciendo creer que padeceremos obesidad si no reprimimos nuestro deseo instintivo de comer y no nos “hostigamos” en el gimnasio.

¿Pertenecemos acaso a la única especie animal que, para no engordar, necesita seguir unos comportamientos artificiosos, en vez de seguir los instintos primitivos?

¿Quién les restringe al bisonte, al águila o al león la cantidad de comida a ingerir o quién les recomienda ir al gimnasio para evitarles el exceso de grasa?

Tampoco se le ocurre a nadie restringirle al bebé las cantidades de leche materna ni someterle a una actividad física extra en evitación del sobrepeso, porque el alimento proporcionado por la madre es un compuesto óptimo para el lactante y la experiencia nos confirma que, sirviéndose de él a voluntad y siguiendo su primitivo instinto del hambre - saciedad, no le provocamos desequilibrios hormonales ni acumulación de grasas, más bien al contrario, contribuimos a su perfecto desarrollo, merced a todos los nutrientes que el bebé precisa.